Diego Galán ha escogido su larga, fructífera y tormentosa temporada en la jefatura de las trincheras del Festival de Cine de San Sebastián para transmitirnos no sólo una manera de entender el cine sino también de entender la vida. Con una ironía abrumadora, con un respeto mitómano pero no fanático por la gente que tuvo el honor (y el deshonor) de conocer, con la mezcla de franqueza y frivolidad que todo periodista debe de tener cuando habla de lo que sabe y sabe de lo que habla y con una capacidad noblemente crítica sobre su gestión al frente del certamen.

Para un cinéfilo de pro, este libro posee un interés más allá de toda duda razonable. Galán escribe su crónica sobre la vida interior de un festival de cine sin que parezca que está cometiendo una indiscreción. Es un anecdotario que cuenta a sus amigos los lectores, un álbum de fotos que abre en orden cronológico para uso y disfrute de todos aquellos que siempre han querido saber cómo era Bette Davis pocos días antes de su muerte o por qué Peter Bogdanovich se comportaba como un príncipe destronado.

No crean, sin embargo, que todo el monte es cotilleo, porque Jack Lemmon... es, también, otra cosa. Es la historia de la resurrección de un festival que luchó con uñas y dientes para recuperar su gloria pasada -a saber, la categoría A-, que creció a pesar de una situación política, la vasca, completamente adversa a las manifestaciones culturales, y que fue y es un proyecto levantado por un equipo de gente que Galán retrata con cariño y mano dura cuando lo merece. Es un libro, pues, donde el autor viaja de lo interno a lo externo parándose a ratos en sí mismo. En la sensación de orgullo por haber sobrevivido a tanta locura. Y así se lo escribe a Jack Lemmon, que nunca quiso atender a su invitación: con la nostalgia de quien sabe que sus memorias, aunque incompletas, entretendrán al lector curioso.