No es una opinión, tampoco un desatino woke, son datos: el año 2024 será recordado como un punto de inflexión en la historia del clima global.

Según el informe publicado el 10 de enero por el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea, el año que ha acabado fue el más caluroso desde que se tiene registro. Pero hay más, 2024 marcó un hito inquietante: por primera vez, la temperatura media global del planeta superó el umbral de 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales. Este hecho, que hasta hace poco se consideraba un escenario a evitar a toda costa, ya es una realidad.

En cifras, la temperatura promedio global de 2024 alcanzó los 15,10 °C, lo que representa un incremento de 1,6 °C respecto al promedio registrado entre 1850 y 1900, considerado el período de referencia preindustrial. Este aumento también es 0,72 °C superior al promedio de 1991–2020. Además, el 22 de julio de 2024 quedó grabado en la memoria climática: la temperatura promedio global alcanzó un récord de 17,16 °C. He de decir que es un nivel sin precedentes.

Estos datos no son sólo números en un informe; sus implicaciones las consideramos demoledoras.

Mas, volvamos a los hechos. El impacto de este calentamiento global se hizo palmario en todos los rincones. Los incendios forestales arrasaron extensas áreas en Norteamérica –algo que aún perdura—, también en Europa y Australia. Por otra parte, las sequías se intensificaron en regiones que ya enfrentaban estrés hídrico. Y al mismo tiempo, los océanos, que actúan como amortiguadores climáticos al absorber gran parte del calor y el dióxido de carbono, registraron temperaturas récord, lo que desató eventos de blanqueamiento masivo de corales y perturbó los ecosistemas marinos.

La intensificación de los huracanes fue otro fenómeno alarmante. En un mundo donde cada décima de grado adicional potencia estos eventos, 2024 evidenció cómo las tormentas se forman más rápido y con mayor ferocidad. El calentamiento de los océanos alimenta estas tormentas, convirtiéndolas en fuerzas destructivas que devastan comunidades y economías.

Aunque 2024 fue el primer año en que la temperatura global promedio superó el umbral de 1,5 °C, no es un evento aislado. La última década ya había sido la más cálida registrada, y el año 2023 estuvo muy cerca de alcanzar este umbral. Lo que distingue el pasado año es que no se trató de anomalías regionales ni de picos estacionales, sino de un cambio global persistente y continuo.

El informe Copernicus también subraya que los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera alcanzaron cifras récord. Estas concentraciones, impulsadas principalmente por la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la agricultura industrial, están acelerando el calentamiento global de manera exponencial.

Sin medidas contundentes para reducir las emisiones, cada año futuro podría superar al anterior en temperaturas extremas y fenómenos climáticos adversos. Sin embargo, ahí tenemos a las grandes corporaciones, antes verdes, suavizando –por no decir eliminando—sus otrora políticas medioambientales.

¿Por qué importa el umbral de 1,5 °C?

El límite de 1,5 °C no es arbitrario. Según informes científicos, mantener las temperaturas globales por debajo de este umbral podría evitar algunos de los peores impactos del cambio climático. A medida que nos alejamos de este límite, los riesgos se multiplican y puedo mencionar: eventos meteorológicos extremos más frecuentes e intensos, aumento del nivel del mar que amenaza con sumergir comunidades costeras, pérdida de biodiversidad y efectos en la seguridad alimentaria y la salud pública.

No obstante, evitemos el catastrofismo extremo. Superar este umbral no significa un punto de no retorno, pero sí un llamado urgente a la acción. Los científicos advierten que cada décima de grado cuenta, y limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C sigue siendo crítico para reducir el riesgo de desastres climáticos.

Aunque el panorama puede parecer desalentador, es importante recordar que el cambio climático no es un fenómeno inmutable; es impulsado en gran medida por actividades humanas, y por ende, también puede ser mitigado con nuestras acciones.

Ya sabemos que es necesario transitar hacia energías renovables, promover la eficiencia energética, proteger los bosques y transformar los sistemas agrícolas. A nivel individual, pequeños cambios como reducir el consumo de carne, optar por medios de transporte sostenibles y exigir políticas climáticas más ambiciosas también contribuyen al cambio.

Sin ambages creo que la ciencia ha cumplido su parte al proporcionar las evidencias y proyecciones necesarias. Ahora, es responsabilidad de los gobiernos, las empresas y los ciudadanos transformar este conocimiento en acción. El destino del planeta depende de nuestra capacidad para responder al desafío climático con la urgencia y determinación que requiere.

2024 no tiene por qué ser un presagio de lo que vendrá, sino un punto de inflexión que inspire el cambio necesario para garantizar un futuro sostenible. ¿Estamos dispuestos a aceptar el desafío?

Soy pesimista. Cada día que transcurre refuerza la inquietante idea de que 2025 podría pasar a la historia como el año en que retrocedimos. En lugar de comprender que los datos no son opiniones, que la ciencia, aunque imperfecta, persigue la verdad a través de un método que permite su propia corrección, y que el cambio climático trasciende las ideologías, parece que avanzamos hacia la negación de la evidencia y el desprecio por la ciencia. Espero, con sinceridad, estar equivocado.