Desde este mismo lugar me he referido en alguna ocasión al mérito añadido de determinados traductores que actúan como auténticos “pontífices” de las literaturas con que trajinan. Pontífices, digo, en el sentido estricto de ‘hacedores de puentes'. Especialmente señalado es, a este respecto, el elenco de traductores del alemán que en España -y también en Hispanoamérica- han actuado y siguen actuando, por iniciativa y cuenta propias, como embajadores casi de la cultura germánica. Pienso en traductores ya muy veteranos y renombrados, como Miguel Sáenz, que ingresó no hace mucho en la RAE, con todo merecimiento. Pero también en otros más jóvenes, como Juan de Sola, a quien debemos impecables traducciones de Robert Walser y, recientemente, una luminosa versión -publicada en Alba- de ese libro extraño y portentoso que es Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke, que la mayoría de nosotros habíamos leído en una reputada traducción de Francisco Ayala demasiado deudora, según indicios bastante concluyentes, de otra francesa.

Un caso singular lo constituye Adan Kovacsics, que a su bien ganada fama como traductor del alemán suma la de codiciado traductor de esa lengua endiablada que es al parecer el húngaro. Gracias a las prospecciones y recomendaciones de Kovacsics, de la literatura húngara nos vienen llegando a España algunas muestras muy reveladoras. Entre ellas, quiero destacar aquí un librito recién aparecido que todavía no he terminado de leer del todo cuando, intoxicado de entusiasmo, escribo esta columna. Me refiero a La melancolía de las obras tardías, de Béla Hamvas (1897-1968), pequeña antología de prosas ensayísticas y narrativas de un autor apenas conocido por estos pagos, donde, hasta la fecha, sólo se había publicado de él esa joyita que es La filosofía del vino, traducida también por Kovacsics, para Acantilado.

La melancolía de las obras tardías ha sido publicada por Ediciones del Subsuelo, donde meses atrás el mismo Kovacsics debutó como narrador con un libro delicadísimo y muy original: El vuelo de Europa. Felicito a esta pequeña y aventurera editorial por acoger la propuesta de Kovacsics de armar esta antología de Hamvas, que reúne algo más de una docena de textos de índole inclasificable, espigados de un caudal abundantísimo, dado que las obras completas de este autor, todavía en marcha, suman de momento 28 volúmenes.

Si La melancolía de las obras tardías constituye una muestra representativa de la literatura de Hamvas, sólo nos cabe desear que se sucedan nuevas entregas de la misma. Las dos de que disponemos hasta ahora son una verdadera fuente de dicha, de inteligencia, de sabiduría. Claro que ¿cómo orientar convenientemente al lector sobre su contenido? Imagino a un comentarista húngaro haciéndose esta misma pregunta con el muy improbable motivo de presentar en esa lengua una antología de, pongamos por ejemplo, los artículos de Álvaro Cunqueiro. Pero no, el ejemplo no sirve. Y es que, aunque Hamvas derrocha, como el Cunqueiro articulista, gracia, bondad y sensualidad, sus piezas ensayísticas tienen mayor calibre, también más vuelo y más hondura. Su cultura, no menos caprichosa y fantasiosa, es sin embargo mucho más amplia y filosófica.

Hamvas, que vivió las últimas décadas de su vida absurdamente marginado y silenciado por el régimen comunista húngaro, fue, a pesar de los rigores sufridos, un políglota resuelto (aprendió sánscrito y hebreo), profundo conocedor de la Grecia clásica, y un lector insaciable. Sus textos -una imposible combinatoria de ecos de Heráclito, de Shakespeare, de Lao Tsé, de San Francisco de Asís, de Bach, de Tolstói, de Goethe, de los Upanishads, de Jorge Guillén, de Cézanne- destilan humor, vitalidad, experiencia, espiritualidad, ausencia de prejuicios y una total carencia de fatuidad.

A imprevisibles y siempre deslumbrantes consideraciones sobre música, filosofía, arte, política o religión entrevera Hamvas inesperadas y casi apremiantes recomendaciones culinarias, arrobadas disquisiciones sobre el canto de los pájaros, convincentes especulaciones sobre el alma de los árboles, o imprescindibles advertencias sobre la manera de coger cerezas. Qué texto hermoso el titulado: “Coger cerezas”, tan instructivo, tan edificante. En él Hamvas describe contagiosamente cómo, subido a un cerezo, tuvo su más perfecta experiencia de la libertad. No, no se lo pierdan.