Una conversación con Enrico Letta (Pisa, Italia, 1966) relativiza casi todos los problemas. Su amplia mirada sobre Europa empequeñece las demás preocupaciones. Su optimismo a ras de suelo se basa en una máxima que huye del fatalismo: el futuro es prometedor si Europa acierta. Letta, antiguo primer ministro de Italia, exministro y exeurodiputado, habla de todo ello en Hacer Europa y no la guerra (Península). Es un libro de planteamientos sencillos, de capítulos cortos, sin argumentarios ni los arrebatos de europeísmo que a menudo resultan tan condescendientes como artificiales.

Leer alguno de sus capítulos estos días, cuando se publica en España, puede poner los pelos de punta. Pasar las páginas a la luz de la gravísima crisis institucional que atraviesa España por el referéndum planteado para el 1 de octubre puede suponer un shock.

Durante la entrevista con EL ESPAÑOL, Letta pone cara de resignación cuando es preguntado por Cataluña. En el libro no hay ninguna referencia concreta. Por eso sorprende que algunas de sus reflexiones sobre los referéndums o el nacionalismo pudieran haber sido escritos ayer y para ese contexto. Durante la presentación, el martes pasado, el editor leyó alguno de estos pasajes. El estupor entre el público fue instantáneo.

"El referéndum simplifica problemas complejos mediante una respuesta binaria. Resulta muy fácil de manipular. Los electores no suelen responder a la pregunta propiamente dicha sino en función del efecto político que su respuesta producirá”, escribe Letta, para quien “las grandes decisiones deben proceder de procesos que generen consenso”. “¿Cómo contestar con serenidad sobre semejante cuestión sin escapar a las presiones de la emoción, del miedo?”, se pregunta en el libro.

Los referéndums ofrecen atajos que dan la impresión artificial de ayudar a la democracia mientras que en realidad la debilitan. Siempre son sesgados, por el hecho de estar en manos de quienes recurren a ellos

"El referéndum no es, pues, la panacea en democracia. Es el instrumento de la demagogia. Posee el mérito de ser rápido, simple y espectacular. Pero, ¿acaso aporta eficacia y equilibrio al proceso de decisión? ¿Ayuda a la gente a tomar opciones de las que no se arrepentirá?” Estas consultas “ofrecen atajos que dan la impresión artificial de ayudar a la democracia mientras que en realidad la debilitan. Siempre son sesgados, por el hecho de estar en manos de quienes recurren a ellos”. “Organizar un referéndum no significa necesariamente respetar al pueblo, porque la intención es manipularlo”. Impulsarlo cuando se defiende de antemano un resultado resta credibilidad al proceso.

Usted analiza referéndums como el del Brexit, el de la reforma constitucional en Italia que tumbó al primer ministro, Matteo Renzi, el de Hungría sobre los refugiados o el de Colombia sobre el proceso de paz. ¿Hay elementos en común? ¿Qué se puede aprender en España, donde hay planteado uno en Cataluña, aunque esté suspendido?

No pensaba en Cataluña. Cuando lo escribí, este referéndum estaba lejos. El asunto de Cataluña es de orden interno español.

Responde usted con la típica frase de primer ministro.

La mirada desde el exterior no puede comenzar sin decir que se trata de un asunto interno de España. Pero los referéndums me provocan muchas dudas. Los referéndums funcionan si se hacen como en Suiza, porque se concentran sobre la pregunta, no sobre quién hace la pregunta e incluso tampoco sobre las consecuencias. En Italia muchos votaron sobre quién hacía la pregunta y las consecuencias [para esa persona] de la pregunta. También se ha hecho así con el Brexit.

¿Son un arma de doble filo?

La democracia es hoy muy compleja. Desde el punto de vista de la expresión de las voluntades, el voto no es un ‘me gusta’ como en las redes sociales. Me gusta o no me gusta. Sigo a alguien y dejo de seguirlo si cambio de opinión. No podemos ‘desvotar’. Votas y eso tiene consecuencias. Ese es el mensaje del Brexit. Creo que han cometido el mayor error de la historia reciente del Reino Unido. Creo que lo van a pagar muy caro y no pueden volver atrás. La democracia se basa en el hecho de que el voto es para siempre. Al menos, para cinco años.

"Prefiero la democracia a los referéndums", se titula el duodécimo capítulo de su libro. Para muchos podría parecer una provocación de alguien que no cree en que los ciudadanos decidan su futuro. Dice usted que prefiere el consenso a que se vote en un plebiscito que además puede arrojar mayorías ajustadas. 

En el caso del Brexit, el resultado fue de 52% a favor frente al 48% en contra. ¡No podemos decidir con esas mayorías! Todas las constituciones del mundo se pueden cambiar únicamente con una gran mayoría, más amplia que una mayoría simple. La idea de base es que hay una diferencia entre una ley cualquiera y los grandes temas sobre cómo una comunidad vive junta. En ese caso, las mayorías tienen que ser más grandes. Por eso creo que el Brexit fue un gran error. No podemos dejar al azar esas cuestiones, porque la historia de Europa no puede quedar al albur de diferencias tan pequeñas.

¿Cuáles son los asuntos que se deben someter a referéndum?

El Brexit, como otros referéndums, hubiera tenido sentido si se hubiera hecho sobre un acuerdo negociado, al final de unas negociaciones y no al principio. Los referéndums son una manera de forzar la mano y de sobrepasar unos consensos que son necesarios.

Letta, en la sede de la CEOE, donde este martes presentó su libro.

Letta, en la sede de la CEOE, donde este martes presentó su libro. Jorge Barreno

Los nacionalismos, la "gran amenaza"

Los razonamientos de Enrico Letta sobre los referéndums forman parte de las reflexiones sobre la participación política, un concepto que ha mutado desde la aparición de internet y que sacude otros ámbitos, como la toma de decisiones dentro de los partidos políticos. Para Letta, participación y consenso no deben estar reñidos. "Debemos reconciliar a la democracia con la política. La gente se siente vinculada a la primera, pero rechaza la segunda", escribe. 

Debemos reconciliar a la democracia con la política. La gente se siente vinculada a la primera, pero rechaza la segunda

En su capítulo sobre los nacionalismos, Letta relaciona cómo ha cambiado la sociología de los países europeos con la globalización. La conclusión es clara: el nacionalismo no solo está desfasado sino que va contra natura. Los bisabuelos de los jóvenes de hoy se casaban con personas de su propia provincia que no habían salido apenas de su provincia. "La ascensión del nacionalismo en Europa entra en contradicción con la vida tan conectada de hoy”. 

La tendencia hoy es a una mayor integración, por lo que las nuevas fronteras no tienen ningún sentido, sostiene Letta, especialmente si se erigen para que un político se legitime o se mantenga en el poder. "Hoy, los dirigentes políticos siguen al pueblo y no a la inversa", escribe Letta. "Sin embargo, la aceleración de la integración no puede ser frenada por la voluntad populista, erigiendo quién sabe qué muro falsamente tranquilizador. El progreso tecnológico jamás se ha detenido”, advierte. 

Para Letta, "el nacionalismo como respuesta a los temores surte un efecto placebo. Y acabará volviéndose contra quienes lo promueven. Si bien pretenden resolver un problema de fondo mediante una respuesta únicamente nacional, en realidad los políticos fingen decidir sin influir en el proceso real, que se sitúa en el nivel de la interconectividad, es decir, en los ámbitos europeo e internacional”. Es ahí donde hay que dar la batalla, según él. 

Europa se creó para eliminar el nacionalismo, que siempre tiene la necesidad de tener un enemigo. Europa es la construcción de puentes, no de muros.

¿Por qué está seguro de que los nacionalistas perderán la batalla?

Europa se creó para eliminar el nacionalismo, que siempre tiene la necesidad de tener un enemigo. Europa es la construcción de puentes, no de muros. Y yo me siento un constructor de puentes. Para eso está Europa.

Usted defiende que Europa sea una pragmática "unión de minorías", donde nadie sea más que nadie, donde todos tengan dignidad, pero que ponga por encima la idea de Europa para prosperar en el mundo global. Una idea no compatible con el nacionalismo

Exacto. La idea de que podemos beneficiarnos de la coyuntura para construir muros es lo contrario de lo que yo defiendo. Europa está en el medio del mundo y su fuerza es el encuentro de una gente con otra. Sólo con ese encuentro se puede generar el futuro. Los muros sólo son una manera de aterrorizar a la gente y dar una respuesta inmediata y falsa. Además, los muros, con las redes sociales e internet, no tienen sentido, están en su cabeza. Es el efecto placebo del que hablaba.

¿Es el nacionalismo la peor amenaza para Europa?

El nacionalismo es una gran amenaza, una vuelta atrás, una manera de volver a levantar los muros del pasado.

Letta, durante la entrevista en Madrid.

Letta, durante la entrevista en Madrid. Jorge Barreno

Para comprender Europa, mejor verla desde fuera

El ex primer ministro habla sobre Europa como algunos hablan sobre España desde el extranjero. "Cuando nos encontramos lejos de Europa, por ejemplo en Corea, Perú o Sudáfrica, caemos en la cuenta de hasta qué punto los europeos nos parecemos relativamente entre nosotros. Vistos desde lejos es cuando se comprende que los europeos existen, del mismo modo que la Tierra se ve redonda desde el espacio", explica en su libro.

"Aunque parezca una paradoja, hoy se comprende mejor Europa si se contempla desde otro continente", según él. Por eso no es de extrañar que en los últimos años Barack Obama o el papa Francisco hayan hecho discursos en favor de la integración y valores europeos que a algunos líderes europeos les daría pudor pronunciar. 

La misión fundamental de Macron es reequilibrar Alemania. Es fuerte, ha ganado y tiene cinco años por delante. Sólo Francia puede, para los demás es demasiado difícil.

Habla de Emmanuel Macron, el presidente de Francia, como una esperanza en una Europa que mira a Trump con miedo y al Brexit con pena. ¿Cuál es el éxito de Macron? ¿Cómo se explica su liderazgo?

Ha tenido valentía y ha hecho que Francia basculase hacia una idea positiva de Europa. Ahora puede tener el papel importante de reequilibrar Alemania, un país que ha sido predominante en Europa durante los últimos 10 años. Creo que eso es un problema para Europa, que no puede vivir con un país tan poderoso. No funciona. Veo un sentimiento antialemán creciente. En las presidenciales francesas, si se suma a varios partidos, podría decirse que los antialemanes ganaron. En Italia, los principales líderes son antialemanes. La misión fundamental de Macron es reequilibrar Alemania. Es fuerte, ha ganado y tiene cinco años por delante. Sólo Francia puede, para los demás es demasiado difícil. Y Francia tiene ahora, tras el Brexit, el liderazgo en seguridad y defensa, algo que le da un rol aún mayor.

¿Qué pueden hacer España e Italia? ¿Deben esperar a Francia como líder del equipo?

En el año 2000 creé un foro de diálogo italoespañol con responsables políticos y empresas. Veo que en este tiempo hemos avanzado. Hay espacio para ellos si se decide que Europa necesita varias velocidades: la Unión Europea y los países del euro. Y el núcleo duro han de ser los cuatro países más fuertes el euro: Francia, Alemania, Italia y España, cuyos líderes se llevan muy bien, por cierto.

¿Cómo ve España ahora? Políticamente hay quien dice que cada vez se parece más a Italia.

Espero que no [ríe].

Con una crisis territorial y de representación, ¿no tiene demasiados frentes abiertos como para pensar en Europa?

Soy optimista. En comparación con mi país, es mucho más europeísta. El discurso político de España no pone en discusión la pertenencia a la Unión Europea o al euro. Y eso es muy importante que lo considere como un gran activo.