Hace tiempo que el editor perdió su condición casi sagrada de prescriptor cultural, arrastrado por las necesidades del mercado. Sabemos de sus cuitas porque muchos de ellos (de Calasso a Herralde) han publicado magníficos libros sobre su oficio, pero no es tan habitual que, como ahora, coincidan en librerías seis novedades escritas por editores de prestigio, que en estas páginas se reconocen autores demediados.

Conviene dejarlo claro desde el principio: los editores que al tiempo publican su propia obra literaria son una rareza pero no una excepción. Hace ahora un siglo, en 1917, Virginia Woolf fundaba con Leonard, su marido, The Hogarth Press, con una inversión mínima y beneficios casi inmediatos. Antes, Virginia sólo había publicado Fin de viaje (1915) en la editorial de su medio hermano Gerald Duckworth and Company Ltd, pero en Hogarth Press los Woolf lanzaron Mrs. Dalloway, Al faro o Las olas así como los primeros 450 ejemplares de La tierra baldía, de T. S. Eliot, Adiós a Berlín, de Isherwood, relatos de Katherine Mansfield, novelas de E.M. Foster, obras de Freud... Otros muchos narradores y poetas (Pavese, Sciascia, Calasso, Gide, Ferrater, Barral) siguieron después sus pasos, como una deriva lógica de la pasión por los libros, tal vez porque, como a menudo decía el propio Barral, otro poeta-editor, “uno no posee más vida que lo que tiene escrito”.

Quizá por eso, por la necesidad de traspasar la frontera que separa gestión y creación, estos días coinciden en librerías al menos seis novedades escritas por seis editores de prestigio. Se trata de Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944), fundador en 1976 de la editorial Crítica y que en 2011 creó Pasado & Presente en la que hace unos meses publicó su primer libro, La lucha por la desigualdad. Claudia Casanova (Barcelona, 1974): trabajó en Planeta y Paidós antes de fundar, en 2010, Ático de las letras. Autora de dos novelas históricas, La dama y el león y La tierra de Dios, acaba de lanzar La perla negra (Ediciones B). Jordi Nadal (Barcelona, 1962), que había dirigido Edhasa, y ocupado diversos cargos en Random House y Planeta, creó Plataforma en 2007, en la que publicó El paraíso interior. Libroterapia es su segunda obra. Phil Camino (Madrid, 1972) puso en marcha en 2014 La Huerta Grande. Autora de Belmanso y Rehenes, acaba de publicar Diez lunas blancas (Elba); Eduardo Rabasa (Ciudad de México, 1978), miembro fundador de Sexto Piso (2002), debutó en la novela con La suma de los ceros y lanza estos días la segunda, Cinta negra (Pepitas de Calabaza). Finalmente Javier Sánchez Menéndez (Cádiz, 1964) creó en 2009 La Isla de Siltolá. Autor de una veintena de poemarios y ensayos, lanza ahora simultáneamente El baile del diablo (Renacimiento) y La alegría de lo imperfecto (Trea).
Claudia Casanova: “Como autora, editar me da disciplina, sensatez, autocrítica y un sentido muy grande del camino que queda por recorrer”
Lo curioso es que no todos abordan esa bipolaridad de la misma manera: mientras que para Sánchez Menéndez resulta imposible separar la labor de editor y la de creador, “pues la obra ajena enriquece la propia, la hace más universal y sincera”, Phil Camino y Claudia Casanova se definen como narradoras que editan, y Eduardo Rabasa reconoce que jamás había pensado en convertirse en narrador hasta que atravesó una profunda crisis existencial y personal. Como ni siquiera sabía si lo terminaría, lo mantuvo alejado de su actividad cotidiana, casi como si fuera una actividad secreta. Lo de Pontón, en cambio, es otra historia: “Cuando mi socio José Manuel Lara decidió que debía jubilarme de Crítica a los 65 años, dispuse de un tiempo ‘sabático' (por contrato no podía seguir en el mundo editorial durante dos años) que aproveché para iniciar la investigación de La lucha... Luego necesité cinco años más para terminarlo, ya con mi nueva editorial en pleno funcionamiento”.

¿En mi sello o en otro?

La primera decisión que un editor que quiere publicar “su” libro debe tomar es hacerlo en su propio sello o encomendar su suerte a un colega. Hay quien, como Claudia Casanova, prefiere no crear una situación de competencia entre su novela y las obras que publica Ático de los Libros, y por eso dejó su novela en manos de Ediciones B. Sánchez Menéndez confirma que en su caso se trató de una decisión meditada, una necesidad “y una forma de conocer cómo trabajan otras editoriales, el trato al autor, el nivel de profesionalidad, la calidad del producto final...” Phil Camino, escarmentada porque se autoeditó su primer libro, asegura que una sana distancia es buena, “y un modo de mostrar respeto a mis autores, al sello, y a mi trabajo”. Rabasa va más allá y explica que hubiese preferido no publicar a hacerlo en Sexto Piso, porque necesitaba contar con un filtro externo, “una lectura a la cual, en el mejor de los casos, le entusiasmara la obra y decidiera apostar por ella”. Por el contrario, Pontón y Nadal prefirieron autoeditarse para no dar el negocio a otros.

Editores bajo sospecha

En realidad, el problema surge cuando el editor reconvertido en autor es considerado un intruso. Roberto Calasso, alma mater de Adelphi, suele decir que siempre que un editor publica es visto con sospecha, y Rabasa comparte esta opinión, pues ha comprobado que el negocio editorial es “sumamente vertical y jerárquico”, y todos los implicados son plenamente conscientes de su estatus. “Sí -confirma-, ocupar un nuevo lugar me ha traído tanto problemas con personas que por alguna razón consideran que es una transgresión, como lo contrario, una especie de respeto por parte de personas que no necesariamente me consideraban digno de tal, y creo que incluso me molesta más esto que los casos en donde he sido objeto de abierta mala onda por el hecho de haber osado publicar dos novelas”.
Pontón: “Si Lara no me hubiese jubilado, obligándome a tener dos años sabáticos que aproveché para la investigación, mi libro no existiría”
Cuenta la leyenda que en cierta ocasión el editor Robert Giroux le preguntó a T. S. Eliot si creía que era cierto que la mayoría de los editores eran escritores fracasados. Tras pensarlo un buen rato, el poeta contestó: “Sí, supongo que algunos editores son escritores fracasados, pero es que también lo son casi todos los escritores”. Los protagonistas de estas páginas, en cualquier caso, no lo son. Con la experiencia que da tratar con el material más noble que existe, la palabra, el editor transformado en autor (o viceversa) se enfrenta a su propia obra con perplejidad y una doble mirada enriquecedora. Ser editor profesional puede librarle como autor de algún desengaño y le da, según Casanova, “disciplina, sensatez, orden, autocrítica y un sentido muy grande del camino que queda por recorrer”. También criterio y confianza según Sánchez Menéndez. Y le obliga, señala Rabasa, a trabajar de forma rigurosa y ordenada. Claro que también puede descubrirle el lugar que ocupa como autor, “muy pequeño, contingente, insignificante, casi, ahora que vivimos enfermos de yomimeconmiguismo, en una especie de idea de querer ser los estelares en el casting del pesebre: o todos quieren ser el niño Jesús, o San José, o la Virgen María”, destaca Jordi Nadal.

Respeto por el creador

Pero, ¿y al contrario? ¿Qué le puede enseñar el autor que ahora es (debutante o no) al editor consolidado? Ante todo, respeto. Respeto por el creador y respeto por el proceso de escritura, porque, como explica Rabasa, se ha enfrentado con algunos de los problemas que en diversos momentos puede haber acusado, “y quizá había cierta incomprensión o escepticismo por mi parte, y ahora veo que son muy reales”. Tambien sus lecturas (Phil Camino), el sentido de criterio y confianza (Sánchez Menéndez) y la diversión (Nadal). Y, sobre todo, le ayuda a comprender “lo que siente un escritor, la necesidad que tiene de contar, de que su historia llegue a los lectores”, indica Casanova. Nada que ver con lo que le ocurrió a Gertrude Stein, la autora del verso “una rosa es una rosa es una rosa” cuando envío un manuscrito al editor Arthur Fifield. El editor escribió: “Soy solamente uno, solo uno, solo uno. [...] Siendo solamente uno, [...] no puedo leer tu manuscrito tres o cuatro veces. [...] Solamente un vistazo, un vistazo es suficiente. Ni una copia se vendería. Ni una. Ni una”. Es posible que convertirse en autor reafirme al editor en lo que quiere publicar “y en lo que no”, apunta Sánchez Menéndez. Cambia, eso sí, la visión del autor, que siempre malpiensa que el editor no hace lo suficiente por su libro. “Ahora -explica Phil Camino- sé que para un buen editor cada libro es un pedacito de sí mismo, de su trabajo, de su esfuerzo y le encantaría verlo en manos de muchos lectores. Conozco, desde varios ángulos, las dificultades para que esto suceda. Como autora, trato de tenerlo muy presente para no agobiar a mi editora, y trato de ayudarla en lo que puedo”.
Sánchez Menéndez: “Es imposible separar al editor del creador, pues la obra ajena enriquece la propia, la hace más universal y sincera”

Elogio y refutación de la crítica

Bien, el libro ya está en la calle,y su autor, también editor, se enfrenta a la crítica, pero de una manera muy diferente al resto de los escritores, porque conoce (o cree conocer) las reglas del juego. Y su reacción varía mucho, desde el escepticismo de Jordi Nadal (“Como decía Bergamín, ‘no tengas más que amor, pero no quieras, ni esperes, nunca nada'”), Sánchez Menéndez y Pontón, que acusa a la crítica de los periódicos de ser, “con honradísimas excepciones, rutinaria, caprichosa y mala para la novela, y prácticamente inexistente para la cultura y el conocimiento”, al respeto de Rabasa y Casanova y el agradecimiento de Camino. Otra cuestión es el espejo en que se miran como editores-autores. Como editores los elegidos son Virginia Woolf (Sánchez Menéndez y Casanova), T. S. Eliot (Phil Camino) y Calasso (Rabasa). Como autores: Orwell y Don DeLillo (Rabasa); Chéjov y Camus (Nadal); Yourcenar, Orwell, Atwood... (Casanova); Nicanor Parra (Sánchez Menéndez); Sterne, Cervantes, Faulkner, Shakespeare... (Phil Camino). Con estas pistas parece seguro que no cometerán el error del editor que le devolvió a Scott Fitzgerald El gran Gatsby porque le sobraba un personaje: Gatsby.