Image: Conspiración

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Letras

Conspiración

David Talbot

27 marzo, 2008 01:00

Robert Kennedy, Marilyn Monroe y John Kennedy, en el cumpleaños de este último.

Traducción de Rosa Mª Salleras. Crítica, 2008. 670 pp., 29’90 e

Desde que John F. Kennedy fue asesinado un día de noviembre de 1963, su muerte se convirtió en uno de los temas favoritos para los forjadores de teorías de la conspiración. Las hay para todos los gustos, desde las que culpan a Fidel Castro hasta las que señalan a Lyndon B. Johnson, y los más pequeños detalles del magnicidio han sido discutidos hasta la saciedad. ¿Cuántos disparos hubo? ¿Cuántos tiradores? ¿Fue correcta la autopsia? ¿Quiénes eran los tres vagabundos detenidos en el lugar de los hechos y pronto liberados? ¿Era Lee Harvey Oswald un comunista fanático o un agente al servicio de la CIA? ¿O había quizá dos Oswald? El problema es que siempre ha sido difícil darse por satisfecho con el informe de la comisión oficial presidida por el eminente jurista Earl Warren, según el cual no había pruebas de que Oswald hubiera formado parte de una trama conspirativa. La teoría del asesino solitario no permite entender por qué un mafioso tuvo que matar a tiros a Oswald ante las cámaras de televisión. Supongo que todos los que vimos como el rostro del magnicida se contraía de dolor (yo tenía 13 años y aquella imagen en blanco y negro me ha quedado grabada en la memoria) pensamos que le mataban para que no delatara a sus mandantes. La mayoría lo seguimos pensando, aunque el informe Warren sigue teniendo sus partidarios. En comparación, el asesinato de su hermano Robert cinco años después, cuando festejaba sus resultados en las primarias demócratas de California, ha generado muchas menos especulaciones, aunque ha contribuido al aura de tragedia que rodea a los Kennedy.

Los libros que han tratado de esclarecer el misterio de su muerte, mediante teorías más o menos infundadas, se han venido sucediendo en gran número. El que acaba de publicar David Talbot, conocido periodista y fundador de la revista digital "Salon", no es uno más. En realidad no es un libro sobre la conspiración, a pesar de su título en español, sino un libro sobre los hermanos Kennedy, como manifiesta su título original, Brothers. Así es que quien busque sólo la explicación conspirativa de lo sucedido hará bien en leer el brillante primer capítulo, que evoca la primera reacción de Bob ante la noticia del asesinato y su llamada al cuartel general de la CIA para preguntar si ellos habían tenido algo que ver, y pasar al último, donde encontrará un amplio análisis de las distintas pistas que han ido apareciendo después de que la comisión Warren concluyera su investigación. En el improbable caso de que el lector esté completamente al día de todo lo que se ha publicado últimamente sobre el tema en Estados Unidos, encontrará pocas sorpresas, pero si no es así se sentirá fascinado por los indicios que apuntan hacia un intrincado mundo de hampones, servicios secretos y exiliados anticastristas.

Aquellos lectores a quienes no interese sólo la conspiración, sino también los hermanos, disfrutarán con las 600 páginas en que Talbot pasa revista a los mil días de la presidencia de Jack y a los años en que Bob trató de seguir adelante con el proyecto político de ambos. No se encontrarán con ninguna "historia secreta", pero sí con una narración bien escrita y documentada, que se apoya en muchas entrevistas con gentes que vivieron los acontecimientos, sobre todo con colaboradores de Bob, el gran protagonista del libro. A través de una sucesión de escenas en las que el presidente se enfrenta a altos mandos militares a propósito del desembarco en la Bahía de Cochinos o de la instalación de misiles soviéticos en Cuba (ellos querían invadir la isla, él logró que Kruschev retirara sus misiles) o en las que su hermano, el fiscal general, se enfrenta a la mafia o trata de controlar a la CIA, Talbot prepara al lector para que acepte la posible implicación de agentes del gobierno americano en el magnicidio de Dallas.

En torno a los Kennedy se ha ido tejiendo una leyenda en la que su presidencia aparece como una reedición de la corte artúrica de Camelot, con Jack y la encantadora Jacqueline como la pareja real y Bob como el más valiente de los caballeros, pero en los últimos años no han faltado esfuerzos para revelar "el lado oscuro de Camelot", por usar el título original de un libro de Seymour M. Hersh (La cara oculta de John F. Kennedy, Planeta 1998). Hersh, el periodista que reveló al mundo la matanza de My Lai y recientemente ha dado a conocer los sórdidos secretos de la prisión de Abu Ghraib, no omitió en su libro ninguna historia que pudiera perjudicar la memoria de Kennedy, desde los más desagradables detalles acerca de su voracidad sexual hasta su implicación directa en los planes para asesinar a Castro. Pero, según Talbot, Hersh se basó en fuentes muy poco fiables. Talbot no niega que Jack coleccionara amantes, pero insiste, por ejemplo, en que los Kennedy nunca aprobaron los planes de la CIA para asesinar a Castro o a otros líderes extranjeros. Su tesis es que J. F. Kennedy deseaba sinceramente un mundo en paz y que se esforzó en superar la mentalidad de la guerra fría. Habría estado incluso dispuesto a retirarse de Vietnam, evitando así la tragedia en la que se hundió la presidencia de Johnson. Talbot no llega a suscribir la teoría, dramatizada por Oliver Stone en su película de 1991 JKF, de que le asesinaron por eso, pero todo su libro apunta a la conclusión de que los Kennedy murieron porque querían cambiar el mundo. La administración de J. F. Kennedy, concluye Talbot, tuvo una grandeza heroica que nada tenía que ver con las brumas de Camelot, sino con su valentía al enfrentarse con la burocracia de la guerra fría y los racistas sureños. Más allá de los exiliados anticastristas y de los agentes de la CIA que pudieran estar implicados en el magnicidio de Dallas, los villanos de La conspiración son los jefes de las Fuerzas Armadas y de la CIA que hicieron todo lo posible por sabotear ese noble sueño de los Kennedy. En contraste con ellos, Kruschev, Castro y Guevara aparecen como buenos chicos, a quienes no se dio la oportunidad de buscar la paz…

No es sin embargo necesario compartir el ingenuo maniqueísmo al revés de Talbot para apreciar el interés de La conspiración, un libro que aporta una gran riqueza de viñetas históricas. Entre los varios personajes secundarios de los que ofrece excelentes retratos, citaré tan sólo a dos. Por un lado J. Garrison, el fiscal de Nueva Orleáns que en 1967 reabrió la investigación sobre el magnicidio de Dallas, cuyo personaje real queda lejos del héroe que encarnó Kevin Costner en JFK. Por otro el ex agente de la CIA y ex fontanero del caso Watergate Howard E. Hunt, cuya supuesta confesión a su hijo antes de morir representa la última aportación a la teoría de la conspiración, y que resulta un verdadero personaje de novela negra (véase también el retrato que de él ofrece Eric Hedegard en la versión digital de The Rolling Stone). Pero, a fin de cuentas, ¿cómo eran realmente Jack y Bob? Lo único cierto es que se seguirá escribiendo sobre ellos. De hecho seguimos discutiendo si el retrato más fidedigno de Sócrates es el de Platón o el de Jenofonte, aunque nos negamos a aceptar que sea el de Aristófanes, el Hersh de entonces.