Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado coincidieron el viernes en Toledo a la misma hora, pero en distintos lugares. Como si no se quisieran ver, como si no les importase la coincidencia de no verse y que los demás lo supiéramos. La primera estuvo con Page en Fuensalida con una reunión de trabajo entre los dos presidentes para abordar cuestiones comunes que atañen a ambas autonomías. El segundo inauguró la nueva sede del PP en Toledo, situada en la calle Colombia, país al que seguro no le importaría mandar Casado a Ayuso para dejarlo respirar tranquilo.

No me gustan las intrigas y es lo que más detesto en política, pero es que si lo preparan adrede no sale. O probablemente, adrede se hizo. Ayuso lanzó su mensaje claro desde Fuensalida repartiendo estopa al Gobierno y Marlaska por el caso de la falsa denuncia de odio. Casado habló de las colas del hambre y de Cáritas, pero los focos fueron para ella porque lo vale. Su cuajo de maja goyesca atrae todas las miradas, mientras que Casado por ahora, a lo más que llega es a abrir el quitasol que le aparte el brillo que irradia IDA. Las cosas son así y a lo mejor la vida no es justa, pero nadie nunca antes dijo que lo fuera.

Si Casado fuera un CEO inteligente, sabio y generoso, el cinco de mayo se hubiera quitado de en medio y hubiese nombrado a Ayuso la candidata perfecta para derrotar a Sánchez las próximas elecciones. Pero no lo es. Y es entendible y asumible, la vanidad trabaja y los resultados se ven próximos y cercanos. Pero Pablo ha demostrado tal sagacidad para pisarse los cordones, arremeter contra el hermano voxero y tragarse como sables la propaganda de izquierdas, que es la mejor garantía para otros cuatro años de Sánchez, vaya usted a saber con quién. Igual con Arrimadas, que aunque no lo soporte, es mucho más lista que Ribera.

A lo mejor la vida nos sorprende, pero el otro día escuchaba a Ayuso como una Esperanza Aguirre con cuarenta años menos y una claridad de ideas sorprendente. Sabe cuáles son los mitos de la izquierda y va a degüello contra ellos. Deja desnudos a los rivales con su dos más dos son cuatro, mientras Génova todavía pregunta y repara. El PP ya debía haber encargado una estatua de oro y brillantes para la maja, vestida de votos y coletas, pues levantó al partido de la nada con la convocatoria de las elecciones madrileñas, tras el desastre de las catalanas y el sorpasso de Vox. Isabel sabe que a Abascal no hace falta tocarlo y puede ser aliado mañana, mientras que Casado se enrabia por no tenerlo tan claro y haber sucumbido a los encantos de la prensa socialdemócrata. No se puede contentar siempre a todo el mundo y enfadar a la misma. Cayetana lo dejó bien claro y sabe dónde sopla el viento. Es inaudito que el PP no le ofrezca la presidencia del partido en Madrid a Ayuso. IDA no se inmuta y el otro día, ante Page, le faltó decir que con las bombas de Génova y sus cañones, la maja se hace tirabuzones.

Goya pintó dos veces a la misma mujer, desnuda y vestida, en dos soberbios cuadros fascinantes. Decían que era la duquesa de Alba y si no lo hubiera sido, merecería serlo. También pintó el quitasol, obra primorosa del casticismo madrileño. Sin embargo, pasado el tiempo, las primeras fueron mucho más populares que el segundo. Hasta el momento, IDA ha sido generosa e incluso pactista, pues le tiende la mano a Almeida, que se le ahúman las gafas como a Gallardón. En cambio, Génova no quiere. Le tiene medio a su sombra y espejo. Y no debieran hacerlo si tanto dicen amar España, cuando está presa de separatas y populistas, Sánchez mediante. Con tantos resquemores, no quedarán más que las pinturas negras de la Quinta del Sordo.