La biografía de Pe Cas Cor (Pedro Casariego Córdoba) es escasa. No vivió mucho, aunque más vidas que la mayoría. Nació en Madrid en 1955 y en esa ciudad murió a los 38 tras arrojarse a un tren. Sabemos que se casó y tuvo una hija, Julieta, a la que regaló Pernambuco, el elefante blanco, un cuento ilustrado. Escribió entre 1975 y 1986. Al final, pintó. Quiso ser poeta y dio en “artista”. Publicó seis libros de poesía: La canción de Van Horne, El hidroavión de K., La risa de Dios, Maquillaje. Letanía de pómulos y pánicos, La voz de Mallick y Dra. Sólo tres en vida.

En 2003 se reunieron en Poemas encadenados, 1977-1987, el mismo título que mantiene esta reedición conmemorativa del 65 aniversario, revisada y aumentada, que recoge, además de las obras citadas, un conjunto de “poemas sueltos” que escribió al mismo tiempo que sus tres últimos libros. Se mantiene el prólogo de Ángel González y se añade uno de Javier Rodríguez Marcos. Al principio de cada parte del libro, figura un texto de homenaje firmado por Giralt Torrente, Vila-Matas, Loriga, Sanz, Belén Bermejo, Vias Mahou y Gamoneda. A la concienzuda labor de su hermano Antón le debemos este bien construido y editado corpus. Sus introducciones son una necesaria guía de lectura.

Estamos, sin duda, ante el afán de un raro, que es la forma que tenemos de designar a quienes se salen de la norma y componen una obra tan singular como inclasificable. Para algunos, genial. Llama la atención que poetas tan distintos como González y Gamoneda sean capaces de coincidir en el elogio. El primero, analiza en su prólogo esta poesía, tan “incuestionable” como su “originalidad”, con una lucidez llamativa. “No pudo evitarlo”, concluye, y eso que estaba en contra de la literatura “convencional o institucionalizada” (“No se escribe una obra literaria: se incurre en una obra literaria”, aseveró Casariego). Quiso hacer una que “tradujese directamente y con la mayor fidelidad el mundo interior del ‘artista secreto’”, “intrigante y misterioso”, más allá de las “servidumbres, normas, artificios y exigencias del ‘arte’”. “Dejó –añade– un conjunto acabado y coherente”. Una obra “insólita y compleja” levantada “en torno a un constante núcleo de obsesiones”. En clave “decididamente confesional”.

Rodríguez Marcos subraya con acierto que son libros con “argumento” (nada de escritura automática) cuyos “ingredientes” (novela negra, películas de serie B, cómic…) erigen un “territorio inquietante” (“belleza vestida de rabia”) que surge “de su propio interior”: el de alguien que “no encaja”.

Estamos ante una poesía “variada” que atiende más a las atmósferas que a los personajes (ladrones, traficantes, aventureros…), como las mujeres que protagonizan cada uno de sus libros (H., Wataksi, Schneider, Nadezhda…), situada en escenarios exóticos y cosmopolitas (San Francisco, Haiphong, Ookunohari…) y “lugares cerrados y agobiantes” (una celda, un vagón…).

Escrita desde la extrañeza y la fragilidad (“Nuestras palabras / nos impiden hablar. / Parecía imposible. / Nuestras propias palabras”) y sin gran aparato retórico. Entre el “humor y la gravedad”. Contra la soledad y el tiempo, el peor enemigo (la vejez, la muerte). Como poco, “dura”. Por momentos, “críptica”. Tan severa para el lector como para el autoexigente autor, ese “otro”. A pesar de que “todo estaba allí para el que lo quisiera ver”, según dijo, como se aprecia, con claridad, en La voz de Mallick o en los “poemas sueltos”.

Gamoneda sostiene que “carece de sentido definir —poner límites— a la forma o a los significados” de esta poesía. “Yo tuve un hijo raro”, escribe su padre en el emocionante poema que cierra el volumen. Sí, para quienes le conocieron o le admiran, “su ausencia es inabordable”.

BIOGRAFÍA

si

alguna

vez

muero

quiero azaleas encima de mí

quiero una ausencia de cruces

azaleas encima de mí

si

alguna

vez

vivo

quiero azaleas para mis brazos

quiero agua para las flores

estrellas encima de mí