Martha Asunción Alonso. Foto: C. P.

En Wendy, como en otros poemas de sus libros anteriores, la memoria ocupa un lugar considerable. Unos recuerdos que se centran de manera particular en las figuras familiares, yo diría que no tanto para trazar una genealogía, cuanto para exponer, y para explicarse la autora a sí misma a través de las personalidades que, para seguir o no, supusieron modelos de vida, como si dijera "de todo eso vengo y así soy". A este componente autobiográfico, o que lo aparenta, se añaden otros recuerdos como las muñecas inalcanzables cuando niña o la retahíla de todo lo que no aprendió durante la LOGSE.

Así, lo que Wendy traza es un retrato, del personaje que habla y que pone en pie Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986), en el que es su ya octavo libro de poesía. Retrato de Wendy, retrato, pues, de mujer, de una de las tantas formas "de estar mujer" -y es que "Es preciso decir que no somos iguales las iguales"-, como dice uno de los poemas que significativamente termina en "Resistir". Blas de Otero escribió "Nos queda la palabra" y Alonso afirma "Nos roban la palabra" en un texto excelente como en general lo es este libro. Partiendo de ese dictum, se salta de la violencia que sufrió la Filomela clásica a las de Boko Haram o los talibanes, pliegue de la historia sobre el crimen, como si nada hubiera cambiado.

Hay en Wendy variedad formal, poemas en prosa y los más en verso y éstos siempre con un buen sentido del ritmo. Otro atractivo lo aporta la dicción, ya sea con tropos eficaces -"El mundo era franela, y era adobe./ Silicosis del tiempo"-; ya con giros del discurso, como el cambio de persona verbal cuando, hablando de los bígaros, irrumpe el yo para identificarse con este molusco en el momento de ser extraído de su concha con un alfiler. Anécdotas biográficas, referencias al mundo clásico, a poetas contemporáneos, y a la terrible realidad más próxima, todo unido al saber poético de Alonso hacen de Wendy un libro de todo interés.