Cuentan que a la actriz e inventora Hedy Lamarr, cuando rodaba el orgasmo más escandaloso de la historia del cine, el director le estaba pinchando con un alfiler en el culo desde debajo del colchón.

La anécdota forma parte del repertorio que desgrana el doctor en neurocosas y divulgador toledano José A. Morales García, al que he tenido la ocasión de disfrutar en directo de la mano de la asociación Ciencia a la Carta.

Estudia el sistema nervioso desde la Universidad Complutense de Madrid y se confiesa muy fan de Cajal. De toda su escuela, especialmente de las mujeres que la conformaron, entre las que había una nacida en Toledo. Pero esa historia la contaremos otro día.

Al @drastrocito, su alter ego en Instagram, le encanta hablar del cerebro y, acercándose el 14 de febrero, del festival neuroquímico que se desata al enamorarnos.

Querer y dejar que te quieran es harto complicado, lo que cobra todo el sentido si asumimos que en ese proceso en el que prácticamente perdemos la cordura intervienen hasta 29 áreas cerebrales y más de 10 neurotransmisores. Esas minúsculas biomoléculas correveidile son las culpables del arrebato que empieza en cuanto posamos la vista en la persona afortunada.

A partir de ahí quedamos absolutamente a merced de neurotransmisores, neuromoduladores, neuropéptidos y hormonas. La estrella es la dopamina, la diva que llega y arrasa. Y aquí es cuando, en sus presentaciones, Jose saca el gif de Beyoncé envuelta en brillos. Qué fantasía.

La dopamina viaja por el cerebro recalando en diversas zonas relacionadas con el sistema de recompensa, de modo que el enamoramiento llega a procurar el mismo placer que comer lo que nos gusta, contemplar la belleza o consumir determinadas sustancias que causan adicción.

Si, de repente, a usted le brillan los ojos, siente palpitaciones, suspira, tiene mariposas en el estómago y le suben los calores… puede que se haya enamorado. Pero piense también que la dopamina anda, sola o acompañada, campando a sus anchas en su corazón, su sistema respiratorio, el tracto digestivo o la regulación térmica. Tanto que incluso "apaga" la zona cerebral responsable de la toma de decisiones y estimula las áreas que intervienen en la memoria.

A este viaje no tan lisérgico suelen acudir también neurotransmisores como la serotonina o la noradrenalina, responsables de otras emociones que vivimos durante el enamoramiento, la pasión, la atracción y el apego, así como la famosa oxitocina, una hormona que, adecuadamente estimulada, hace que las parejas duren.

En estos días de menús para dos, escapadas en pareja y visitas al centro comercial, lean a José, neurocientífico de mis amores, y comprendan esa bioquímica a la que debemos tantas penas como alegrías y sobre la que descansa un universo creativo tan antiguo como la humanidad.

Si se han enamorado y son correspondidos, disfruten y hagan un esfuerzo para producir oxitocina (si es que quieren prorrogarlo). Si en algún momento hay divergencias, siempre pueden copiar a nuestros políticos. Ya saben, amor y síntesis.