Mientras los lectores deciden ver la exposición que CORPO, de D. Roberto Polo, ha organizado en el edificio de Santa Fe sobre el pintor manchego Gregorio Prieto y su relación con García Lorca, les cuento  una historia  del artista manchego.

Gregorio Prieto había marchado con sus padres desde Valdepeñas a Madrid a la edad de siete años. En Madrid se formó como pintor, como fotógrafo, como dibujante y como renovador del arte contemporáneo. Terminaría volviendo a Valdepeñas cuando ya era mayor y Madrid se adentraba en una efervescencia con la que no se atrevía. De vuelta a los orígenes, no abandonados del todo, descubrió La Mancha y reivindicó a Cervantes.

En Argamasilla de Alba, donde se dice que Cervantes estuvo preso e inició El Quijote, Gregorio Prieto se encerró durante tres noches y cuatro días en la cueva de Cervantes para establecer una conexión intemporal, en la soledad del encierro, con su espíritu y su telúrico personaje D. Quijote. En el encierro concibió la idea de escribir, a la manera de Daudet, “Unas cartas desde la cárcel de Cervantes”, componer un Quijote original por sus ilustraciones y su prefacio y organizar un homenaje de mujeres a Cervantes. El episodio ocurrió en el año 1961 y se narra en el libro publicado en la colección Añil, titulado “Mi amistad con Gregorio Prieto”, de Pascual-Antonio Beño. Pedro Menchén ha organizado las cartas y revisado la historia del  autor,  que fuera amigo de Prieto.

Las anotaciones de Beño sirven para conocer cómo Gregorio Prieto redescubrió esa Mancha ancestral que Cervantes eligió como territorio en el que situar la vida y aventuras de D. Quijote. Pronto sabremos, por las investigaciones exhaustivas de Francisco Javier Escudero Buendía, quiénes fueron los personajes concretos en los que se inspiró Cervantes y quién le pudo contar las historias reales que ocurrían en La Mancha en el siglo XVI, que Cervantes trasmutaría en ficción. Los hallazgos de este investigador elevarán la categoría mítica de la novela y su valor absoluto como obra de imaginación.

La Mancha de Cervantes era un conjunto territorial aislado de los poderes institucionales, aunque conectada con el exterior por el trasiego de gentes de diversos lugares y procedencias. Por sus caminos y veredas pasaban ganaderos, arrieros, comerciantes, peregrinos, emigrantes, pastores, aventureros, delincuentes, conversos, moriscos, recaudadores de impuestos, autoridades menores, caballeros de las ordenes militares que controlaban esos territorios. Tomaba cuerpo un micromundo excéntrico y fantasioso adecuado para desarrollar las aventuras de un personaje enloquecido por la lectura.

Gregorio Prieto, durante el encierro, intuye ese magma complejo y alucinado que latía en la incandescente llanura de La Mancha. Un universo en el que imaginación y realidad crean una realidad alternativa. Era una época de narrativas orales que se construían en mesones y posadas, en mercados y ferias, por gentes diversas que pasaban hacia el Norte, hacia el Sur o hacia el Mediterráneo en busca de un horizonte al que anclarse. Aún hoy, en pleno siglo XXI, pueden suceder hechos como los que cuentan Almodóvar, Cuerda o José Mota.

La Mancha continúa siendo un territorio por el que transitan narraciones, aventuras y personajes que en los relatos de los pueblos se convierten en leyendas. Ese universo inextrincable fue lo que descubrió Gregorio Prieto en los días del encierro en la cárcel de Argamasilla de Alba en la que, cuentan, estuvo preso Cervantes e inició el Quijote. Una más de las leyendas que circulan por La Mancha.