A comienzos de este mes que finaliza fallecía Antonio Silva, fiscal que fue de la Audiencia Provincial de Toledo desde el 1975 a 1999, y, hasta su jubilación en 2019, Fiscal jefe de la Audiencia Provincial de Segovia. A pesar de su destacada trayectoria profesional lo cierto es que su aparición en los medios de comunicación, al menos en los últimos treinta años, ha ido asociada a la figura de su hija, la célebre modelo internacional Eugenia Silva. Así ha ocurrido con motivo de su fallecimiento, con el añadido, en el caso de los medios castellanomanchegos, de que era esposo de una ex concejal del ayuntamiento de la capital autonómica. Salvo una semblanza emotiva del ex alcalde de Toledo, Juan Ignacio de Mesa, no ha habido, salvo error, ningún artículo, salvo la escueta noticia, dedicado a tan eminente jurista, a pesar del largo periodo que permaneció en la fiscalía toledana, y, como ahora veremos, todo lo que aportó profesionalmente a las entonces apolilladas instancias judiciales.

Mis recuerdos son los de un funcionario que lo conoció, y que observó de cerca la vitalidad que irradiaba aquel joven fiscal, muy culto y sólido en conocimientos jurídicos. Fue un vendaval de aire fresco el que entró en los tribunales de Toledo con Antonio Silva, que obligó, en particular a la abogacía, a preparar mejor los asuntos, ante un contendiente de gran nivel, al día en las nuevas doctrinas penales y que dominaba cuanta jurisprudencia afectaba a los juicios en los que intervenía. Estaba también identificado con los más modernos postulados de los Derechos Humanos, y eso tenía su traducción en la forma de tratar a los delincuentes, por muy graves que fueran los delitos cometidos.  

A falta de crónicas que reflejen aquella etapa de finales del franquismo, diremos que por entonces todos los tribunales toledanos se concentraban en el edificio de la Casa del Dean, cuya historia, hasta su acomodación como Palacio de Justicia, tiene muy bien contada el historiador Rafael del Cerro, en sus magistrales recorridos por la ciudad levítica. También diremos que, además de la Audiencia Provincial tenían su sede en el citado palacio el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción, único del partido judicial, y el Juzgado Municipal. Al frente de la Audiencia, como presidente, se encontraba el magistrado Antonio Fuentes Pérez, un prestigioso civilista que había impartido clases en la Universidad de Murcia, región de la que era originario. Fiel al habla de su tierra, llamaba a Antonio Silva, con cariño, Antoñico.  

Casi al tiempo que Antonio Silva, llegó a Toledo otro fiscal, Eugenio López, en este caso como jefe y que, aunque estuvo poco tiempo dejó su impronta, y, como investigación más relevante, la instrucción de una causa por delito contra la salud pública, por la contaminación de las aguas del río Tajo. El juzgado de Primera Instancia e Instrucción tenía como titular al magistrado Carlos Diaz Aguado y el Municipal a Antonio García-Tizón, los dos de edad avanzada y próximos a la jubilación, y con poca presencia en la ciudad, pues en aquellos tiempos muchos jueces residían en Madrid y viajaban a sus destinos solo dos o tres días a la semana. Así eran las cosas en aquella administración de justicia. La mayoría de los funcionarios eran también veteranos, muy trabajadores, algunos con historias maravillosas que contar, como eran dos que habían sido oficiales de justicia en la zona norte de Marruecos hasta la descolonización. A todos los recuerdo con afecto, y también por la actitud liberal que mantuvieron en los años de la transición a la democracia, y, por como respetaban mis opiniones políticas republicanas.

Por su parte la abogacía toledana llevaba muchos años anquilosada, con escasa renovación, con una media de edad muy alta y donde casi todos los litigios, civiles o penales, se repartían entre seis o siete despachos, con nombres como Antonio Virtudes, Ángel Angulo, Ángel Conde, Ángel Moreno, Antonio Jiménez Salazar, Mariano Díez Plaza o Agustín Conde; casi todos muy mayores, con largas trayectorias, en algunos casos desde antes de la guerra civil. Empezaban a destacar algunos letrados jóvenes, como Manuel Pulgar y José Manuel Pérez Carrasco, y, con edades intermedias, la gran penalista Carmen Conde Peñalosa, que llegaría a ser la primera mujer decana de un colegio de abogados, o Félix López Rico, muy popular éste en Toledo por haber sido jugador de futbol profesional. No se puede olvidar, en aquel paisaje judicial, a los procuradores, con nombres como Eduardo Nieto, José Luis Vaquero o Ricardo Sánchez Calvo.

Pero dejamos el entorno y volvemos a Antonio Silva, y a la influencia que ejerció en Toledo desde la fiscalía, en las distintas categorías profesionales que tuvo, tales como teniente fiscal, abogado fiscal o Fiscal jefe. En primer lugar, hay que decir que su prestancia impactaba, atractivo, con aspecto de recién duchado siempre, con su barba poblada y el abundante pelo peinado hacía atrás. Alto, de andares firmes, muy educado en las formas, y con cara amable, pero con expresión de alguien que está seguro de lo que dice y hace. A pesar de su origen andaluz no tenía afectación en el habla; recuerdo una voz firme, con un castellano impecable, culto, pero sin concesiones a los arcaísmos y latinajos, típicos de los tribunales. Entre las formas que introdujo, en los interrogatorios de acusados, estaba la de tratarles con exquisito respeto y la utilización del nombre de pila de estos para dirigirse a los mismos, algo muy novedoso entonces.

En todos los sumarios en los que intervenía, relevantes o no, se notaba la preparación previa que había realizado, de manera que obligaba a todos, tribunal incluido, a estar a la altura que la fiscalía marcaba. Recuerdo un caso en el que intervenía, como parte contraria y defensora, una popular abogada madrileña, que representaba a un conductor imprudente, de etnia gitana, que había ocasionado daños irreparables a viajeros de otro vehículo, al que había envestido. La citada letrada, muy ayuna en materia penal, basaba toda su defensa en la situación social del culpable de accidente, que conducía además sin carné y sin póliza de seguro. Antonio Silva trató con mucho respeto al acusado, pero realizó una defensa contundente de las víctimas de aquel irresponsable conductor, y dejó bastante desarbolada a aquella abogada, sobre todo por la ignorancia que mostraba ésta de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

Otro juicio que he recordado estos días, precisamente a propósito de la controvertida Ley de “solo si es si”, es el de una agresión sexual, donde la victima era una mujer que ejercía la prostitución en un club de alterne, y el agresor era un cliente. Todo parecía indicar que habría absolución, por ponerse en duda el testimonio de la mujer, y que el tribunal acogería la tesis de la defensa del procesado, que achacaba la denuncia a una venganza de tipo económico. El fiscal Silva no se dejó convencer por tales argumentos, y no tuvo prejuicio alguno por las circunstancias de la víctima; se empleó a fondo en el interrogatorio del inculpado, valoró bien el parte de lesiones y prueba testifical. Recuerdo que hizo hincapié, algo novedoso entonces, en el delito contra la libertad sexual de la víctima, dejando al margen la profesión de esta. El tribunal, como en otros casos, acogió la tesis del fiscal y condenó al acusado con el rigor establecido en el Código Penal.

Para buscar documentación con la soportar esta semblanza, he consultado una entrevista que le realizaron a Antonio Silva poco antes de su jubilación, en Segovia, y me ha llamado la atención la reflexión que hacía en torno a las leyes penales, y su escepticismo respecto a las reformas que se hacen, casi siempre con la pretensión de precisar más y endurecer penas, muchas veces en caliente, al hilo de algún crimen de los que sacuden a la sociedad. También opinaba Antonio Silva acerca de la enfermedad mental de los criminales, algo que ha preocupado a relevantes juristas, con la paradoja de que nuestra sociedad se encuentra inerme en muchas ocasiones, pues estos enfermos, al haberse cerrado hace años los centros psiquiátricos, deambulan por las calles sin tratamiento alguno. Eran las reflexiones de un jurista maduro, pero en el que reconocí al que llegaba a Toledo en 1975, sin cumplir aún los treinta años, y que conmocionó para bien nuestro caduco y provinciano panorama judicial. Descanse en paz.