Es posible que, como plantea la novelista y traductora Anne Plantagenet (1972) en La única, la verdadera historia de María Casares (La Coruña, 1922-Alloue, Francia, 1996) arranque en el mismo instante en que comenzó su exilio, a finales de 1936. Fue entonces cuando María, Vitola para su padre, Vitoliña para todos los demás, inició casi a su pesar su metamorfosis en Maguiá Casagués, la gran diva, caprichosa y valiente, leyenda del teatro galo.

Instalada en París desde noviembre del 36 con su madre, Gloria Pérez, y con Enrique López Tolentino, joven amante de ésta, en el 148 de la calle Vaugirard, comenzó a estudiar en el Instituto Victor-Duruy, en el que aprendió francés de verdad, aunque a menudo, casi como un insulto, sus enemigos le reprocharan ecos de acento español en sus interpretaciones. Porque, según Plantagenet, una de las razones que impulsaron a la joven Casares a convertirse en actriz de la Comédie Française fue precisamente demostrar que el suyo era un francés impecable y la escena, su nueva patria.

“En sus cartas a Camus se dibuja una personalidad excepcional, con luz y sombra. Y quise saber más”, explica Anne Plantagenet

A dominar su nuevo idioma como si de una parisina se tratara se entregó desde el principio, “en una pelea sin cuartel, con una voracidad y determinación poco comunes”, explica Plantagenet, para quien el idioma fue “otra marca del exilio que combatió, absolutamente, intentando hacer borrón y cuenta nueva, olvidar el pasado, ‘cortar por lo sano’, un desafío a los críticos”.

También recuerda la biógrafa cómo transcurrió el primer encuentro de María Casares con Albert Camus. Fue en la helada noche del 19 de marzo de 1944. en una velada en casa del poeta Michel Leiris, en la que la joven actriz participaba en la lectura de una obra teatral en seis actos escrita por Pablo Picasso ante invitados como Sartre, Simone de Beauvoir, Raymond Queneau, Lacan, Georges Bataille, Marcel Carné… y Camus, del que esa noche la española “morena y salvaje” solo verá que se trata de “un hombre de perfil altivo, frente alta y orgullosa, que declama las indicaciones escénicas con soltura y monotonía, como un maestro de ceremonias”.

Subjetiva pero rigurosa

Ella tenía veintiún años; él, treinta, y estaba casado, pero el enamoramiento fue instantáneo, atormentado, lleno de ausencias, silencios y reproches, de amores simultáneos, traiciones inesperadas y explosiones de dicha. Solo la muerte del escritor en accidente de automóvil, en 1960, pudo terminar con su pasión. Una pasión que es además el origen de este libro, pues, como confiesa a El Cultural Anne Plantagenet, en un perfecto español, se sintió fascinada por María Casares tras leer su correspondencia con Camus. “Sí, en sus cartas se dibuja una personalidad excepcional, compleja, con luz y sombra, se oye una voz muy rica que me emocionó y me interesó mucho. Tuve ganas de saber más cosas sobre ella. Y empecé mi investigación”.

El resultado es La única, una biografía exhaustivamente informada pero “subjetiva”, en la que ofrece su visión del personaje, “siempre basada sobre un trabajo de investigación y una labor de documentación muy objetivos y rigurosos” con la que pretende “mostrar sus identidades sucesivas para llegar a ser Maria Casarès”.

“Se sentía culpable de haber dejado España, a su medio hermana, a sus amigos… nunca olvidó sus orígenes y la niña que fue”

El lector español que apenas recuerda a la gran actriz –“desde luego, mucho menos que a su padre, aunque en Francia sucede lo contrario” puntualiza la biógrafa–, cuenta ahora con La única para descubrirla y acompañarla “en su trayecto emocionante de Galicia a Francia. Comprenderá cómo Vitoliña, la niña mimada de La Coruña, se metamorfoseó en Maria Casarès, gran actriz francesa, gran amor de Camus, y sabrá de todos los esfuerzos, de todos los sacrificios”.

Plantagenet intenta iluminar a este personaje fascinante y valiente, que al final “murió siendo y sintiéndose ante todo y todos Maria Casarès, de nacionalidad francesa. Así se puso en su lápida en el cementerio de Alloue, su último refugio, aunque nunca olvidara sus orígenes y la niña que fue. No olvidemos que firma varias cartas a Camus con la letra V.”

Cuando se le pregunta si cree, tras estudiar minuciosamente su vida, que la actriz dejó alguna vez de sentirse exiliada, siquiera cuando volvió a su país natal tras la muerte de Franco, nos recuerda que “se sentía culpable de haber dejado España, su medio hermana, sus amigos”, que le molestaron mucho las críticas que recibió su innegable acento francés, pues “siempre fue exiliada, incluso en su hablar”, pero que finalmente siempre dijo que “el teatro es mi patria. Creo que sólo cuando estaba en el escenario olvidaba su condición de exiliada. El teatro era su tiempo recobrado. Y Camus, Camus fue un exilio eterno, siempre reanudado…”.

Cartas prohibidas

La suya fue, subraya, una relación que se fue transformando con los años, con las traiciones y los silencios. Por ejemplo, cuando ella creyó que el matrimonio de Albert estaba acabado y que él iba a abandonar a su esposa, supo que los Camus iban a ser padres de gemelos; a veces, cuando él la reclamaba a una nueva cita, ella se refugiaba en su trabajo o en los brazos de otros amantes, a veces violentos y feroces. “Con los años la relación cambió mucho, de la pasión casi exclusiva, absoluta, de los primeros años a un vínculo más tranquilo, apaciguado. Del dolor, de la frustración, a una forma de serenidad”, sostiene la autora.

Ella aceptó, a veces con tristeza, la doble y triple vida del escritor, al que amaba “como a la vida misma, amante, hijo, hermano, padre, amigo, cómplice, compañero de siempre, marido no, María Camus, María Casares Camus, María Camusares, no”. A fin de cuentas, era hija de un matrimonio poco convencional (cuando al fin pudieron reencontrarse con su padre, Casares Quiroga, la madre seguía viviendo con su amante y el político tenía una relación estable con otra mujer): “Seguramente la pequeña María estaba muy marcada por esa pareja atípica que formaban sus padres y que influyó sin duda en sus relaciones con los hombres. Además, vivía en un medio, el del teatro, muy poco convencional”, destaca.

Uno de los episodios más controvertidos de la biografía recuerda cómo, cuando Casares escribió su autobiografía, pidió permiso a la viuda de Camus para incluir cuatro cartas del escritor y ella se lo prohibió. Años después, sería su hija Catherine Camus quien contactaría con María para comprarle la correspondencia completa.

“Creo que se vieron algunas veces, muy pocas, pero mantuvieron una muy buena relación, respetuosa. Cuando Catherine le propuso comprarle la correspondencia, María pensó que era la mejor persona a quien ceder todas esas cartas, y que, cuando llegara el momento, sabría qué hacer con ellas. ¡Y tuvo razón!”, concluye feliz.

@nmazancot