En la literatura infantil, como en cualquier otro género, hay una serie de motivos que son tratados una y otra vez. Si bien el argumento le puede resultar conocido al adulto, para el niño, en cambio, este tipo de narraciones tienen la virtud de presentarles, además de una historia más o menos novedosa, las primeras experiencias a partir de las cuales toma conciencia de la dimensión estructural de la obra literaria.

Marcial Milpiés responde a uno de esos motivos característicos de la literatura infantil. Su originalidad no se encuentra tanto en lo que se dice sino en cómo se dice. Los personajes, el ambiente y las acciones se integran en un todo coherente que le brindan al niño la satisfacción de predecir acontecimientos y ser sorprendido por otros. Es cierto que la historia no tendría el mismo valor sin las magníficas ilustraciones, dinámicas y sobrecargadas, de Kitamura. Pero esta interrelación texto-imagen es la que hace que este cuento ilustrado consiga crear un divertido mundo imaginario que desborda las fronteras del libro.