Image: Una curiosidad insaciable. Los años de formación de un científico en África y Oxford

Image: Una curiosidad insaciable. Los años de formación de un científico en África y Oxford

Letras

Una curiosidad insaciable. Los años de formación de un científico en África y Oxford

Richard Dawkins

14 noviembre, 2014 01:00

Richard Dawkins

Traducción de Ambrosio García Leal. Tusquets. Barcelona, 2014. 312 páginas, 19,95 €. Ebook: 12,34 €

Una curiosidad insaciable es tan solo la primera mitad del proyecto de memorias en dos volúmenes de Richard Dawkins (Nairobi, Kenia, 1941) sobre su vida como científico. Con un típico pragmatismo nada sentimental señala que "el volumen que lo acompaña debería llegar dentro de dos años, si es que no se me lleva el impredecible equivalente a un estornudo". Nadie acusará jamás a este obstinado etólogo y biólogo de la evolución, entre cuyos libros figuran El gen egoísta y El espejismo de Dios, de tener una actitud optimista.

La primera entrega se lee como la obra de un hombre que ya ha escrito abundantemente sobre sí mismo. A menudo cuenta historias que, como el propio autor reconoce, ha contado antes. Incluye los textos de conferencias que ha dado. Y hace especial énfasis en la evolución -sí, él aprobaría el término- de El gen egoísta, su libro sobre genética de 1976 que fue el origen de su reputación (y dio a conocer la palabra "meme"). Con la ventaja que da la visión retrospectiva, y a falta de otro material convincente, se pregunta si El gen inmortal, un título que le sugirió un editor londinense, no habría sido mejor que el que utilizó. "Ahora no puedo recordar por qué no seguí su consejo", escribe ."Creo que debería haberlo hecho".

Cualquiera que espere un relato incisivo de la formación de Dawkins como científico puede quedar sorprendido por la serpenteante senda que toma. Es cierto que su linaje es impresionante, y que su infancia fue inusualmente aventurera, y por lo tanto ambos merecen atención. El autor se toma su tiempo para explicar que sus tátara-tatarabuelos se fugaron con más astucia que la mayoría de las parejas. Henry Dawkins y Augusta Clinton se dieron a la fuga en un carruaje, pero no sin que el futuro novio preparase antes una trampa plantando media docena de carruajes cerca de la casa de Augusta de manera que su padre, sir Henry Clinton, no pudiese impedir el matrimonio. Como comandante en jefe británico en América, tampoco pudo ganar la Guerra de Independencia.

La historia de la familia también incluye a Clinton George Augustus Dawkins, hijo de la pareja fugada, que se ganó su lugar en la leyenda familiar durante el bombardeo austríaco de la rebelde Venecia en 1849, cuando una bala de cañón cayó en su cama.

"Una bala de cañón atravesó la ropa de cama y pasó entre sus piernas, pero afortunadamente no le causó más que heridas superficiales", dice la inscripción que acompaña a una bala propiedad de Dawkins. Puede que la historia no sea totalmente cierta, pero pone de relieve la resistencia de esta familia.

Los antepasados de Dawkins tenían toda clase de inclinaciones científicas. Dado que muchos de ellos fueron destinados a rincones remotos del Imperio británico, dichas inclinaciones son más exóticas de lo habitual. Un primo escribió importantes libros acerca de las aves de Birmania y Borneo. Otros parientes ejercieron el cargo de conservador jefe de los bosques de India y Nepal. A otro se le atribuye el haber persuadido a Aldous Huxley para que tomase mescalina y abriese las puertas de la percepción. Como Dawkins ha escrito ya en unas memorias más breves y desconocidas, "durante generaciones, las bronceadas piernas de los Dawkins, enfundadas en pantalones cortos de color caqui, atravesaron con sus zancadas las junglas del imperio".

Él mismo nació en 1941 en Nairobi, Kenia. Creció en Nyasalandia (la actual Malaui) y tuvo lo que suena a una venturosa existencia temprana. El libro contiene una encantadora y extravagante pintura hecha por su madre ilustrando lo que parece la idílica vida africana de la familia, que incluía como mascotas a un camaleón y un gálago, un pequeño mamífero de grandes ojos del tamaño de una ardilla. Dawkins recuerda las historias que les contaba su padre para ir a dormir ("en las que solía aparecer un ‘broncosaurio' que decía tiddly-widdly-widdly con voz de falsete") y las lecturas sobre el Doctor Dolittle, cuyo amor por los animales hizo de él uno de los grandes naturalistas de los cuentos infantiles.

Pero el tono se vuelve más mordaz cuando este ateo en ciernes es enviado a una escuela en la que los alumnos son obligados a rezar una oración de buenas noches. Según cuenta, la aprendió "como un loro" y luego evolucionó hacia un "incoherente sinsentido", a lo que añade con aspereza: "Un ejemplo muy interesante de la teoría de los memes, si es que a usted le atrae ese tipo de cosas. Si no es así y no sabe de qué estoy hablando, pase al siguiente párrafo". Este libro no se mueve a base de seducción.

La segunda mitad de Una curiosidad insaciable sigue los pasos de Dawkins de vuelta a Inglaterra y a su sistema educativo, que critica severamente. Habla de acoso, de vergüenza mortificadora, de castigos sádicos y de falta de pensamiento crítico, lo cual, dadas sus convicciones, es lo peor de todo. Todavía se enfurece porque le llamasen, con total falta de imaginación, "un chiquillo cubierto de tinta" cuando le obligaban a tener un tintero abierto encima de su pupitre y mojar una y otra vez una pluma en él.

Las memorias de Dawkins le llevan fugazmente a Berkeley, California, donde vivió tiempo suficiente como para protestar por la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam. Por fin llega a Oxford y al comienzo de su carrera seria en la ciencia. Presenta detalladas descripciones de algunos de sus experimentos tempranos sobre el comportamiento animal, como un análisis de los patrones de picoteo de los polluelos recién nacidos. Luego avanza hacia lo que resultó ser su vocación: las ciencias de la informática y la creación del lenguaje de programación. Buscó métodos informáticos para analizar patrones jerárquicos en la naturaleza, y los particulares de dicho material, como su Programa de Análisis Clúster de Intercambio Mutuo, no son para aficionados. Estamos muy lejos del niño bronceado que cazaba mariposas.

El autor utiliza la publicación de El gen egoísta como línea divisoria entre la primera y la segunda entrega de sus memorias. Es un buen punto para hacer una pausa y una poderosa sugerencia de que el segundo volumen será más difícil y concreto que este. La memoria de Dawkins para su trabajo es mucho más vívida que para sus historias más personales. Y su trabajo ha tenido suficiente envergadura como para servir de base para un estudio autobiográfico.

Pero, por ahora, tenemos una idea de la curiosidad de Dawkins, la base de su originalidad y algunos atisbos del comportamiento de los profesores. El autor retrata a un profesor que empezaba diciendo: "Oh, querido", y "No puedo soportarlo", y "Voy a perder los estribos", antes de avisar a sus alumnos de que se escondiesen detrás de sus pupitres. Y, a continuación, los tinteros volaban. "Era un amable caballero al que se hostigaba hasta sobrepasar su aguante. ¿A quién no le ocurriría en su profesión?", escribe Dawkin, que tampoco es ajeno a la provocación. "¿A quién no le ocurriría en la mía?".

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW