Resulta que Ciudad Real atesora el mayor depósito de wolframio del mundo. Así lo contaba en la radio el presidente de la empresa concesionaria de la mina "El Moto", que se encuentra en Abenójar, aunque en la web solo dicen que es uno de los más importantes de Europa. Y además hay oro. No me digan que no pinta bien.
El yacimiento tiene todas las bendiciones: informe favorable de impacto ambiental, autorizaciones administrativas y consenso social en el municipio. Hasta la Comisión Europea ha subrayado su carácter estratégico incluyéndolo entre los siete proyectos españoles amparados por la normativa sobre materias primas fundamentales, con la que Bruselas pretende reducir la dependencia exterior, especialmente de China, antes de 2030.
Abenójar queda así al margen de la polémica surgida en torno a la explotación minera en el vecino Campo de Montiel. Y es que el wolframio no es una tierra rara como el escandio, el itrio y los quince lantánidos, muy controvertidos por las dificultades económicas y el impacto ambiental que causarían su extracción y procesamiento.
Como las tierras raras, nunca se encuentra en estado puro en la naturaleza. El wolframio forma parte de minerales como la scheelita, la ferberita, la hübnerita o la wolframita, que contiene los dos primeros. Estos son, precisamente, los que dominan en "El Moto".
Tienen en común, además, que son elementos clave para el desarrollo tecnológico, la transición energética y la industria de defensa. Sin embargo, por su dureza, densidad y resistencia al calor, el wolframio resulta indispensable en herramientas de corte, componentes médicos y blindajes, mientras que las tierras raras, por sus propiedades magnéticas, ópticas y químicas, tienen otras aplicaciones.
Conocemos la historia del wolframio patrio y los nazis, pero poco se habla de que este metal es, además, la gran aportación española a la Tabla Periódica de los Elementos. Se lo debemos a los hermanos Juan José y Fausto Delhuyar, riojanos, los primeros en aislar el wolframio allá por el último tercio del siglo XVIII.
Lo lograron en el Seminario de Vergara, afamado polo de investigación científica en la época, y lo llamaron así por el mineral del que procedía, la wolframita. Un par de años antes, en Suecia, ya habían conseguido identificarlo en otro mineral, aunque no llegaron a obtenerlo de forma pura. Le pusieron tungsteno, que en sueco significa "piedra dura", y esta es la denominación adoptada por la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC).
De ahí que este metal esencial, crítico, estratégico y codiciado se presente con el doble nombre: tungsteno, el de los filamentos de las bombillas que ya solo podemos contemplar en los museos, y wolframio, el de la W, el que reivindican la Real Academia de la Lengua y la Real Sociedad Española de la Química (RSEQ). El que me gusta.
Si quieren saber cómo vamos de escasez y sostenibilidad, echen un ojo a la tabla periódica de la Sociedad Europea de la Química (EuChemS), que además identifica los 30 elementos más comunes en nuestros teléfonos móviles. Once de ellos tienen disponibilidad limitada, lo que podría afectar al futuro del suministro. Adivinen cuál es uno.