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Todo es silencio alrededor de Beeklam, el misántropo que protagoniza Las estatuas de agua, de Fleur Jaeggy. La novela, de 1980, llega ahora a las librerías españolas gracias a Alpha Decay; el mismo sello editó el año pasado El dedo en la boca, de 1968, uno de los primeros textos de la escritora suiza. Coincidiendo con la publicación de aquel libro, Jaeggy, que apenas concede entrevistas, mantuvo una conversación con Andrés Barba que daba cuenta de su originalidad.

Las estatuas de agua nos muestra, de nuevo, a una Fleur Jaeggy concentrada y hermética, que narra con frialdad, y siempre en pocas líneas, retratos, lugares y fragmentos de historias. El propio Barba ha comparado la lectura de un libro de Jaeggy con atravesar una habitación en penumbra. La crítica ha emparentado con Lenz, de Georg Büchner, esta historia desolada, la historia de un hombre terminal, Beeklam, que sustituyó a su padre, y su infancia perdida, por un grupo de figuras silentes.

Beeklam sale de su refugio de noche, tan solo, y una de esas escapadas cambiará su vida. Dejará atrás su "fortaleza de la soledad" y encontrará, junto a una escollera, a Katrin, la mujer que representa todo lo que no es, ni puede ser, él: ella es joven, casi infantil y apenas ha empezado a vivir, como un extraño reflejo de un mundo paralelo.