En mi semana han coincidido tres personajes entre la ficción y la realidad. No, no son, ni Sánchez, ni Puigdemont, ni Santos Cerdán, aunque acaben imponiendo un inevitable ruido de fondo en la vida de uno. El  primero, Eugenio por la película de David Trueba, que aún no he visto; el segundo, José María Carrascal por su muerte, y el último, El Loco, por el libro editado por sus dos hijas y al que me refería en la columna de hace unos días: tres hombres que construyeron un personaje singular e irrepetible y demostraron que los senderos de la comunicación como los del señor son inescrutables.

¿Quién apostaría en el mundo del espectáculo por un monologuista que cuenta chistes tras el atrezo de un taburete, un velador, un paquete de tabaco y un vaso de tubo con una cara de funeral de tercera? ¿Quién por un presentador de telediario sesentón, digresivo, vacilón, dispuesto a sacar punta a la noticia más normal para darle la vuelta vestido con unas corbatas que ponían carne de gallina? ¿Quién por un comunicador imponiendo silencio antes que una respuesta?

El triunfo de los tres fue construir personajes y vender su mensaje como si pretendieran, todo lo contrario de lo que al final conseguían, atrapar al espectador, llevarle a su huerto y desde ahí, establecer una complicidad personal que parecía diseñada específicamente para cada espectador. Es verdad que a Jesús Quintero, a Carrascal y a Eugenio, les comprabas el lote completo o te provocaban un rechazo insalvable de por vida. O te entraban o los aborrecías; o te dejabas seducir y acunar o te salía un impulso interior y, como un perro de Pavlov, saltabas para apagar la radio o la televisión.

Pero ahí está la fuerza de los tres. Llevar aparentemente la contraria al principio de que la forma es el mensaje para llevarse al huerto al espectador. No ser como nadie anterior y aparentemente poner al personaje por encima del producto que pretendes vender. Algo solo al alcance de unos pocos capaces de marcar las memorias con la fuerza de los símbolos representativos de una generación y de una época. Un periodismo, un espectáculo, una comunicación solo al alcance de los genios.

Benditos Locos de la colina, José María Carrascal y Eugenio a secas, que de tanta mierda de realidad me habéis rescatado los últimos días. El penúltimo servicio.