Me está saliendo un verano muy manchego, pero la tierra llama hasta el tuétano. Recorrí el otro día el espacio que va de Ruidera a la Ossa, donde nacen, crecen, se reproducen y a veces mueren las Lagunas. Un lugar mítico, de literatura universal, donde se juntan el realismo mágico y todos los estilos. Cervantes las hizo inmortales y el Padre Guadiana, únicas, inconfundibles.

En realidad, el propio río es la sombra de la luz, el haz del envés, la vuelta del calcetín. He leído este fin de semana las impresiones que en los años cuarenta se llevó Gerald Brenan de un viaje a la Mancha y se centra en el Guadiana. Un río que tiene ojos y los sumerge en las profundidades de la tierra, mira hacia adentro para hacer que broten sus hijas.

Las Lagunas son un milagro, un trampantojo lúcido, la lubricación del mar bajo la tierra. Un paseo por sus orillas es como un recorrido vital, de la anchurosa y valiente a la pequeñita y sin agua. Igual que nuestra existencia, que pasa por diferentes momentos. Así son las Lagunas, que cuando se ponen espléndidas, se vierten unas a otras como los hombres que comparten su alegría.

Ruidera, la Ossa, Montesinos… Todos son nombres de un lienzo que trazó un manco. Siempre consideré que a la Mancha le faltaron poetas… Y, sin embargo, tuvo al más grande, también como el Guadiana, surrealista, pues nadie lo reconoció en vida. Para qué quiere un escritor la gloria después de muerto…

Para qué sirve un río que se entierra en vida… aunque luego se vuelva amplio y se deshaga en hilos al océano. Si Cervantes hubiera tenido dos manos, habría escrito la Biblia de nuevo. Es lo que ocurre en la llanura. Si aquí hubiese habido estudios, nos saldríamos del planeta. Pero es la Mancha lo que es, un trozo de tierra por conquistar que se escapa hacia el cielo.

Uno cree ver en las estrellas aquella peripecia de Don Quijote en Clavileño o las noches cuando dormían al raso y Sancho moría de miedo en los batanes. Si alguien quiere respirar Quijote, tiene que venir aquí, a las venas de la Mancha, que supuran sangre en forma de agua. Es increíble que en un secarral nazca un río de las profundidades.

El mar se ahoga por dentro y las hijas lloran tanto que salen hacia fuera. Don Quijote lo vio claro en Montesinos, porque era un sueño y verdad revelada.

Si uno sigue el camino llegará a la Ossa. Dice mi amigo Andrés o alguno de sus compañeros, que el nombre viene del osario que era del Campo de Montiel, a donde venían a enterrar a los muertos tras el paso de la vida. Como la Laguna Estigia, sólo que en la Mancha y sin Cancerbero.

Al llegar a la Ossa, vista desde arriba, uno descubre un pueblo mágico. Cómo es posible que haya vida entre estos pedregales. Y el hombre fue feliz y plantó una viña y un olivo. Y la Ossa es un pueblo grande, anchuroso, que visto al principio parece irreal también, al tratarse de una visión del viajero.

Todo en la Mancha es juego, sombra y luz, haz y viento, tiempo que pasa sin detenerse. Serían los vilanos las bolitas de un trilero que no deja de darle vueltas al vaso ni a los dados. Y la suerte quiso que naciéramos aquí…

Y nos ligáramos a este espacio que sólo tiene infinito. A la Mancha se viene a soñar y construir mundos. Las realidades no nos importan más que para hacer otras mejores donde los protagonistas mueran al caer de la tarde tras la batalla diaria.

Y desaparecer para siempre el día que la playa diluya nuestros sueños. Hasta entonces, creceremos como el río, jugando a esquivar la muerte, entre las cañas y el viento. Igual que en Comala, al filo de la niebla, entre ojos que duermen y caballos de agua blanca.