Se cumplen diez años ahora desde que nos quedamos sin Sara. María Antonia Abad falleció un 8 de abril –mismo día que mi madre, dos Antonias, dos manchegas- de 2013. La conocí y traté en vida un par de ocasiones, que para mí son definitivas. La primera, época de estudiante, apenas diecinueve años. Recibí entonces mi primer encargo de entrevista por parte de un profesor único, genuino y maravilloso, José Julio Perlado. Él determinó que para aprobar aquel curso de Segundo de Periodismo habíamos de publicar dos reportajes y una entrevista. Para un alumno neófito, lo de publicar era misión imposible, pero él siempre ponía la misma cara y decía: "Búsquense la vida, si son buenos los reportajes y las entrevistas, se las publicarán; si no, quedarán en el cajón del redactor jefe... Piensen, además, que yo a su lado soy una hermanita de la caridad". Y así comencé a buscarme la vida.

Recuerdo nítidamente cómo fui a la Agencia Efe de Ríos Rosas para documentarme como nunca nadie antes sobre Saritísima. Tengo grabado en la memoria el viaje que hice con mi padre a Criptana para ver el molino de Sara Montiel y todavía prendida en la retina la imagen del busto donde enseñaba un pecho. Era guapísima, inconfundible, esencial en su especie, el animal más bello de la Creación hasta entonces. Como pude, articulé una serie de preguntas y me hice con su contacto. Llamé a la casa de Diego de León o Núñez de Balboa, que nunca me acuerdo, y dijo que me atendería esa misma tarde. Con las mismas, no lo dudé y me planté allí. Me recibió en el salón con la belleza madurísima y serena de una sexagenaria brillante. Sin demasiado maquillaje, lo que resaltaba aún más lo prístino de su encanto, entornó los ojos y dijo: "Hola, guapo... Siéntate donde quieras". Y no me senté en sus piernas de puritito milagro.

Me atendió como uno más, igual que si fuera Mariñas o Cantizano, mucho mejor incluso... Lo que dijo, ya casi ni me acuerdo, pero la experiencia va ribeteada por dentro a sangre y fuego. Luego, años más tarde, conocí a su manager, Tommy Lara, un valdepeñero largo, y a su hijo Antonio, que hubieron de lidiar el asunto del cubano. Daba igual, ella era increíblemente única, increíblemente distinta. La lengua de Sara era una enciclopedia de sabiduría y sensualidad. Que se lo preguntasen a Carrillo, Umbral, Tierno y los camareros del Gijón.

Luego vino a Toledo a unos premios de Onda Cero, donde compartió mesa con Bono. El cigarro puro en la boca y el recogido de pelo, propio de una reina de época. Umbral dijo de ella que no salía en las monedas porque no le cabían las tetas, metáfora que no gustó a Sara y tampoco le hacía falta. Con su caída de ojos, el humo perfumando su cara y la cadencia de sílabas, decía en sus labios redondos con forma de o: "Yo soy bonista". Y a continuación, especificaba: "Bueno, y de mi alcalde Santiago". Santiago Lucas Torres, alcalde de Criptana y del PP.

Era lista como pocas, un lince, inteligentísima, las veía venir cuando aún no habían salido. Recuerdo una conversación sobre ella con Mariano Ucendo y Carmen Olmedo, ambos de Criptana, una sobremesa en su pueblo verdaderamente deliciosa. Era una manchegaza total, auténtica, divina. De la cepa a los brazos de Gary Cooper... De la Mancha, del rastrojo, de las profundidades de la tierra, a los más alto de Hollywood... Y lo más hermoso, siempre con la Mancha en la boca. Ahora su tierra la homenajeará.

Santiago Lázaro y Rosana Fernández, actual ayuntamiento de Criptana, me contaron que dedicarán un ciclo entero a quien fue estrella de un firmamento difícil en aquella España de entonces. Les honra enormemente, porque fue agradecida a la tierra. Salió hasta en Interviú y lo de la media que exigía en la cámara, lo creo a pies juntillas. Como ave precursora de primavera, no hubo nunca, nadie, jamás como tú, mi querida Violetera.