Cada día, de siete a diez de la noche y bajo la luz de las velas, encerrado en su celda de la Torre de la Libertad de la Bastilla, donde había sido encerrado en 1784 como castigo por su depravación, el marqués de Sade dedicaba todos sus esfuerzos a escribir lo que muchos calificaron tiempo después como el “Evangelio del Mal”, Las 120 jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje, una historia sobre cuatro nobles y ricos degenerados que planeaban una orgía de cuatro meses junto a 32 subordinados, muchos adolescentes y secuestrados de entre las clases bajas.
“Cuando llegaba al final de una hoja –cuenta el escritor y editor Joel Warner–, pegaba otra debajo para crear un rollo cada vez más largo. Tras veintidós noches, le dio la vuelta al documento y siguió escribiendo. El resultado, después de treinta y siete días de trabajo, era un rollo formado por treinta y tres hojas de papel pegadas de un extremo al otro, con tan solo diez centímetros de anchura y casi doce metros de longitud. Ambas caras estaban repletas de palabas –157.000 en total– y el texto era tan diminuto que resultaba casi ilegible sin una lupa”.
Sin embargo, al contrario que su primera novela, Historia de Aline y Valcour, escrita durante aquel mismo periodo y publicada en 1793, aquel manuscrito no corrió su misma suerte. Abandonado en la celda por su creador durante su huida, poco antes de la Revolución francesa, “el marqués pasaría el resto de su vida pensando que había sido destruido, perdido para siempre en el saqueo y la demolición de la Bastilla”. Nada más lejos de la realidad.
Un tesoro encarcelado en la Bastilla
En 2014, Las 120 jornadas de Sodoma formaba parte de la colección de Gérard Lhéritier, un popular comerciante de manuscritos francés, autor de un presunto fraude piramidal. Pero ¿cómo había llegado este texto a las manos de este empresario, acusado de hundir a la industria anticuaria francesa? En su libro La maldición del marqués de Sade (Crítica), Warner entreteje un curioso recorrido que abarca las diversas épocas y manos que custodiaron este manuscrito, la vida turbulenta del marqués de Sade –sus huidas de la ley, sus depravados gustos eróticos y su presunta ejecución pública–, hasta llegar a cómo acabó aquel libro codiciado y deseado por muchos en manos del conocido como “rey de los manuscritos”.
“Nadie, a menos que sea totalmente insensible, puede terminar Las 120 jornadas de Sodoma sin tener náuseas”, dijo en 1957 el filósofo francés Georges Bataille. Y, sin embargo, aquel pequeño rollo de papel había pasado ya entonces por varias manos interesadas. El primero en encontrarlo, metido entre las piedras de la pared de la que había sido la celda de su propietario, y poco después de la toma de la Bastilla, fue un joven revolucionario llamado Arnoux Saint-Maximin. “Sin duda –cuenta Warner en su libro–, el manuscrito figuraba entre las posesiones más preciadas del prisionero, pues lo había ocultado a conciencia. Nadie había reparado en él durante el saqueo posterior al asedio, cuando numerosos documentos fueron arrojados al patio de la cárcel y consumidos por las llamas. Tampoco fue descubierto durante una recogida de documentos más sistemática que había llevado a cabo el gobierno parisino tras el ataque”.
[La mala nueva del marqués de Sade]
Aquel inesperado descubrimiento liberó al manuscrito de su propia prisión y supuso el principio de toda una leyenda. Después de Arnoux fue adquirido a este por un hombre adinerado, propietario de una abadía cisterciense, llamado Charles-André de Beaumont que se lo legó a su yerno, Raimond de Villeneuve, y de él llegó a su hijo, Hélion de Villeneuve-Trans, un bibliófilo cuya familia conservaría el manuscrito por tres generaciones hasta que a finales del siglo XIX, lo compró el psiquiatra Iwan Bloch, considerado como uno de los fundadores de la sexología.
Precursor del surrealismo
Fue precisamente este médico alemán el encargado de publicarlo por primera vez en 1904, bajo el pseudónimo de Dr. Eugène Dühren. “Ciento diecinueve años después de su creación en una celda –añade Warner–, salió de la imprenta la primera edición. Los 200 ejemplares de la novela, concebidos para su distribución exclusiva por suscripción a médicos, abogados, antropólogos y otros expertos en ciencia, tenían un precio de ciento cincuenta a trescientos cincuenta francos, dependiendo de la calidad del papel. Eran artículos de lujo destinados a la élite”.
[Los manuscritos del marqués de Sade y André Breton, Tesoros Nacionales de Francia]
El 29 de enero de 1929 el vizconde Charles de Noailles y su esposa, la vizcondesa Marie-Laure, se hicieron con los derechos del manuscrito. Un año después, el director Luis Buñuel se instaló en casa de los Noailles para trabajar en el guion de su próximo proyecto. “Cada noche –según relata Warner–, Buñuel leía a sus mecenas los últimos pasajes. A cambio, ellos le ofrecían inspiración creativa: Las 120 jornadas de Sodoma”. Avalado por los surrealistas, en aquel manuscrito, continúa el escritor ellos “veían a un precursor de los experimentos con la escritura automática tan comunes entre los surrealistas, y en las obsesiones pornográficas de Sade percibían los orígenes de la celebración del deseo erótico también afín al movimiento”.
Sea como sea, aquel particular “Evangelio” acabó en manos de la hija de ambos, Nathalie, que también quedó fascinada por su contenido. A menudo, señala Warner, “Nathalie lo sacaba y lo desenrollaba para escrutarlo cuando pasaban por allí visitantes ilustres, como el escritor italiano Italo Calvino y el otrora surrealista Louis Aragon. Pero acabó enseñándoselo a la persona equivocada”. En noviembre de 1982, el tomo había desaparecido. Sustraído por el editor francés Jean Grouet de la casa de los Noailles, a quien su propietaria se lo había prestado temporalmente, este se lo vendió sin autorización a un hombre llamado Gérard Nordmann, un coleccionista de libros eróticos que llevaba años codiciándolo y no pensaba deshacerse ahora de él.
De las subastas a los tribunales
Tras un largo proceso legal, en 1998 el Tribunal Supremo de Suiza falló una sentencia a favor de Nordmann, que tristemente había fallecido seis años atrás, suceso por el cual fue heredado por sus descendientes. El coleccionista Gérard Lhériter había fundado en 1990 Aristophil, una sociedad francesa que vendía acciones de manuscritos a sus inversores. Sacado a subasta en 2007, Las 120 jornadas de Sodoma fue adquirido por 7 millones de euros. “Su precio lo convirtió en uno de los manuscritos más valiosos del mundo, comparable a ejemplares originales de la Biblia de Gutenberg, Los cuentos de Canterbury y el First Folio de Shakespeare. El rollo se instaló en su nuevo hogar justo a tiempo para las celebraciones nacionales del bicentenario de la muerte de Sade, el último paso en una reevaluación del escritor antaño prohibido que llevó a algunos intelectuales autóctonos a declarar que era la versión francesa de Shakespeare”.
Acusado de blanqueo de dinero y fraude organizado, gracias a esta dudosa práctica, Lhéritier llegó a acumular, entre otros tesoros, varios manifiestos del surrealismo de André Breton, la última carta de Antoine de Saint-Exupéry, un manuscrito de Albert Einstein o el testamento de Luis XVI, además de la pieza más enigmática de Sade, “el relato más impuro que haya sido creado”, en palabras del propio escritor.
Como parte de la “maldición” que se dice que acompaña al manuscrito desde su creación, tras la detención del coleccionista, “el posterior escándalo sacaría a relucir venganzas enconadas en las más altas esferas del gobierno francés, ventas millonarias de manuscritos malogradas por sabotajes y turbios acuerdos económicos a la sombra del Casino de Montecarlo, en Mónaco. El asunto involucraría a vendedores de libros antiguos enemistados y a casas de subastas asediadas por robos, y culminaría en alegaciones de una estafa multimillonaria que abarcó una década y todo un continente y cuyos detalles, de ser ciertos, la convertirían en uno de los mayores delitos económicos de la historia de Francia”. Este es, hasta ahora, el último giro en la apasionante historia de este singular y conflictivo manuscrito, que el Estado francés compraría en 2021 pagando, uno a uno a los 420 inversores de Aristophil el porcentaje de su valor, 4,55 millones de euros.