Salvador Pániker. Foto: Jordi Soteras

La muerte siempre es inoportuna, aunque se presente a los noventa años, como es el caso de Salvador Pániker, pero a veces se muestra especialmente impertinente, interrumpiendo una vida en una fecha aciaga. El primer día de abril conmemora en nuestro país el inicio de un período particularmente trágico y sombrío, que intentó aniquilar la libertad y la diversidad. Con una vida polifacética, que incluye estudios de ingeniería, meritorias labores como editor, un brevísimo tránsito por la política como diputado de UCD y un firme compromiso con la legalización de la eutanasia, Salvador Pániker será fundamentalmente recordado por su defensa de la libertad y la diversidad.



Nacido en Barcelona en 1927 e hijo de madre catalana y padre hindú, enseñó metafísica y filosofía oriental, intentando conciliar la perspectiva mística con la visión científica. Alumbró el concepto de "retroprogresión" para defender la necesidad de avanzar hacia el secularismo sin perder la dimensión mística. La madurez del ser humano no debe implicar la renuncia a los relatos originarios que escenifican el conflicto entre nuestra mente racional y la intuición del misterio. El niño debe pervivir en una época donde la experiencia estética ocupa el lugar de los ritos sagrados.



Los fundamentalismos se expresan mediante fórmulas mesiánicas, empleando las mayúsculas para intimidar e imponer sus valores. Salvador Pániker postulaba la destrucción del ego para crecer interiormente, frenar el fanatismo y liberarse de servidumbres sociales y materiales. El mestizaje, el hibridismo y el multiculturalismo no son simples fenómenos sociológicos y culturales. Son el camino hacia las sociedades libres, tolerantes y plurales.



Pániker no ignoraba que el ocaso de las religiones había abierto las puertas al nihilismo, arrojando al ser humano a un estado de precariedad y desamparo. Por eso reivindicaba "el arte de tenerse en pie" para superar la tentación del pesimismo. Su amor a la vida, su incombustible vitalismo -no exento de cierta melancolía-, se hizo particularmente beligerante en su defensa del derecho a morir dignamente. En su Cuaderno amarillo, sostenía que la muerte no es un hecho biológico, sino cultural. Es indudablemente cierto que el ciclo de la vida individual se agota en un momento determinado, pero lo que has dejado atrás pervive, al menos durante un tiempo. La memoria no es un eco o un pálido reflejo, sino una forma de vida con una enorme plasticidad, pues evoluciona, cambia y se adapta a las circunstancias. Por otro lado, si eres capaz de vivir en el presente, en el aquí y ahora, la muerte pierde todo su poder, que descansa en su capacidad de anticipar el futuro. Los epicúreos ya advirtieron que la muerte y la conciencia se excluyen mutuamente, pues no pueden coexistir en el espacio y el tiempo.



Hermano de Raimon Pannikar -cada uno escribía su apellido conforme a su interpretación del lenguaje-, compartió con él su filiación cristiana, pero ambos se alejaron de unas creencias fosilizadas por la intransigencia del dogma romano. Salvador se mostró especialmente crítico con la asfixiante carga del pecado original, que condenaba a la humanidad a convivir con el sentimiento de culpa y la necesidad de expiación. En la era de la mundialización, los dogmas sólo producen peligrosas confrontaciones. La alternativa es el pensamiento múltiple y la identidad híbrida, que permite circular por las distintas tradiciones religiosas, rescatando lo más valioso y descartando lo inadmisible. Pániker afirmaba que es imposible comprenderlo todo, sin transformar la realidad en un artefacto grotesco: "Nada nos obliga a pensar que el mundo ha de ser completamente inteligible". El humanismo renacentista, que aspira al conocimiento global y absoluto, debería ser sustituido por un nuevo humanismo que descentre definitivamente al hombre de su posición presuntamente privilegiada en el universo. Somos simples transeúntes en un cosmos que desborda nuestros pobres conceptos.



Inspirado diarista, nos legó frases memorables y conmovedores testimonios. En Primer testamento (1985), abordó la figura de su hermano, sacerdote católico vinculado al Opus Dei durante algo más de dos décadas y, más tarde, encendido apologista del pluralismo y el diálogo entre las diferentes religiones: "Mi hermano se ha pasado la vida defendiendo apasionadamente cosas, causas; o sea, forcejeando con sus propias proyecciones. Sólo se defiende apasionadamente aquello que en el fondo no se cree. Si no, ¿a santo de qué la pasión?". En Segunda memoria (1988), relata el último encuentro de su hermano con Escrivá de Balaguer: "...el fundador del Opus Dei tuvo un gesto teatral muy propio. Se arrodilló delante de Raimundo y le dijo: 'Puesto que tú sigues siendo sacerdote, antes de marcharte, dame la bendición'. Allí estaban aquellos dos hombres, poseídos por locuras paralelas, jugando su pantomima final de despedida".



Salvador Pániker reprochó a la iglesia católica su resistencia a los cambios sociales. En el caso de la eutanasia, apuntó que el Vaticano se oponía a ella porque desdramatizar la muerte le restaría poder: "La iglesia siempre ha fomentado una teología del terror a la muerte, reservándose el control de las postrimerías". Pániker abogaba por la legalización de la eutanasia pasiva y activa, extendiendo ese derecho a los enfermos crónicos. "La alternativa no es entre vida y muerte, sino entre dos clases de muerte: una rápida y dulce, y otra lenta y degradante".



No sé cómo se habrá producido la muerte de Pániker, pero me agradaría pensar que se ha despedido de la vida escuchando a Bach. En una ocasión, cuando le preguntaron si era ateo, contestó: "No, creo en Bach". Quizás su adentramiento en la penumbra de lo desconocido, ha disfrutado del acompañamiento de las notas de las Variaciones Goldberg, interpretadas al piano y no al clavecín, pues sólo "un instrumento evolucionado" permite que "una pieza arcaica" conserve su profundidad original, sin rebajar su modernidad. Sea como sea, sus libros se quedan con nosotros, recordándonos que la salud moral de una sociedad depende de su grado de libertad y diversidad.



@Rafael_Narbona