El editor mítico que fue Carlos Barral (Barcelona, 1928-1989) y su audaz labor renovadora de la anquilosada cultura española desde la mitad del siglo XX ha eclipsado al Barral escritor, "valiente y dueño de una extraordinaria prosa y un extraordinario verso". Así lo describe en su faceta autoral Andreu Jaume, responsable de la edición completa y revisada de sus memorias, que publica la editorial Lumen. La polifacética actividad de Barral como poeta, prosista, editor e incluso político (fue senador y europarlamentario del PSC), así como su carácter expansivo y su estampa de marinero con pipa y capa española, han congelado su posteridad en "una imagen hueca, rutinariamente admirada y despachada con unos cuantos tópicos", lamenta Jaume, que hace pocas semanas editó también en Lumen los diarios completos de Gil de Biedma.

Barral nació en 1928 en una familia de la burguesía industrial barcelonesa. En los años 50 heredó la editorial de libros de texto de su padre, Seix Barral, y la transformó en una editorial literaria de vanguardia e incómoda para el régimen franquista. Con este nuevo rumbo, revolucionó el panorama literario español publicando a autores jóvenes como Juan Marsé o Eduardo Mendoza (además de Vargas Llosa, Camilo José Cela, Faulkner o Musil) y llegó a ser uno de los sellos más prestigiosos de Europa. Barral emprendió esta travesía con el asesoramiento del filólogo Joan Petit, que había sido represaliado por republicano y realizaba tareas alimenticias en la empresa, y también se hizo aconsejar por el poeta Gabriel Ferrater y el crítico Josep Maria Castellet. A los 30 años, Barral ya se codeaba con los grandes editores de Europa, como Gallimard y Einaudi. Fue el editor italiano, durante un paseo por la playa que Barral evoca en sus memorias, quien le disipó "sus angustias de escritor forzado a la administración de la literatura". Einaudi le habló de "la pasión del descubrimiento" y de "la restitución que se hace a la cultura contribuyendo a su organización". Le conminó, como también hicieron Gil de Biedma y otros amigos escritores, a valorar el privilegio de su posición como editor y asumir la responsabilidad que conllevaba.

"El mito de Barral ha pervivido en la memoria colectiva, primero como editor, tangencialmente como memorialista y, por último, como poeta", afirma Jaume. "Su obra cívica como editor es muy importante y sigue viva en los editores españoles de hoy, pero es una obra que con el tiempo se disuelve, no queda más que el recuerdo y la admiración. Esa jerarquía tendría que invertirse, habría que considerarlo en primer lugar como escritor. Y que muchos escritores actuales aprendieran de él".

Barral empezó escribiendo poesía. Desde muy pronto compartió la preocupación por el lenguaje con sus compañeros de la generación del 50, y especialmente con los del grupo de Barcelona al que pertenecían también Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferrater. Su primer poemario fue Metropolitano (1957). "Su primera poesía se distingue nítidamente de sus compañeros de generación por la importancia que concedía al léxico, a las palabras que se escapan de su uso común y se cargan con significados etimológicos que hacen que el poema se convierta en una experiencia del lenguaje más allá de la experiencia que se dibuja en el poema", explica Andreu. En este sentido, su querencia por el latín (era un consumado lector de Ovidio, de Lucrecio y de Tibulo) hace que tenga "un vocabulario restallante". Después de esta poesía hermética, Barral evolucionó en Diecinueve figuras de mi historia civil (1961) hacia una poesía más transparente y claramente autobiográfica. "Más adelante volvió al estilo de su primera poesía con algunos aciertos y titubeos hasta llegar a una obra final excepcional, recogida en Extravíos [publicado póstumamente en 1998] y Lecciones de cosas. Veinte poemas para el nieto Malcolm [1986]", opina Jaume. El nieto al que alude el título es Malcolm Otero Barral, editor de Malpaso, que siguió los pasos del abuelo. De él heredó "la visión de una editorial como reflejo de un criterio personal y no como una sesión de laboratorio".

En busca de una prosa íntima

Cohibido desde la Contrarreforma, el español no había podido desarrollar una prosa de la emoción y la intimidad como sí hicieron la literatura inglesa y la francesa. La prosa de nuestro idioma se había quedado para "los usos ejemplares y el puro y simple pintoresquismo". Al menos eso es lo que pensaba Barral, igual que Gil de Biedma. Por eso el poeta y editor quiso construirse una prosa que siguiera la estela de los memorialistas franceses del siglo XVIII, como el cardenal Retz y el duque de Saint-Simon. Empezó a ensayarla tardíamente, en Años de penitencia. Publicado en Alianza en 1975, este proyecto pretendía ser un fresco objetivo de la sociedad española de los años 40, utilizando su memoria y sus experiencias solamente como herramientas. Pero la voz subjetiva fue cobrando importancia hasta convertir el relato en unas memorias de juventud en las que aborda la educación jesuita recibida, el descubrimiento de la sexualidad, la sentimentalidad y las ideologías, así como la formación del grupo literario de la generación del medio siglo. Al principio se refiere sobre todo a sus compañeros del grupo de Barcelona, al que pertenecían Gil de Biedma, Gabriel y Juan Ferraté, Josep Maria Castellet, Manuel Sacristán, Alfonso Costafreda, Jaime Ferrán y José Agustín Goytisolo, a los que conoció en su mayoría en la Facultad de Derecho.

En 1978, Barral publicó en Barral Editores, su segunda editorial tras abandonar Seix Barral, el segundo volumen de sus memorias, Los años sin excusa. En él recoge todo lo referente a su actividad editorial: sus comienzos en la empresa familiar, su reticencia inicial a que su labor como editor eclipsara su creatividad como autor, la transformación de Seix Barral en un sello prestigioso, la relación con los autores y otros editores y la creación de los premios Biblioteca Breve, Formentor e Internacional de las Letras, que "constituyeron el escaparate de un trabajo en equipo que comunicó culturalmente a España tanto con América latina como con el resto de Europa", escribe Jaume. "Hay que recordar que para ello Barral pagó un precio muy alto, tanto a nivel personal como político, obligado a lidiar con un país zafio y una dictadura asfixiante, siempre amenazado por la censura y la extorsión".

Durante los años que estuvo al frente de Seix Barral, el editor mantuvo una lucha constante con la censura. Acosado por la censura, el premio Formentor tuvo que exiliarse en Corfú y en Túnez a los pocos años. En la segunda edición, en 1962, los "caballeros de gris" de la censura vigilaron todas las reuniones de los editores internacionales que se congregaban en las jornadas que rodeaban el premio y la policía interrogó a muchos de ellos por miedo a que aquello fuera una conspiración comunista. El día del fallo del jurado, después de leer las actas, Einaudi elogió a Barral ante todos los presentes por su lucha por la libertad de expresión y éste se echó a llorar. Tras la extinción del premio, en 1967, tuvieron que pasar más de 40 años para que la familia de Tomeu Buadas, fundador del premio junto a Barral y a Cela, recuperase el premio en 2011 junto a la familia Barceló, actual propietaria del hotel donde se celebraba el premio, en el cabo Formentor de Mallorca.

El tercer y último libro de memorias, Cuando las horas veloces, narra el crepúsculo de Barral, marcado por el fracaso de su segunda editorial tras abandonar Seix Barral. Víctor Seix, su socio en la editorial, llevaba la parte administrativa y comercial de la empresa y confiaba a Barral la dirección del catálogo. Tras la muerte de Seix en un accidente de tráfico, su parte de la empresa cayó en manos de una generación anterior de la familia Seix, menos comprensiva con las intuiciones y excentricidades de Barral, así que éste decidió marcharse y montó Barral Editores. Pero su nueva editorial no terminó de cuajar y empezó a acumular pérdidas. Además, por aquella época -finales de los 70, principios de los 80- se produjo una inversión de valores y, como decía Barral, ejecutivos ajenos al mundo de la cultura invadieron las editoriales. "El sector se intoxicó con un ambiente frívolo y mercantilista, no sólo en España, sino a una escala internacional", recuerda Jaume. "En esto tenía razón Barral, aunque también es verdad que antes de eso las prácticas de los editores con los autores eran abusivas y la irrupción de agentes literarios como Balcells puso orden en el mercado de los derechos. Fue la época de los grandes éxitos editoriales y un sector que siempre había sido pequeño se hizo grande. Pero el mundo del libro siempre ha sido pequeño y cada vez lo será más, por eso proliferan hoy de nuevo las editoriales pequeñas y el oficio de editor está volviendo a su esencia".

@FDQuijano