Tras dos años sin desfiles de Semana Santa, Castilla-La Mancha tiene éste ansias por ver de nuevo procesionar a las cofradías por nuestras calles y plazas. Y los primeros en hacerlo han sido, ramo de olivo o palmera mediante, los políticos de la tierra. Este Domingo de Ramos ya han lucido tan pulidos por los templos, monasterios y catedrales de Castilla-La Mancha, aunque sin tener constancia de haber estrenado algo, como marca el refrán.

Tan prolongada espera ha causado estragos en algunas cofradías y hermandades, colectivos imprescindibles para que año tras año velen y trabajen por la supervivencia de estas celebraciones y el mantenimiento de su preciado legado. Algunas, incluso, han tenido que recurrir a la convocatoria pública para reunir el cupo mínimo de cargadores bajo sus pasos y poder así sacar la imagen en procesión. Tampoco la Iglesia ha permanecido ajena a estas carencias. La diócesis de Sigüenza-Guadalajara, con 470 parroquias a su cargo, se ha quedado sin sacerdotes para atender tamaña feligresía. En este caso por la falta de vocaciones y elevada edad de los disponibles, una carestía acrecentada por las numerosas conmemoraciones religiosas convocadas en estas fechas.

Mas el Capítulo de Caballeros Penitentes de Cristo Redentor permanece impávido ante estos vaivenes corporativos. Un paso que se venera en el Monasterio de Santo Domingo el Real, en Toledo, y que este año cumple el 75 aniversario de su fundación. Con más hermanos cada año, el Capítulo Mayor se ha visto obligado a ampliar su itinerario para que todos los caballeros en edad y condición podamos arrimar el hombro y llevar en andas al Cristo cada Miércoles Santo. Al menos, durante algún pequeño trayecto del recorrido procesional que transita por las calles y cobertizos toledanos.

Después de dos años de sequía, Castilla-La Mancha recupera una de sus celebraciones estelares: una Semana Santa internacionalmente reconocida. Cita fundamental de nuestro calendario que año tras año convoca a miles de devotos ante una de las manifestaciones de religiosidad popular más extendida en la región. También, a un ingente número de personas que, sin sentir la misma devoción que otros, -“católicos de costumbre”, como los definió el querido y recordado arzobispo de Toledo, Marcelo González- participan en un acontecimiento social, religioso, y cultural que ha ido derivando progresivamente hacia la explotación turística y como balón de oxígeno para la economía local.