La ciudad de Madrid desde el aire.

La ciudad de Madrid desde el aire. tanukiphoto Istock

Historias

Cubiertas pintadas de blanco o repletas de vegetación: fórmulas para que las ciudades resistan al calor, según los expertos

Ante el aumento de temperaturas en la península, la infraestructura urbana afronta un fenómeno que ya se ha convertido en un "reto estacional".

Más información: Islas de calor, Madrid Nuevo Norte y otras ciudades europeas que 'bajan' las temperaturas con árboles

Publicada

En la mayoría de los casos, la infraestructura urbana española no está pensada para temperaturas tan altas ni para episodios tan prolongados como los que ya vivimos. De hecho, si observamos la meteorología nacional, la segunda ola de calor de este verano —que recién ha concluido— ha tenido una duración de nada más y nada menos que 16 días.

Sin embargo, este suceso, lejos de ser excepcional, es algo cada vez más común. De acuerdo a la base de datos de AEMET, que comienza en 1975, de los 76 eventos de calor extremo que se han vivido en la España peninsular y Baleares, el más duradero fue en 2015, alcanzando los 26 días.

Le sigue una ola de calor en julio de 2022, con 18, y dos más, una en el mismo año y otra en 2003, con 16 días. Es decir, la ola de calor que se ha vivido en el país durante la primera quincena de agosto de 2025 entrará en el podio de las tres más largas hasta la fecha.

El impacto del cambio climático está, año tras año, más y más presente en nuestros días. Y uno de los principales problemas de este hecho es que las ciudades españolas no están adaptadas para hacer frente a estas temperaturas.

Calles con poca sombra, abundancia de pavimentos oscuros que acumulan calor, escasez de zonas verdes y edificaciones con baja eficiencia energética son factores que hacen que el calor se concentre. Esto, unido al efecto de isla de calor, que limita el enfriamiento nocturno, provoca el sobrecalentamiento de los edificios.

Es entonces cuando nos surge la pregunta: ¿cuánto tiempo podremos aguantar con la infraestructura actual? Aunque no hay una fecha exacta, Susana Saiz, total design leader de Arup en Europa, la firma global que trabaja en todos los aspectos del entorno construido, tiene claro que no será mucho, porque "lo que antes eran fenómenos puntuales de pocos días se ha convertido en un reto estacional".

Escenario actual

En lo que llevamos transcurrido de verano de 2025 hemos experimentado dos olas de calor. La primera, del 28 de junio al 1 de julio y, la siguiente, del 3 al 18 de agosto.

En aquellos días, indica Saiz, "la temperatura nocturna se mantuvo elevada, sin dar descanso a la población, algo especialmente crítico para las personas mayores o con problemas de salud que no tienen acceso a climatización".

Panorámica de la región norte de la capital española.

Panorámica de la región norte de la capital española. Jose Gonzalez Buenaposada Istock

El impacto fue tal que el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III, cifraba que en junio se produjeron 380 fallecimientos por calor, frente a los 32 del año anterior.

Un hecho que, según la portavoz de Arup, confirma que "necesitamos intervenciones urgentes: más vegetación, sistemas de sombreado, refugios climáticos y soluciones para enfriar las superficies urbanas y reducir las fuentes de calor antropogénicas".

Y es que uno de los grandes problemas de la capital, apunta Saiz, es la combinación de "una alta densidad edificatoria con una baja cobertura vegetal en muchos barrios, principalmente en el centro histórico".

Este hecho, dice, provoca que la radiación solar se acumula en el asfalto y las fachadas durante el día, y se libere lentamente por la noche, impidiendo que las temperaturas bajen.

Sin embargo, existe una gran diferencia entre los distintos puntos de Madrid que es sustancial. Y así lo explica: "Hemos detectado disparidades de hasta 8,5 grados entre zonas densamente construidas, como Malasaña, y áreas con mucha vegetación, como la Casa de Campo".

Los efectos secundarios

Esta falta de adaptación en las ciudades españolas frente al calor extremo prolongado se traduce en un impacto directo en la salud. Porque, como señala Saiz, además de provocar golpes de calor, agrava patologías preexistentes, como problemas cardíacos y respiratorios.

Aunque no es lo único; "cuando las noches no refrescan, el cuerpo no logra recuperarse del estrés térmico acumulado durante el día, aumentando el riesgo de deshidratación".

Son las personas mayores, los niños, quienes padecen enfermedades crónicas y aquellos que viven en barrios con menos recursos, los grupos más afectados. Motivo por el que, indica la portavoz de Arup, esto son casos de "especial importancia", ya que las construcciones tienen peor aislamiento y hay un menor porcentaje de zonas verdes.

Contra el calor

¿Cómo lidiar con la nueva realidad climática? Existen numerosas medidas a aplicar para combatir esta fenomenología. Entre ellas, caracterizada por su bajo coste y la rápida implementación, se encuentra la aplicación de pintura blanca o grava clara en las cubiertas planas.

Y es que, explica Saiz, un tejado tradicional en plena temporada estival puede alcanzar entre 60 y 80 grados, transfiriendo ese calor al interior del edificio. Por el contrario, uno pintado de blanco o con grava "refleja gran parte de la radiación solar, manteniéndose mucho más fría y reduciendo la temperatura interior".

De este modo, no solo se consigue mejorar el confort térmico de los ocupantes de la vivienda, sino que, añade la experta, "disminuye la necesidad de aire acondicionado y, por tanto, el consumo energético y las emisiones asociadas".

Otra opción es la naturalización de cubiertas, es decir, tejados verdes. A través de esta práctica se minimiza el calor de la superficie y del entorno gracias a la fotosíntesis y la evapotranspiración, manteniendo su temperatura igual que la del aire.

Esta medida, además, contribuye a gestionar el agua de escorrentía, reteniéndola y liberándola de forma gradual, lo que reduce la sobrecarga de las redes de drenaje. Y, como no podía ser de otra forma, genera hábitats para aves e insectos, aumentando la biodiversidad urbana.

En definitiva, dice Saiz, "es una solución integral que ayuda a la ciudad a adaptarse al cambio climático"; aunque no se debe aplicar al tuntún. Si hablamos de vegetación urbana, "no se trata de plantar árboles de forma indiscriminada, sino de hacerlo donde más se necesiten y donde más impacto tengan".

Cubiertas 'verdes' en la infraestructura urbana.

Cubiertas 'verdes' en la infraestructura urbana. vuk8691 Istock

La clave está en priorizar los barrios que sufren más calor y cuentan con menos recursos para protegerse, además de las zonas de alta exposición, como entornos escolares, centros de salud, residencias de mayores o paradas de transporte público.

Y, por supuesto, señala la portavoz de Arup, hay que elegir especies adaptadas al clima local y con bajo requerimiento hídrico para garantizar su sostenibilidad. Lo primordial es "asegurar que no precisen un alto mantenimiento y que su plantación tenga la densidad adecuada para producir el efecto deseado sobre el microclima y la biodiversidad".

Actuar o morir

Son varios los ejemplos que, en la geografía española, han demostrado que estas medidas pueden resultar de lo más beneficiosas. En el caso de Barcelona, se ha creado una red de refugios climáticos, combinando edificios públicos climatizados con parques y zonas verdes accesibles.

En la capital se está desarrollando el Bosque Metropolitano, un cinturón verde de 75 kilómetros que rodeará la ciudad y que se complementa con programas de azoteas verdes.

Sevilla, por su parte, es, dice Saiz, "pionera mundial en nombrar y clasificar las colas de calor para activar medidas preventivas antes de que se produzcan los picos de temperatura más peligrosos".

Y es que si bien es cierto que España todavía está a tiempo de adaptarse a esta nueva realidad climática, "es imprescindible acelerar la acción".

"Disponemos de conocimiento técnico, soluciones probadas y casos de éxito, pero debemos pasar de proyectos piloto a intervenciones masivas. [...] Cada año que retrasemos estas medidas aumentará el coste económico, social y ambiental de adaptarnos", concluye Susana Saiz.