Como un niño protestón, en este comienzo de curso, la derecha mal criada dice a todo que no. Se opone a todo, protesta por todo. La derecha de UCD nos engañó, nos hizo creer que la derecha franquista era la derecha renovada en demócrata que el nuevo partido incorporaba. Una derecha moderna, dialogante. De hecho tan solo quedó un resto del franquismo más reaccionario al acecho, esperando tiempos mejores. UCD se desmoronó y aquellos residuos franquistas terminaron siendo el germen de esta derecha que se opone a todo, que hace ruido y que está contribuyendo a desprestigiar todas las Instituciones democráticas en las que deberíamos creer.

El último y más fragante caso es de la Justicia. Su alineamiento político, sus sentencias arbitrarias, sus procedimientos dudosos nos dejan ver unaJusticia intrincadamente corporativa, ciega a sus propios errores, anclada en el pasado franquista y en los últimos años de gobierno de la izquierda capaz de situarse con ostentación al lado de la derecha cavernaria. Conviene fijarse en su posicionamiento contra una ley que aún no había sido publicada. Quienes aplican las leyes se sitúan contra un texto que desconocen. Insólito. ¿Cómo fue posible tal dislate, si no es porque la mayoría de la magistratura apoya tales comportamientos?

O su huelga contra un anteproyecto de ley que quiere reformar el acceso a la judicatura y otros asuntos sometidos a concretas prácticas corporativas. La derecha que viene de Fraga en el último congreso de Valencia ha decidido despojarse de todos los artificios democráticos para revelarse como lo que es: una ultraderecha que está recuperando - no los había olvidado - los tics fascistas y las añoranzas de la dictadura.

La derecha dice a todo que no. Sánchez propone un pacto de Estado para hacer frente a los estragos del cambio climático y Feijóo dice que no. Prefiere que el desastre de este mes de agosto se repita en los veranos siguientes antes que aceptar que España tiene responsabilidades que deben ser compartidas por todos. Sánchez propone reducir una parte de la deuda de las Comunidades Autónomas y Feijóo impone a sus barones el no. Claro que esos amiguitos, que el líder caprichoso ha incorporado a su banda, deberían explicar a los ciudadanos los porqués de esta negativa a reducir una parte de la deuda.

¿Con una deuda inhabilitante mejorarán la sanidad pública? ¿Podrán dotar a la Educación de los recursos necesarios para conseguir alumnos más formados, más preparados para la nueva sociedad que está emergiendo? ¿Podrán atender mejor a una población que envejece y necesita más y mejores prestaciones asistenciales?

La derecha malcriada y sus amiguitos protestones no tuvieron ningún problema para que se traspasaran al erario público las deudas contraídas por los bancos por sus ineficiencias de gestión. En cambio, cuando de los ciudadanos se trata, dicen no. Y para rozar el absurdo uno de los argumentos es porque fue idea de un partido de Cataluña. El más cutre anticatalanismo de la derecha nacionalsindicalista

El señor Montoro dijo, y se ha vuelto a repetir en estos días, que era mejor que España se hundiera, que ellos la levantarían. Sabemos cómo lo hizo el ministro con su bufete particular. Y es que la derecha está acostumbrada a ser la dueña del poder. Impone impuestos a la mayoría y rebaja o suprime impuestos para otros. Claro, siempre pasando previamente por caja. Sánchez se subleva contra el matonismo de Trump y la derecha prefiere las humillaciones y hasta las groserías del personaje antes que defender los intereses propios. Como afirma el historiador Paul Preston, España tiene la peor derecha de Europa. Una derecha que solo sabe decir no a cualquier propuesta que pueda mínimamente favorecer a la mayoría de españoles.