Escribo esta columna al término de una semana trepidante, en la que –en medio del ruido y de los follones provocados por la sentencia del procés– se han sucedido tres noticias culturales de destacado relieve: la concesión del premio Nobel de Literatura a Peter Handke y a Olga Tokarczuk, el pasado 10 de octubre; el fallecimiento del crítico literario estadounidense Harold Bloom, el pasado 14 de octubre; y la asignación del Premio Planeta a Javier Cercas y Manuel Vilas, la noche siguiente. El tratamiento dado a las tres noticias constituye un buen campo de observación para constatar el automatismo con que buena parte de los agentes culturales asumen, ya sea para aplaudir o para condenar, el dictado de la ideología dominante, del pensamiento políticamente correcto.

Peter Handke acaba de asegurar que no piensa hablar nunca más con la prensa. Lo hace justamente indignado por el tipo de abordaje de que ha sido objeto por parte de quienes, veinte años después, siguen interpelándolo sin haberse tomado el trabajo de documentarse sobre el contenido real de las razones que lo movieron a cuestionar públicamente la versión oficial sobre las llamadas guerras balcánicas. La concesión del Nobel no ha hecho más que reavivar lo que desde aquí mismo califiqué como “una de las más abrumadoras campañas mediáticas de difamación y de castigo desatadas en las últimas décadas contra ningún escritor, cualquiera sea su signo político”. En este caso no son sólo periodistas infatuados los que, sin haberse preocupado de revisar –a la luz de las contundentes evidencias de que hoy se dispone– esa versión oficial, continúan denigrando a Handke con ignorancia crasa de las palabras que escribió y pronunció en su día: a ellos se suman las voces de escritores y pensadores de los que uno hubiera esperado la mínima decencia de calibrar sus propias palabras, como es el caso de Salman Rushdie o de Slavoj Zizek, penúltimos corifeos de una larga y bochornosa lista de inquisidores perezosos, a los que sigue sin ofender un sintagma tan aberrante como el de “guerra humanitaria”.

En acusado contraste con la suspicacia que despiertan Handke y Bloom, resulta casi reconfortante observar la alegre y mansa connivencia con que políticos, escritores y periodistas acudieron a la gala del Premio Planeta

La muerte de Harold Bloom ha desatado, por su parte, un aluvión de renovadas críticas a su ya vieja propuesta de “canon occidental”, críticas que, con obcecada susceptibilidad, siguen malentendiendo la naturaleza en buena medida teatral y abiertamente provocadora del gesto de quien empezaba por declarar, al frente mismo de su personalísima selección, que “nadie posee autoridad para decirnos lo que es el canon occidental”. El mismo Bloom decía haber escrito el más recordado de sus libros en parte para “combatir la política cultural, tanto de derechas como de izquierdas, que destruye la crítica”. Y es esa misma política cultural –cuya sustancia misma es la corrección política– la que, veinticinco años después, con perfecto desentendimiento del titánico impulso en que fundamentaba su gesto temerario, sigue increpándolo.

En acusado contraste con la suspicacia que despiertan Handke y Bloom, resulta casi reconfortante observar la alegre y mansa connivencia con que políticos, empresarios, escritores, famosos de toda pluma, profesionales de los más variados ramos y por supuesto periodistas acudieron una vez más a la gala del Premio Planeta y, tras soportar pacientemente el supuesto suspense de las deliberaciones del jurado, aplaudieron tan contentos la sorprendente revelación de los dos ganadores de este año: Javier Cercas y Manuel Vilas.

La naturalidad –por no hablar ya del cinismo– con que se arropan y celebran operaciones comerciales cuya dimensión cultural se sustenta en un volumen de ventas cuidadosamente planificado es proporcional a la que ostentan, al obtener el premio, significados escritores que para nada se sienten concernidos, al parecer, por la naturaleza fraudulenta de ese premio, da igual que se juzgue más o menos inofensiva.

El pobre Vilas ha tenido que tragarse estos días las palabras que –con mención expresa al Planeta– profiriera tan alegremente tiempo atrás acerca del “daño irreparable” que hace “la mezcla de literatura y productos editoriales”. En cuanto a Cercas, la noche de la gala declaraba, muy convencido: “A mí me gustan los escritores que siempre son distintos y siempre son el mismo. Ese es el tipo de escritor que a mí me gusta”.

Así cualquiera, dan ganas de añadir. Uno puede repetirse o contradecirse, y todos satisfechos.