El pasado 29 de mayo se cumplían cien años del eclipse de Sol que utilizaron dos grupos de astrónomos británicos (uno hizo sus medidas en la isla Príncipe, en África, y el otro en Sobral, en el norte de Brasil) para comprobar si se cumplía o no una de las predicciones de la Teoría de la Relatividad General que Albert Einstein había completado en noviembre de 1915: el que los rayos de luz se curvan en presencia de un campo gravitatorio. La idea se basaba en comparar la posición de una serie de estrellas cuando su luz llegaba directamente a la Tierra, y la que mostraban cuando se interponía el Sol en su camino; pero para poder medir esas posiciones se necesitaba “oscurecer” el Sol, algo que sucede durante un eclipse. (Se trataba de medir la posición de los rayos luminosos que pasaban muy cerca del Sol, donde la gravitación era más fuerte; si estos se curvaban, parecería que la posición de la “estrella madre” era diferente).

La prueba era importante, ya que se trataba de una de las tres consecuencias que se dedujeron enseguida de la formulación einsteiniana de la gravitación. De las otras dos, una no necesitaba comprobación pues se trataba de un efecto observado desde hacía mucho tiempo: el movimiento anómalo (con respecto a lo que preveía la Teoría de la Gravitación de Newton) del perihelio de Mercurio (el punto de su órbita más cercano al Sol). Mientras que la tercera, el desplazamiento hacia el rojo de las líneas espectrales de la radiación emitida por las estrellas, se encontraba entonces fuera de las posibilidades experimentales de observación.

Medir con precisión los datos que aparecían en las placas fotográficas tomadas durante el eclipse era una tarea complicada (los efectos eran minúsculos), y no fue hasta noviembre de ese año cuando se finalizaron los cálculos y se pudieron anunciar públicamente los resultados. La notificación se realizó el 6 de noviembre de 1919, en una reunión conjunta de la Royal Society y la Royal Astronomical Society, que tuvo lugar en el edificio Burlington House de Londres, muy cerca de Piccadilly Circus. Una audiencia numerosa, formada principalmente por los miembros de ambas sociedades científicas, se reunió bajo la presidencia de J. J. Thomson, presidente de la Sociedad y Premio Nobel de Física en 1906. Alfred North Whitehead, el distinguido matemático y filósofo que asistió a aquella reunión, describió años más tarde el ambiente que la rodeó: “Toda la atmósfera de tenso interés era exactamente la de un drama griego: nosotros éramos el coro comentando el decreto del destino revelado en el desarrollo de un incidente supremo. Había una cualidad dramática en la misma representación; el ceremonial tradicional y, en el trasfondo, el retrato de Newton para recordarnos que la mayor de las generalizaciones científicas iba a recibir ahora, después de más de dos siglos, su primera modificación”.

El 7 de noviembre de 1919 publicaba The Times : “Revolución en ciencia. Nueva teoría del universo. ideas newtonianas desbancadas”

La comunicación que se leyó en la reunión estaba firmada por Frank Dyson, Arthur Eddington y Charles Davidson. Había sido recibida en la Royal Society el 30 de octubre y su conclusión no dejaba dudas: “Los resultados de las expediciones de Sobral y Príncipe dejan pocas dudas de que tiene lugar una desviación de la luz en los alrededores del Sol y que ésta es de la magnitud exigida por la teoría generalizada de la relatividad de Einstein y atribuible al campo gravitacional del Sol”.

Cuando sucedió esto Einstein era bien conocido y respetado en la comunidad internacional de los físicos, pero un completo desconocido fuera del ámbito científico. Todo cambió a partir del 7 de noviembre, esto es, el día después de la reunión en la que se presentaron los resultados del eclipse. Aquel día The Times de Londres publicaba:

“REVOLUCIÓN EN CIENCIA

Nueva teoría del Universo

Ideas newtonianas desbancadas”.

La ola de artículos periodísticos continuó con intensidad creciente. Inicialmente fue en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania en donde más atención se prestó a la nueva teoría, pero pronto el “fenómeno Einstein” se extendió a otras naciones. El 1 de diciembre de 1919, es decir, menos de un mes después de la reunión de Burlington House, Arthur Eddington, catedrático de Astronomía en Cambridge, escribía a Einstein una carta en la que le informaba que desde el anuncio de los resultados “toda Inglaterra ha estado hablando de su teoría” y que “hace algunos días tuve una enorme audiencia en la Cambridge Philosophical Society y cientos fueron rechazados incapaces de acercarse a la sala”. Y el interés no remitió: una década después, el 11 de febrero de 1929, Eddington informaba a Einstein: “Le divertirá saber que uno de nuestros grandes almacenes de Londres (Selfridges) ha pegado en el escaparate su trabajo (las seis páginas colocadas lado a lado) de forma que los transeúntes puedan leerlo al pasar. ¡Grandes multitudes se agrupan para leerlo!”. El artículo en cuestión se refería a una de las versiones de la teoría del campo unitario que Einstein estaba produciendo entonces, y que no era nada fácil de entender.

Una pregunta que surge fácilmente es la de cómo el anuncio de un resultado científico que concernía a una teoría que pocos (incluyendo científicos) podían comprender, recibió tanta atención y dio a su creador semejante popularidad. Popularidad que nunca amainaría; todavía perdura. Una posible respuesta es que la gente, agotada y harta de cuatro años de una terrible guerra, estaba deseosa de recibir noticias que tratasen de otras cosas, y qué mejor novedad que algo que tenía que ver con el cosmos, al que todos los humanos nos sentimos atávicamente apegados.

No hay que dejar de lado tampoco el hecho de que se trataba de una teoría científica producida en Alemania, que había sido validada por británicos. La guerra separaba, la ciencia unía.