Con las cumbres del clima, uno se queda con una sensación de desilusión y de ser más de lo mismo. Se inician con la esperanza de acelerar cambios necesarios, se presenta como la más relevante de los últimos años, pero después de 15 días el sentimiento generalizado es de desencanto por lo que podría haber sido y no fue.

Hoy acaba la COP26 de Glasgow; previsiblemente, si no se prorroga como en otras ocasiones durante el fin de semana. Han sido dos semanas en las que han desfilado por ella los presidentes del G20 para inaugurarla, presidentes y ministros de todos los países para dar su visión sobre el cambio climático y reconocer que pueden hacer más para frenarlo, líderes empresariales y compañías de todos los sectores referentes en su compromiso con la sostenibilidad.

Y también han llegado muchos activistas medioambientales que nos recuerdan a todos que nos estamos quedando sin tiempo si queremos evitar que la temperatura no aumente más de 1,5 °C o como mucho 2 °C en 2100 con respecto a los niveles preindustriales.

Antonio Espinosa de los Monteros, CEO y cofundador de AUARA

Antonio Espinosa de los Monteros, CEO y cofundador de AUARA

Por si fuera poco, la ciencia ya nos alertó de ello en verano. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC) ha sido contundente: si se mantiene el actual ritmo de emisiones de gases de efecto invernadero, la temperatura global aumentará 2,7 grados a finales de siglo.

Al igual que sucedió en la COP25 que albergó Madrid, junto a Chile, Greta Thunberg ha acaparado gran protagonismo en Glasgow. Hace dos años la joven activista sueca ya movilizó a la sociedad civil en una masiva manifestación por las calles de la capital española, y lo ha vuelto a hacer ahora en la ciudad escocesa.

El "bla, bla, bla" se ha convertido en el grito icónico de la lucha contra el cambio climático, y del hartazgo de ecologistas y de diferentes movimientos sociales ante la falta de ambición de los gobiernos para frenar el calentamiento global.

Durante estos días, Obama, expresidente de Estados Unidos, nos ha recordado que "nos quedamos sin tiempo". António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, indicaba que "basta de tratar la naturaleza como un retrete". Y el ministro de Asuntos Exteriores de Tuvalu, archipiélago situado en el corazón del océano Pacífico, hizo viral su discurso con el agua hasta las rodillas para alertar de los efectos del cambio climático y de que su país puede inundarse por ello.

En una gran mayoría, lo que se ve es postureo, marketing. Políticos, empresarios, actores y activistas haciendo marca personal o marca país. Pero poca chicha, poco fondo técnico, poca radicalidad en hacer análisis técnicos, en mirar a la realidad de cara y en plantear soluciones bien fundamentadas y estratégicas.

A veces parece una subasta de vanidades. A ver quién dona la cifra más alta o quién hace el compromiso más impactante.

En el sur global el cambio climático es sinónimo de desigualdad, y si pierden su cosecha, pierden su sustento

Si hablamos de acuerdos, ha destacado a última hora el de China y Estados Unidos, como mayores emisores en gases de efecto invernadero, que se han comprometido a colaborar para acelerar la lucha contra la crisis climática durante esta década. Algo un poco genérico.

Pero si hay que destacar algo positivo, en mi opinión es el compromiso de 103 países, encabezados de nuevo por Estados Unidos y la Unión Europea, al inicio de la COP26, para reducir las emisiones de metano en un 30% en 2030. Este es un punto algo más concreto y con un fundamento técnico mucho más profundo.

El metano (gas natural) es uno de los causantes fundamentales del calentamiento del planeta, sin embargo las implicaciones concretas y los intereses en una industria tan dominada por ciertos países y empresas hace que sea siempre mucho más fácil hablar de CO₂, el chivo expiatorio del cambio climático que en realidad no dice mucho.

Pagan los que menos contaminan

Los que pasan desapercibidos son los de siempre: los pobres. Aunque el ministro de Tuvalu se haya metido en el agua para captar la atención, al final del día hay miles de millones de personas que no tienen voz y que son justamente las más amenazadas.

Cuando termine esta cumbre –esperemos que con una declaración más ambiciosa que en el borrador inicial para reducir las emisiones de efecto invernadero en la próxima década–, la realidad va a seguir ahí aunque no queramos verla. El cambio climático nos afecta a todos, a las economías más punteras y a las menos desarrolladas, pero sobre todo a los más desfavorecidos.

Está produciendo migraciones climáticas, uno de los impactos más graves que está causando la emergencia climática, que afecta a 24 millones de personas, según el Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC). La alteración del clima está provocando también pérdidas de cosechas que conllevan hambre y desertificación para aquellos que solo pueden vivir del campo en zonas de África, América Latina o el sudeste asiático.

Según la FAO, unos 1.200 millones de personas carecen de agua en el mundo, 1 de cada 7 personas

Resulta paradójico que en los países más desarrollados parece que tendremos alternativas para afrontar el impacto del cambio climático, como el impulso de grandes inversiones sostenibles para el desarrollo de energías limpias, el vehículo eléctrico o los Fondos NextGeneration de la UE para financiar la recuperación post covid-19 en clave sostenible y digital.

Pero en el sur global el cambio climático es sinónimo de desigualdad, y si pierden su cosecha o su fuente para recoger agua pierden su sustento y no tienen esas alternativas que tenemos en el norte.

En AUARA siempre decimos que la falta de agua es la mayor de las pobrezas: sin agua no hay desarrollo posible. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), unos 1.200 millones de personas carecen de ella en el mundo, es decir, 1 de cada 7 personas. Y si unimos cambio climático y acceso a agua potable los efectos crecen exponencialmente.

Ojalá que la COP27 de Egipto ayude a dar voz y a generar compromisos concretos hacia quienes viven en los países en vías de desarrollo, que son los más afectados, no solo por el cambio climático, sino por las decisiones que se toman en materia de desarrollo, consumo y economía global.

*** Antonio Espinosa de los Monteros es CEO y cofundador de AUARA.