Existe un lugar en el que todo es posible. La luz que ilumina el lugar es un arco iris sin noches, solo día. De ahí que los hechos que puedan suceder en ese lugar cuando se trasladan a la realidad se muestran grotescos o caricaturas. En el lugar que tratamos se necesita un poco o un mucho de suerte y un trabajo constante para salir adelante. En ese lugar el individuo se construye a sí mismo, con audacia, con voluntad o con los recursos y contactos adecuados. En ese lugar un denominado "técnico sanitario", -ahora sabemos que el nombre es una forma de lavar a quien es simplemente un caza comisiones– no es un médico, ni una enfermera, ni una auxiliar de clínica, ni otras actividades de la aplaudida actividad sanitaria, con su esfuerzo puede comprarse un piso en un barrio rico de la capital por valor de un millón de la moneda del lugar, utilizar un ático que se sitúa arriba de su piso y desplazarse en automóvil de una marca de nombre casi mítico. Sí después de toda una vida trabajando se tiene un patrimonio y se puede permitir comprar una casa, un coche o siete, mientras esté legal, será un triunfador. Lo ganado se debe a sus habilidades. ¿Cuáles?

El lugar no es ajeno al Mal. Y este busca las maneras de destruir al virtuoso. El hombre o la mujer virtuosos son los que se hacen a sí mismos, los que creen en sus posibilidades, a pesar de que quienes viven a su alrededor los envidien. Sí, abunda la envidia y el rencor también en los lugares imaginarios. Son precisamente esos los instrumentos que emplea el mal para derribar a las personas que obtienen beneficios con su trabajo y esfuerzo. El hombre o la mujer, obstinados en conseguir su propio poder, suben en la escala social y se sitúan en el selecto club de los audaces. El arquitecto de sí mismo merece cuantos éxitos sea capaz de conquistar. Sin amedrentarse cuando compruebe que todos los poderes del Estado le perseguirán. ¿Quiénes son esos poderes? ¿Ven sus caras viscosas, sus muecas horrendas, su perversidad luciferina? Lo investigarán de manera salvaje y desquiciada y destruirán a cuantos estén a su alrededor. Se puede poner nombres a quienes odian a los triunfadores, pero su sola mención llenaría de lodo el texto. En ese lugar abierto, la inteligencia engendra beneficios para él y su bienestar, la ambición legitíma sus esfuerzos y la recompensa llega. Que no alcance a la mayoría se debe a que tal vez no se esfuerzan lo suficiente. O carecen de los contactos precisos. El éxito, combinado con la libertad para tomar cañas, abre puertas y despeja camas.

Para escribir el relato, y respetar los derechos de la propiedad intelectual, admito que he empleado palabras y frases de la Sra. Isabel Díaz Ayuso, gran defensora de la individualidad sin frenos. Y también una novela básica para comprender los vaivenes de los triunfadores. La novela se titula "El Manantial", publicada en 1943, (existe una versión cinematográfica con el mismo título). La autora es Ayn Rand. Una emigrada a Estados Unidos desde San Petersburgo. En el tránsito dejó atrás el nombre real, Alissa Rosembaum. Como curiosidad decir que Trump, cuando llegó a la presidencia de Estados Unidos, declaró este como su libro preferido. Y Alan Greenspan o Mike Pompeo también. Ray Dalio, uno de los inversores más influyente del planeta, dijo que Trump y sus amigos "odian la debilidad, lo improductivo, el socialismo y sus políticas, mientras admiran a los fuertes y quienes pueden generar beneficios". Pues, eso.