Un vecino apesadumbrado por el incendio de Cualedro, en Ourense.

Un vecino apesadumbrado por el incendio de Cualedro, en Ourense. Brais Lorenzo EFE

Historias

Culpabilidad, depresión e impotencia: así es el triple duelo que sufren las víctimas de los incendios en España

415.000 hectáreas calcinadas, más de 33.000 personas desalojadas y pueblos arrasados por las llamas dejan a miles de afectados que no olvidan lo ocurrido.

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En el momento de escribir estas líneas, Galicia continúa sin incendios activos. De los 11 fuegos aun sin extinguir, dos están estabilizados y el resto bajo control. Por su parte, el Principado de Asturias registraba ayer viernes 29 de agosto su primera jornada libre de esta oleada tras 18 días de trabajos para su sofocación. Mientras tanto, en Castilla y León, las llamas, aunque no dan tregua, bajan su intensidad.

Las localidades de Colinas del Campo e Igüeña, ambas en la provincia de León, permanecen confinadas, pero ya son siete los municipios del Valle Gordo de Omaña en los que se han levantado las restricciones. A más de 160 kilómetros al sur, el incendio de Porto (Zamora) cumple 16 días activo, si bien ha disminuido su categoría al nivel uno. 

En total, se han quemado en torno a 415.000 hectáreas en España, de acuerdo a la estimación en tiempo real del Sistema de Información Europeo de Incendios Forestales (EFFIS). Y así, 2025 se ha convertido en el año con más superficie calcinada del siglo.

Son 33.000 las personas que han tenido que ser desalojadas en las últimas semanas. Pero, desgraciadamente, a esta tragedia también hemos de sumar pérdidas humanas, pues, desde que comenzó la oleada de incendios, se han confirmado cuatro fallecidos: un hombre de 50 años en Tres Cantos (Madrid), al que se suman dos voluntarios y un bombero forestal en la provincia de León.

En este tiempo, la Unidad Militar de Emergencias (UME) ha desplegado 3.400 militares, de los cuales 1.400 están en ataque directo. Además, la Unión Europea ha movilizado medios aéreos y equipos técnicos desde siete Estados miembros para ayudar en la extinción.

Los días pasan y —parece— que la situación está cada vez más controlada, aunque todavía queda mucho trabajo por hacer. Y es que la vuelta a la normalidad no será tan sencilla. En el caso de la vegetación, María José Caballero, responsable de campañas de biodiversidad en Greenpeace, aclaraba a este medio que tardaría entre 10 y 20 años en recuperarse.

Para quienes lo han perdido todo, las víctimas humanas de los incendios, el proceso de volver a su día a día es ya una carrera de fondo. Pues, al fin y al cabo, deben enfrentar dos duelos a la par: por un lado, las pérdidas materiales, como las viviendas —en los casos donde el fuego se ha llevado por delante pueblos enteros—, pero también la destrucción de todos sus recuerdos y lo que ello conlleva.

Perderlo todo

Vivir una experiencia de estas características, explica Laura Fernández Villa, psicóloga del área de conocimiento de salud de Cruz Roja, genera un impacto emocional porque "se ve afectada la seguridad". Motivo por el que esto puede derivar en "altos niveles de estrés, ansiedad, impotencia o tristeza".

"Lo habitual es que la persona tenga un primer momento de choque, que se encuentre en shock o que sienta miedo, y que posteriormente haya una fase de reacción, de supervivencia, donde pueda creer que necesita ayudar a otros", explica a ENCLAVE ODS.

Los afectados pueden experimentar también desorientación, confusión o, incluso, la necesidad de búsqueda de respuestas ante lo ocurrido. Aunque, matiza la psicóloga, cuando se trata de vivir un duelo, "cada uno lo hará de una forma diferente".

Una persona frente a las llamas de un incendio forestal en Vilar de Condes (Orense).

Una persona frente a las llamas de un incendio forestal en Vilar de Condes (Orense). Reuters REUTERS

Lo que ocurre en este caso [el de los incendios] es que no solo desaparece lo material, sino también el sentimiento de seguridad que nos puede generar estar en nuestro hogar. Lo que se percibe, dice Fernández Villa, es que "estamos perdiendo nuestro lugar de referencia que, hasta ese momento, pensábamos que teníamos".

En ese sentido, hay quienes enfrentan estados de shock, bloqueo o negación. Pues, si se es testigo de un evento crítico, nuestro cerebro tiende a priorizar la supervivencia. Y ahí es cuando, asegura la portavoz de Cruz Roja, se reduce la capacidad de procesar lo que ha ocurrido.

Al mismo tiempo, se pueden ver personas que no reaccionen, que no lloren, que no hablen, que estén solas o que actúen de forma mecánica y necesiten que alguien les dirija. Y es que, al fin y al cabo, dice la experta, "todo van a ser respuestas normales ante una situación que no lo es, frente a algo anormal".

Por si esto fuera poco, el escenario se puede tornar incluso más complejo si hay pérdidas familiares o de personas queridas. En esos casos, asegura Fernández Villa, hay quienes pueden sentirse culpables por haber logrado escapar o se responsabilizan por no haber podido hacer más.

La cuestión, expone la psicóloga de Cruz Roja, es que se trata de una muerte repentina "difícil de asimilar", pudiendo llegar a generar un "duelo complicado". Motivo por el que estos individuos empiezan a vivir de forma paralela dos duelos, donde "el impacto efectivamente puede ser más profundo".

El paso del tiempo

A medida que avanzan los días, las víctimas también muestran diferentes reacciones. "Hay quienes presentan una mayor irritabilidad o cambios en su estado de ánimo y en su humor, quienes tienen recuerdos repetitivos sobre el incendio o quienes experimentan un impacto a nivel físico que genera un aumento del ritmo cardíaco", explica la experta.

De igual modo, añade, habrá personas que tengan dificultades en la concentración o en la toma de decisiones y otras que revelen cambios en sus patrones de sueño o de alimentación.

Los olvidados

Desgraciadamente, los niños, niñas y adolescentes también resultan víctimas de estos sucesos. El fuego no entiende de edades. Y es que estas catástrofes suponen efectos tanto en el ámbito psicosocial, como individual o familiar de los más pequeños.

En su caso, el impacto puede depender de muchos factores, bien sea la edad, el nivel de desarrollo que tenga o el apoyo que reciba ante este tipo de situaciones. Aunque, dice Fernández Villa, el problema realmente viene cuando les omitimos información o les dejamos apartados para protegerlos.

Lo que ocurre, explica, es que esos menores "no comprenden del todo qué ha ocurrido, pero sí perciben una serie de emociones en los adultos, como puede ser el miedo". Y es ahí, dice, cuando "ellos mismos pueden cambiar su comportamiento —intentando portarse bien o escondiendo emociones— por intentar evitar más preocupación o problemas a su entorno".

Para evitar esa reacción, indica, la clave es brindar acompañamiento, adaptándolo a la edad y al nivel de desarrollo del niño o niña. Pero, insiste, lo ideal es "explicarles lo ocurrido y validar cómo se puede estar sintiendo".

Por eso, menciona la psicóloga, es importante que les faciliten espacios seguros para poder hablar. O, en los casos de los más pequeños, que se les permita dibujar o jugar sobre lo ocurrido, en la medida de lo posible, mientras intentan mantener las rutinas.

Señales de alarma

Durante este tiempo, comenta Fernández Villa, los padres y educadores deben prestar especial atención a determinadas señales de alarma que podrían indicar un impacto psicológico de mayor importancia.

En los más pequeños, por ejemplo, se pueden observar regresiones. Es decir, que un niño que ya controlaba el esfínter ahora no lo haga, que empiece a presentar un miedo excesivo a separarse de sus figuras de referencia o que antes durmiera en su habitación y de repente no quiera estar solo.

Otros indicadores de riesgo podrían ser la falta de interés en el juego, así como participar únicamente en los que están relacionados con la catástrofe o el incendio.

Además, del mismo modo que en los adultos, pueden aparecer dificultades relacionadas con el sueño, como el insomnio, los terrores nocturnos o que presenten un miedo excesivo que les impida continuar con su vida y, por ejemplo, negarse a ir al colegio.

En los adolescentes, estas señales habitúan a estar relacionadas con cambios en el carácter o incluso dolores físicos, reflejándose en molestias de estómago o de la cabeza. El aislamiento social o las conductas de riesgo también podrían ser una alerta.

Por ello, si se identifica alguno de estos síntomas o si, indica la psicóloga de Cruz Roja, se vuelven muy intensos, no desaparecen o incluso van a más y empiezan a interferir en la vida diaria del menor o del adolescente, sería necesario buscar el apoyo especializado.

Retomar rutinas

Si hablamos de volver a la normalidad, entran en juego los factores protectores, como podría ser el cubrir las necesidades básicas. Pues, dice Fernández Villa, "cuando estamos en una situación de emergencia estas pasan a un segundo plano, ya que en ese momento nuestro cerebro piensa que no tenemos el tiempo de poder abordarlas".

Por ello, recibir las ayudas económicas cuanto antes se vuelve fundamental. "Te permiten, por una parte, tapar esos requerimientos inmediatos, pero, por otra, te ayudan a confiar en esa capacidad de recuperación para reducir el nivel de estrés y de incertidumbre", explica la experta.

Y lo ejemplifica con un supuesto: "Si pienso que no tengo para comer, no puedo considerar otras cosas. Pero si cuento con las necesidades esenciales, voy a poder plantearme y planificar cuáles serán mis siguientes pasos".

Para conseguir pasar página lo antes posible, también es importante disfrutar de un espacio propio. Porque, indica la portavoz de Cruz Roja, "vivir en una casa donde ya hay una familia no sería lo más adecuado, dado que no tienes esa autonomía, esa independencia, ni ese confort que puedes llegar a necesitar tras experimentar una situación traumática".

Motivo por el que, insiste, "es fundamental recibir esas ayudas económicas", además de contar con apoyo de profesionales especializados. Pues, son esas intervenciones las que pueden ayudar a reducir el sufrimiento.

Sin embargo, desgraciadamente, quienes han vivido un incendio tienen la posibilidad de experimentar otro suceso similar. Porque, como indican los expertos, en Galicia, por ejemplo, el 80% de los fuegos ocurren año tras año en los mismos lugares. Y es aquí donde el factor recuperación entra en juego.

"Si en ese proceso he tenido ayuda especializada, he desarrollado herramientas que me ayudan a gestionarme emocionalmente y he podido generar esa resiliencia, probablemente posea un aprendizaje que me vaya a servir en una situación posterior. Si mi recuperación no ha sido del todo positiva, puede que tenga un impacto acumulativo y un mayor efecto a nivel psicológico", concluye Fernández Villa.