Cristina Rivera Garza. Foto: Juan Rodrigo Llaguno

Cristina Rivera Garza. Foto: Juan Rodrigo Llaguno

Poesía

La poesía sabia y fascinante de Cristina Rivera Garza: cuando el autor crea al lector

La edición de la poesía completa de la autora mexicana pone el lenguaje en una crisis de la que se sale renovado.

7 febrero, 2024 02:13

Lo diré ya: la poesía de Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964) es excepcional y este volumen de poesía completa es de lo más recomendable.
Conocida en España por sus novelas, sobre todo, y ensayos, ninguno de sus libros de poesía –salvo inadvertencia mía– se había publicado aquí, excepto La muerte me da, conjunto incluido en su novela de título homónimo y que se atribuye allí a Anne-Marie Blanco, uno de sus personajes.

Me llamo cuerpo que no está. Poesía completa

Cristina Rivera Garza

Lumen, 2024. 414 páginas. 22,90 €

De manera que esta publicación viene a ser su presentación y no puede ser mejor. El lector encuentra en estos poemas la problematización de la entidad “yo”, el trabajo con el lenguaje –medio de conocimiento a la vez que se le trata como a un juguete–, su fragmentación, la escritura de expresiones en lenguas variadas, la apropiación para el poema de géneros en principio extrapoéticos, la inserción de textos tanto de autores canónicos como de Juan Rulfo, Pere Gimferrer, Gertrude Stein o Bob Dylan.

En esta poesía igual se recurre a la Wikipedia –ese discurso del saber anónimo y colectivo– que se nombran y transparentan en la escritura lecturas de pensadores relevantes de nuestro tiempo –Gilles Deleuze y Félix Guattari, Slavoj Žižek–.

[El grito de amor y denuncia de Cristina Rivera Garza]

Lo autobiográfico se presenta a la vez como la vida de otros, como en “Y ellos, por supuesto, es solo otra manera de decir nosotros”. Es pensar “yo” como identidad abierta, partícipe del otro y viceversa, reiterado en “Yo eras otro, Rimbaud dixit / pero era más” o en “Yo era tú”.

Si eso se dice de “yo” y, como si se renunciara a sus significados, se da de las palabras su estatus gramatical, “Aquí, decía […] adverbio de lugar […] definición paradigmática” o “El sueño es un sustantivo”, o informaciones etimológicas, y no faltan apreciaciones muy particulares como “Atolondrado es un adjetivo espectacular”, o la frase seria se desliza al chiste “El presente es un regalo, sobre todo en inglés” y “Huir es ir hacia Hu” ilustra el jugar con las palabras.

[Había mucha neblina o humo o no sé qué, un experimento en torno a Juan Rulfo]

En otros momentos se acude a descripciones anatómicas, o se dice que no se dice “[Aquí debería ir algo que no existe y por eso no está]”, todo lo cual pone al lenguaje en un estado de crisis, una crisis de la que sale renovado.

Por eso, estos poemas, y no solo pasajes como los citados, se leen como si se estuvieran descubriendo las palabras, el hablar mismo, poesía en estado puro, gesto de creación que se hace explícito “Agnes abre la boca y se hace El Mar”. Ese fundar el habla, esa crisis, se manifiesta también en acumular traducciones, nombrar, por ejemplo, la muela del juicio en diversos idiomas, como el árabe o el coreano en sus escrituras propias.

[Violencia contra las mujeres en México: los cuentos perturbadores de Laura Baeza]

Como ha quedado apuntado, la escritura de Rivera Garza incorpora textos de varia procedencia y a veces de no escasa extensión, desde un informe médico a telegramas, pasajes de blogs, como también en su novela No hay tal lugar.

Esta integración de discursos colabora al acoso al yo-autor y llega a la utilización de la máquina Lazarus, ingenio que entremezcla textos diversos –introducidas algunas frases “de manera aleatoria”–, lo que produce un hablar que es invención con resultados que se dirían dadaístas: “Me he firmamento”.

Palabras propias y palabras de otros son aquí solo palabras, palabras signadas por la gracia de la poesía más verdadera y reveladora. El cuerpo, la sexualidad son temas que exigirían otro espacio.

Lenguaje e identidad sin identidad: “Todo libro es una cita textual”, “El Texto construye el Yo”, afirmación esta del poema “El lecho iridescente”, todo él una maravilla, un yo que remite tanto a la instancia autor como a su reverso, la del lector, que es también, pues, creado por esta poesía sabia y fascinante.

La gramática del lugar

[…]
Aquí, arsénicamente, en la coyuntura adverbial
de los venenos nimios
pronunciaba la palabra utopía
no hay tal lugar
y el animal deseoso y cavilante hurgaba la iluminada orilla
de lo real.
Aquí, en el lenguaje, el único lugar. [...]