La ciencia, como el periodismo o el amor… está en todas partes. Por eso hoy podría hablarles de astronomía para explicar la estrella de Belén; de etnobotánica para ampliar sus conocimientos sobre muérdagos y acebos o de probabilidad para que entiendan por qué no les ha tocado el Gordo.
Sin embargo, voy a contarles algo que bien podríamos aprender de nuestros vecinos británicos en estas fechas de fácil postureo, estrés festivo y probable atracón. Este lunes, 22 de diciembre, cientos de personas abarrotarán el teatro de la Royal Institution de Londres para asistir al evento Chemistry of a candle, que hace meses colgó el cartel de "no hay entradas". Se trata de una iniciativa de comunicación social de la ciencia que reinterpreta la serie de seis conferencias ofrecidas originalmente por Michael Faraday, el de la famosa jaula, entre 1835 y 1861, a excepción de los años de la II Guerra Mundial. Nacían así las Christmas Lectures, que aún perviven y que este año, para conmemorar su 200º aniversario y a petición popular, recuperan la serie original de Faraday en una sola charla con múltiples demostraciones sobre la química y la física de una simple vela… o de la vida.
El padre del electromagnetismo moderno, que ingresó en la Royal Institution gracias al aislamiento del benzeno, reunió a más de 700 personas cuando impartió la última de sus conferencias. Estas charlas, navideñas y vespertinas, establecieron un modelo de divulgación científica para todos los públicos en el que hoy se vuelca el país entero, con retransmisiones televisivas y conexiones en streaming desde las principales universidades y centros de investigación.
En España, lamentablemente, carecemos de esta tradición, pero es cierto que, durante los últimos años y gracias al empuje de algunas personas y organizaciones, ha aumentado significativamente el interés de la ciudadanía por los contenidos científicos, tal y como evidencian los eventos presenciales, la industria editorial, la televisión o las redes sociales. Algunos científicos y científicas con talento comunicativo emergen en ellas como estrellas del rock y en América Latina, incluso, los hay que llenan estadios.
En Castilla-La Mancha también hay impulsos pioneros, casi siempre independientes, que han sabido responder a este interés creciente de los públicos, pero falta una sintonía institucional acorde y consecuente. Falta comprender que la ciencia forma parte de la cultura, que la investigación no es solo un instrumento al servicio del desarrollo y que el conocimiento científico alimenta una forma de pensar críticamente que construye sociedades más libres y plurales.
Si en 2026 les toca programar, no olviden la ciencia. Y si les toca competir por la capitalidad cultural, no la desprecien.