Ramiro Pinilla publica El cementerio vacío (Tusquets). Foto: Justi García Koch



¿Por qué escribe Ramiro Pinilla? ¿Cómo es posible que con sólo tres o cuatro horas diarias empuñando el bolígrafo y a los 90 años acabe de publicar una novela, tenga otra casi finalizada de la misma saga detectivesca, una idea para una cuarta y una promesa de su pronto regreso a la gran novela de Verdes valles, colinas rojas? ¿De dónde emerge esa musical capacidad narrativa que incluso en las obras más próximas al divertimento, como esta que ahora presenta, lo aúpa muy por encima de la mayoría de escritores españoles? Desde su casa, sin prisa alguna, Pinilla está dispuesto a contestar estas preguntas sin rodeos, limpiamente. El gran secreto de sus letras emana de un defecto innato, nunca fue un buen hablador.



- Quiero que guste lo que escribo. La realización personal se produce cuando lo que uno hace gusta a los demás. Pero esto es sólo el complemento. Sacarlo fuera y que te lo digan es un redondeo, pero la primera mitad del disfrute es la satisfacción de hacerlo. Uno cree hacerlo bien pero si encima le gusta al otro... En este mundo estamos a contarnos. Yo he sido afortunadamente un retraído en tertulias desde niño, en el chiquiteo, todo eso no lo he frecuentado. Soy solitario o me han hecho solitario y por eso escribo. Porque si hubiera sido un gran conversador, me habría agotado en las tertulias como tantos otros. Escribo porque hablo poco.



En El cementerio vacío, la segunda entrega de sus novelas detectivescas, Sancho Bordaberri (alias Samuel Esparta, en homenaje al Sam Spade de Hammet), un librero de lance metido a sabueso que convierte sus pesquisas en materia novelesca, se inmiscuye, esta vez por petición de dos chiquillos, en la muerte de la bella Anari. El cuerpo de la chica es descubierto tras una iglesia y de su fallecimiento todos han culpado a un maketo de la otra margen de la ría. Pero el héroe descubre enseguida que fueron muchas las personas que la noche de autos se toparon con la deseada muchacha. Esta circunstancia le sirve al escritor para rebuscar en los lodos de una sociedad que no es otra que la que protagoniza toda su producción, surcada siempre por un hilo sutil de conexiones. El sedimento es siempre idéntico.



- Al escribir una narración es irremediable que aparezca el fondo. Independientemente del hecho criminal, que es el huevo de la novela policíaca, este fondo es el mismo de todos mis libros.



Hubo quien tras leer el primer caso de Esparta pensó que Pinilla había rescatado estas obras de los años en los que sus letras permanecieron ocultas, pero el escritor se defiende calmo de la maledicencia asegurando que, si bien ya había tocado en su juventud la novela criminal ("las que escribí hace 70 años eran malísimas"), este nuevo acercamiento al género responde a que durante todo este tiempo mantuvo el encanto personal por la literatura policíaca. Ahora bien, los códigos del noir empleados en el título anterior y en El cementerio vacío se ponen al servicio del sello Pinilla, a favor de recursos como el humor y la descripción de estampas de la época, más si cabe en esta que ahora publica. ¿Por qué alejarse de Hammet y Chandler? ¿Ha adquirido su Bordaberri/Esparta personalidad propia, incluso más allá de la suya propia?



- Sí, el que se ha distanciado es el héroe. Es el que marca la pauta cuando escribe. Aunque admire a esos escritores, no es como ellos. Getxo no es lo mismo que Nueva York y esas grandes ciudades bonitas. Él, sin darse cuenta, incluso sin darme cuenta yo, ha dado con un tipo de novela que no tiene nada que ver con aquellas. El hombre es muy inocente y ha actuado de modo natural, como le exige el medio social en que está, que es un pueblo vasco normal, sin grandes conflictos, sin mafias. Por otro lado, lo que he escrito, todo lo que he escrito, no tiene nada que ver con mis peripecias personales, porque si yo hubiera dependido de esta personalidad mía, habría escrito cosas muy anodinas. Lo único que ha prevalecido en todas las historias es la imaginación, no la fantasía, que son dos cosas diferentes. Puedes volar con la imaginación y regresar al punto de partida.



Vivir en la 'ramirada'

El pobre Bordaberri de Pinilla fracasó en su intento de dedicarse al oficio literario y al rememorar un buen día un crimen no resuelto de Getxo, en plena reelaboración interior del suceso, se percata de que está planteando una novela que le gusta, que es superior a su imaginación. Desde ese momento, comienza a escribir. Y aunque comparte con su padre "el color anodino", sus procesos de escritura son distintos. El escritor de la ficción relata lo que ha visto, mientras Pinilla entrega toda la responsabilidad del discurso a la imaginación.



- Yo era un poco rarito de joven. Mis amigos denominaban una 'ramirada' a algo que no encajaba en la realidad. Ahora me doy cuenta de que he vivido soñando. Hay quien tiene que viajar mucho para escribir; otros nos metemos en un agujero desde el principio y lo tomamos todo de la imaginación. Tampoco he sido ese loco poeta que no ha encajado en la vida. No, cuidado, yo encajé: he trabajado como cualquiera, me han pasado cosas difíciles. No he empezado a escribir en una casa en el campo con una peseta por un producto de la fantasía.



- ¿Es vivir en la 'ramirada' condición indispensable para el escritor?

- En mi caso es irremediable, vivo en fantasía y tengo que andar con el bozal reprimiendo. Ahora que no se prodiga ni me acucia demasiado, es cuando más tengo que poner a trabajar la imaginación. De ahí estas novelas policíacas, que son un desahogo. Aunque hay que sudar, no creas que se sacan por debajo de la pata.



- No lo creo, no.

- El trabajo físico y mental es muy grande. Pero estoy propiciando un nuevo desahogo novelístico. Antes de Verdes Valles, que es el huevo de mi obra, hubo durante muchos años novelas cortas y cuentos que desembocarían ahí. A estos adelantos los denomino dependencias, unas herencias de un libro que aún no existía. Llegado Verdes valles, he escrito novelas derivadas de ella, así que pronto cogeré algo que no he desarrollado de ese libro y escribiré sobre ello.



"No soy un vasco normal"

Ese manantial imaginativo no le impide a Pinilla tomar conciencia de las realidades a las que nos enfrentamos hoy. Apenas lee, porque ve muy poco desde hace 40 años, pero está al día de la novela y de lo que traen los periódicos. Por eso no le tiembla el pulso al afirmar que los maketos, tan presentes en El cementerio vacío, siguen siendo los grandes silenciados de su tierra.



- El pueblo vasco tiene anímicamente mucha aversión a lo de fuera. Yo soy vasco pero la verdad es que no sé si lo soy. Por el carné sí, pero no soy nacionalista ni creo en la pureza de raza. La aversión al extranjero parte de un sentimiento de superioridad térrea, pero es mayor el recelo a quitar lo que se tiene, el trabajo, el pan... Aquí se vivió un descalabro social en minas y fábricas, los individuos que venían de fuera estaban dispuestos a sufrir y a ser explotados a cambio de pan y tocino. En el auge industrial que ha disfrutado el País Vasco, en ese torrencial orgullo, han quedado siempre olvidados los de fuera. Esa reivindicación hay que hacerla. Los cerebros que pusieron en marcha todo esto eran vascos, sólo media docena de tíos pero con dinero y contactos para llevarlo adelante. Los maketos lo sufrieron durante décadas. En las minas había esclavitud. Pero esto nadie lo cuenta porque ensucia la imagen.



- En el juego de El cementerio vacío necesitaba a un pelele que fuera el principal sospechoso del crimen y ahí estaba el maketo. Pero también hay una llamada de atención sobre un mal social, ¿no?

- Por supuesto que yo tengo una ideología, como todo el mundo. En la primera novela de Esparta aparecían unos falangistas, aquí también. Y en la que ahora escribo lo hacen todavía con más autoridad. El héroe también tiene mi ideología, estaría bueno.



- ¿Y qué piensan usted y Esparta de lo que ocurre en 2013?

- Es un desastre. Sobre todo porque todos esperábamos algo así del PP, pero lo malo es que el socialismo no le da la réplica de vida. Eso es lo terrible de este país, que el socialismo no está a la altura de una honestidad que todos queremos. ¿Qué va a hacer la derecha si siempre ha hecho lo mismo? Pero, a la vez, está hablando de un cambio de estilo, un cambio histórico. Casi de una revolución social.



- ¿Cabe interpretar ese cambio como algo positivo?

- Estoy esperanzado porque la gente que no tiene nada más que defender que una ideología y no una caja fuerte es noble. Puestos en el jardín del Edén o en un infierno son iguales unos y otros, pero la ventaja que tienen los pobres es que son más honrados y honestos, porque son pobres.



Con la honestidad de Pinilla se cierra esta conversación. "Llámeme cuando quiera", deja dicho. Ese defecto (o virtud) por el que protestaba al principio, el de no ser un gran orador, se acaba poniendo en duda. A día de hoy sí participa en alguna tertulia y dilata sin problemas una charla al teléfono. Será que también se toma al pie de la letra la frase del comienzo, que en este mundo estamos a contarnos. Por eso, antes de finalizar, se anima a desvelar un último secreto de escritor. La próxima novela que firme, lectores, dependerá de su número de noches en vela:



- No soy un genio, eso para dejarlo claro. Tengo cualidades narrativas, quizás puedo presumir de eso, pero no puedo suponer que alcancen grandes cotas. Puedo salir bien en una novela como Verdes valles y también en la policíaca. Si por la noche no duermo y si mi imaginación no fracasa, me siento a escribir y al hacerlo se produce una especie de contagio de una maquinaria en marcha. Confío mucho en el poder del arranque narrativo, de la propia escritura, nos entendemos bien la escritura y yo. No soy un erudito pero soy muy sensible a la música narrativa, a la del texto, al tono y al ritmo, y cuido mucho los choques de sonoridades. Toda palabra tiene una música y hay que encontrar las que empalman bien.