Desde tiempos remotos, la humanidad ha mirado al cielo con asombro y también con temor. Si bien en la antigüedad los astros parecían señales divinas, en la era moderna sabemos que algunos cuerpos celestes, como los asteroides, pueden representar un peligro real para nuestro planeta.
En los últimos meses, uno de estos objetos ha captado la atención de astrónomos y agencias espaciales, te hablo del asteroide 2024YR4.
Su órbita inicial lo situaba en un rango de posible impacto con la Tierra en las próximas décadas, lo que generó titulares alarmantes y debates sobre nuestra capacidad para desviar una roca espacial de su curso fatal.
Es un ajuste en las probabilidades, no un presagio de desastre.
Los primeros cálculos sobre la trayectoria del 2024YR4 indicaban una baja probabilidad de impacto con la Tierra, mas a medida que se han refinado las mediciones, la cifra ha experimentado oscilaciones.
Algunos medios han interpretado este reajuste como una señal de alarma, pero el astrofísico David Barrado –investigador del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) y autor del libro Peligros Cósmicos— ofrece una visión más sosegada: "No es alarmante la subida de la probabilidad de impacto, corresponde a un proceso normal de re-cálculo de la órbita según se van adquiriendo nuevas medidas de la posición. Lo más probable es que baje. Pero pudiera suceder que siga aumentando. Sólo las nuevas mediciones pueden dar más información".
Este fenómeno ya ha ocurrido en el pasado. Asteroides como Toutatis y Apophis despertaron preocupación hasta que observaciones precisas permitieron descartar la amenaza. Apophis, en particular, alcanzó el nivel 4 en la escala de Turín, que mide la peligrosidad de los objetos cercanos a la Tierra, antes de que mediciones adicionales lo rebajaran a un nivel inofensivo.
¿Qué pasaría?
El impacto de un asteroide depende de múltiples factores: su tamaño, composición, velocidad y el lugar en el que colisione.
David Barrado lo explica con claridad: "Depende de dónde se produzca, en el océano o en tierra firme, cómo sería el impacto, directo o rasante, y de la composición del asteroide. Todavía hay muchos parámetros que no conocemos con precisión. En cualquier caso, sería una gran catástrofe a nivel local".
Si 2024YR4 impactara en un océano, podría generar un megatsunami con consecuencias devastadoras para las poblaciones costeras. Si lo hiciera en tierra firme, provocaría un cráter gigantesco y una onda expansiva que arrasaría cientos de kilómetros a la redonda. A nivel climático, la proyección de polvo a la atmósfera podría inducir un enfriamiento temporal similar al que ocurrió tras la erupción del volcán Tambora en 1815, que llevó al llamado "año sin verano".
No obstante, el impacto de un asteroide como 2024YR4 no se equipararía al evento de Chicxulub, que hace 66 millones de años desencadenó la extinción de los dinosaurios. Para ello, el objeto tendría que ser de dimensiones mucho mayores y golpear la Tierra con un ángulo y velocidad específicos que favorecieran la dispersión de partículas en la atmósfera.
Para evitar la colisión
El temor a una catástrofe de origen extraterrestre no es nuevo, y en las últimas décadas se han explorado diversas formas de defensa planetaria. Según Barrado, "hay distintas propuestas genéricas para modificar la trayectoria de asteroides potencialmente peligrosos, en general por el impacto de un vehículo a alta velocidad, pero son tecnologías en desarrollo".
La NASA y la ESA han probado con éxito la misión DART, que logró alterar la trayectoria del asteroide Dimorphos al impactarlo con una sonda cinética. Esta estrategia, conocida como impacto cinético, podría aplicarse en el futuro si se detectara un objeto con alto riesgo de colisión.
Otras propuestas incluyen el uso de tractores gravitacionales, que modificarían la trayectoria del asteroide con la atracción gravitacional de una nave, y la deflexión con láseres, aunque estas técnicas están aún en fases experimentales.
Por ahora, las agencias espaciales continúan recopilando datos sobre 2024YR4. La probabilidad de impacto sigue siendo extremadamente baja y, como ha ocurrido en otros casos, es probable que disminuya a medida que se afinen los cálculos orbitales. Sin embargo, la atención mediática que ha generado este asteroide resalta la necesidad de seguir invirtiendo en programas de detección temprana y desarrollo de tecnologías de defensa planetaria.
Vigilancia y preparación
El caso de 2024YR4 nos recuerda que, aunque el riesgo de impacto de asteroides sigue siendo bajo, la vigilancia del cielo es fundamental. La detección temprana y el desarrollo de tecnologías de desviación son nuestras mejores herramientas para evitar un futuro catastrófico. Como hemos aprendido de Toutatis y Apophis, la incertidumbre inicial puede generar alarma, pero el avance del conocimiento nos permite responder con ciencia y no con miedo.
En última instancia, la exploración del espacio nos ha permitido conocer mejor nuestro entorno y prepararnos ante los desafíos que puedan venir desde las profundidades del cosmos. 2024YR4 es, por ahora, un recordatorio de que, en la danza celeste de los astros, nuestro destino sigue ligado al esfuerzo humano por comprender y proteger nuestro planeta.
De la ciencia dependerá que esto quede para un guion de ciencia ficción.