Image: Homero, Ilíada

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Novela

Homero, Ilíada

Alessandro Baricco

16 junio, 2005 02:00

Alessandro Baricco. Foto: J. Harang

Trad. Xavier González Rovira. Anagrama. Barcelona, 2005. 192 páginas, 14 euros

El original escritor Alessandro Baricco (Turín, 1958) representa en el cambiante espacio cultural de hoy una de las mejores promesas de auténtica renovación.

En sus obras las fronteras de la novela son trasgredidas por sistema, los elementos literarios se entrecruzan de maneras inesperadas, lo oral se mezcla con lo escrito, la palabra se engancha a la imagen y viceversa, y los aspectos clásicos del argumento, como la importancia de contar una buena historia, adquieren un renovado protagonismo.

Su novela corta Seda (1996) constituye un superventas de calidad, porque conjuga perfectamente, como es el caso, por ejemplo en las ficciones de Gabriel García Márquez, los elementos folclóricos, extraños al entorno cotidiano, y los aspectos de romance, de historia literaria en estado puro. Todo ello presentado con un estilo de frase corta, peculiar y sugerente, donde se amalgaman el timbre de lo hablado con la sutilidad de lo escrito. No olvidamos tampoco que el novelista es asimismo un autor de teatro harto original, como prueba su monólogo teatral Novecientos (1994), de un pianista que nace, pasa su vida entera y muere sin salir de un crucero dedicado a los viajes de placer.

La obra nació por el deseo de realizar una lectura pública de la Ilíada de Homero. El libro en la forma habitual resultaba inapropiado, por la extensión y por las dificultades de ciertos pasajes, que sin duda despistarían al oyente. Por ello, basándose en una autorizada versión italiana de Maria Grazia Ciani, adaptó varios aspectos de la obra: las apariciones de los dioses fueron sacrificadas para aligerar el texto y la lengua dotada de un acento moderno. Además, adoptó la primera persona narrativa, eligiendo a una serie de personajes para relatar la historia desde el yo, en vez de que fuera en la tercera persona, e incluyó unas breves adiciones para aclarar o suavizar las transiciones entre las escenas.

El resultado es, en mi opinión, espléndido. Baricco imagina que el propio Borges hubiera disfrutado intensamente de un texto griego traducido al italiano, adaptado luego en otro texto italiano, que termina siendo traducido con éxito, en nuestro caso, al español. Esta multiplicidad de versiones deviene laberíntica cuando consideramos que en la Ilíada se mezclan diversas historias de héroes griegos, surgidas probablemente en épocas diferentes, trasmitidas por la precaria vía oral. Sólo con posterioridad fueron las distintas versiones uniformadas y vertidas a lengua escrita. Así se convirtió en la obra que, junto con la Odisea, cimenta la literatura universal. Los mejores estudiosos de Homero aconsejan que leamos las epopeyas homéricas en voz alta, porque no se trata de textos como El Quijote cervantino, escrito para ser leído en silencio. Baricco, pues, reestructuró la obra con el propósito de devolverle su condición oral, que la tradición filológica le había quitado en parte. Y lo que consigue es dejarnos un texto que puede escucharse o leerse con placer.

El lector actual apreciará mucho dos cosas del texto: la riqueza del argumento y la fuerza de los sentimientos expresados. Baricco narra de forma tradicional, si bien empleando un lenguaje expresivo, conforme a los modos de la narrativa moderna, pero sin perderse en la experimentación ni en el formalismo, esa especie de tardío romanticismo que tantos estragos ha hecho en la ficción. Retoma el texto más canónico que existe, la Ilíada, y lo trabaja para hacerlo asequible. Los cancerberos de la filología dirán que Baricco destruye la obra homérica, cuando en realidad, nos ofrece el texto clásico, adaptado al presente. Manifiesta una actitud novo renacentista, que en vez de limpiar y purificar las obras de acuerdo con su versión clásica, las adecua a las costumbres y actitudes lectoriales del presente. Los estados de ánimo, la pasión de Helena y Paris, la grandeza del padre, Príamo, de su hermano Héctor, las ansias de venganza del esposo burlado, Menelao, y del resto de los aqueos aparecen en el texto representados con una fuerza y una actualidad enormes. La mayor lección del humanismo, la que aprendemos en los libros de Homero, de Shakespeare o de Cervantes, aparece aquí enunciada con claridad: "Es el sino de los hombres vivir en el dolor, y sólo los dioses viven felices" (página 166). La sentimentalidad terapéutica del mullido psique del hombre del presente se encontrará con la verdad eterna de que ser hombre nunca resulta sencillo.