Picasso: Don Quijote, 1955 (Museo de Arte e Historia de Saint-Dennis)

Fórcola. Madrid, 2017. 440 páginas, 24'50€

En los últimos años ha hecho fortuna la expresión "marca España" para aludir a la relevancia política y económica que tiene la imagen de nuestro país en el exterior. En naciones de larga tradición histórica, como España, esa imagen no se improvisa, aunque puede mejorarse o empeorarse, sino que es el resultado de los estereotipos, más o menos fundados en la realidad, que se han ido acumulando durante generaciones.



Se trata pues de un tema que da para mucho y la Fundación José Ortega y Gasset (hoy José Ortega y Gasset - Gregorio Marañón) empezó a explorarlo en el glorioso 1992, el año de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, a través de unos seminarios que han tenido continuidad. Algunas de las conferencias en ellos impartidas se recogen en el presente libro, que a través de una veintena de artículos repasa diversos aspectos de la imagen exterior de España, desde el siglo XVI, cuando la Francia católica admiraba a Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, hasta los éxitos de "la Roja" de la mano de Luis Aragonés.



Los artículos iniciales, escritos por José Valera Ortega y Rafael Núñez Florencio, nos proporcionan el marco histórico general, caracterizado por la permanencia secular de estereotipos a veces contrapuestos, pero también por una sucesión de miradas exteriores que cambiaban más en función de las sensibilidades culturales que que como consecuencia de transformaciones reales en España.



Al español se le presentó como militante y apasionado, desde Estrabón en la Antigüedad hasta Byron en el período romántico y Hemingway durante la Guerra Civil, pero también como indolente, desde los embajadores venecianos en la corte de Felipe II hasta Hume o Voltaire en la Ilustración. A milenios de distancia se repetían algunos estereotipos, quizá porque los nuevos observadores habían leído a los clásicos: si Cesar atribuyó a los combatientes iberos más temeridad que constancia, Wellington elogió la bravura de los españoles pero lamentó su indisciplina.



A pesar de las permanencias, es posible una periodización de las miradas, que José Varela esboza así: en los siglos XVI y XVII la grandeza de España suscitó admiración, pero también temor y odio; a partir de fines del XVII cobró fuerza la imagen de una España decadente, que se impuso entre los ilustrados; con la Guerra de la Independencia surgió la imagen romántica del español fiero y apasionado, que resucitaría con la Guerra Civil; pero entre tanto, en las décadas finales del XIX y primeras del XX, España había sido vista de nuevo como una nación decadente, una de esas "naciones moribundas" a la que el primer ministro británico Salisbury se refirió en 1898, diagnóstico que muchos españoles hicieron suyo.



De todos nuestros vecinos, aquellos con los que más nos hemos relacionado, y con los que más hemos guerreado, han sido los franceses y los británicos y ello presta especial interés a los capítulos en los que Bartolomé Bennassar y el recientemente fallecido Hugh Thomas analizan uno y otro caso. La mirada de los británicos quizá revele más acerca de la visión que tienen de sí mismos, como los bravos habitantes de un pequeña isla que supo hacer frente a Felipe II, a Napoleón y a Hitler, feroces enemigos a los que algunos parecen haber sumado las instituciones europeas.



La España como enemigo peligroso, la de la Armada Invencible, se mantuvo en el recuerdo hasta finales del siglo XIX, al tiempo que avanzaba la imagen de España como paradigma de la decadencia, amenaza y decadencia vinculadas a su identidad católica, un rasgo que también formaría parte de la visión romántica de una España decididamente diferente.



Los franceses admiraron y temieron a España en sus siglos de grandeza, empezaron a reírse de ella cuando sus tercios dejaron de ser invencibles, la despreciaron durante la Ilustración y propagaron como nadie el mito romántico de España, que se encarnaría en la Carmen de Mérimée, o más bien de Bizet, pues fue su música la que la hizo popular. Ese interés romántico por España estuvo también asociado a un súbito interés por nuestra pintura, los Murillo, Velázquez, Zurbarán y Ribera, antes ignorados y descubiertos a raíz de los saqueos de la Guerra de la Independencia que llevaron sus cuadros a los museos y colecciones de toda Europa, como recuerda María García Felguera. Y finalmente, a través de artículos variados de desigual interés, llegamos a los goles de "la Roja".