Bret-Easton-Ellis

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Letras

Lunar Park

9 marzo, 2006 01:00

Bret Easton Ellis

Traducción de Cruz Rodríguez. Mondadori. 2006. 320 páginas. 19 €

"A las personas que han tomado una decisión sobre alguien no les gusta tener que cambiar de opinión... y quien trata de impelerlos a cambiar de opinión como mínimo está perdiendo el tiempo y tal vez ande buscándose problemas".

La frase pertenece a John O´Hara y corresponde a uno de los tres epígrafes iniciales (los otros dos son de McGuane y Shakespeare) de Lunar Park; que bien pudieran constituir el auténtico intrasunto de la novela. Por una parte, Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) tendrá que soportar de por vida la “carga” de ser autor de American Psycho; por otra, el argumento de Lunar Park recrea la engañosa sensación de poder ser interpretada como una parodia, una sátira, una imitación de él mismo. La narración en primera persona parece inducirnos a pensar que se trata de un relato autobiográfico, de una suerte de roman à clef utilizando, al estilo Auster, su propio nombre.

Sin embargo, y aún resultando esencial el componente autobiográfico, sobre todo en el primer capítulo -un singular recorrido a lo largo de su carrera de escritor- Lunar Park es fundamental e inequívocamente una obra de ficción. La familia Ellis de la novela es simplemente una invención; e incluso parece bromear con el lector cuando, en uno de los capítulos, Ellis se muestra preocupado ante la posibilidad de ser la próxima víctima de un asesino en serie.

El argumento tiene que ver con sus tribulaciones como escritor. Ellis es un famoso novelista que ha saboreado las mieles y hieles del éxito. Ahora enseña en una universidad y vive de forma “convencional” con su esposa, una afamada actriz, y sus dos hijos. Estamos en Halloween y el protagonista organiza una fiesta en su domicilio; uno de los invitados se ha disfrazado como Patrick Bateman: traje de Armani manchado con imitación de sangre. Pero poco a poco el tema de Bateman va adquiriendo tintes trágicos, pues se producen unos asesinatos exactamente iguales a los que él ficcionó en Amercian Psyco (“Señor Ellis, lo único que digo es que no puede pretender molestar al mundo espiritual y esperar que no reaccione” (pág. 321), aunque los crímenes del protagonista de American Psycho, “... solo existían en la mente de Bateman... eran fantasías alimentadas por la rabia y la ira, constituían una vía de escape.”(pág. 161). Toda su vida se desmorona: abandona la universidad; termina por divorciarse de su mujer; y su hijo desaparece en extrañas circunstancias.

En 'Lunar Park', Ellis supera la frontera de la metaficción introduciéndonos en un modelo narrativo que podríamos denominar como "psycho-ficción"

En Lunar Park, Ellis supera la frontera de la metaficción introduciéndonos en un modelo narrativo que bien pudiéramos denominar como “psycho-ficción”. Las evocaciones que sugiere son tan numerosas como heterogéneas: comenzaba la reseña mencionando los tres autores del epígrafe; también se ha citado a Paul Auster; no podía faltar su amigo McInerney, quien aparece con nombre propio; el goticismo de numerosos pasajes nos remite a Henry James, pues la paranoia del personaje Ellis es prácticamente idéntica a aquélla de los infantiles protagonistas de Otra vuelta de tuerca; lo que entiendo como sospechoso afán por saldar alguna que otra “deuda” parece evocar los títulos más punzantes de Philip Roth; e incluso el largo monólogo que encontramos en la conclusión (pp. 377-379) recupera en la memoria el postrero capítulo de Molly Bloom en el Ulises de Joyce.

El lector conoce de primera mano el glamour que rodea y caracteriza la vida de un autor afamado: cenas con presidentes, invitaciones a conciertos y programas televisivos... Pero lo más interesante de esta obra, el asunto que verdaderamente desea explorar Ellis, son los miedos y fantasmas que acompañan al creador, máxime cuando el artista se ha creído su propia ensoñación: “Mi vida era un desfile constante... enseguida me aficioné a fingir que escuchaba cuando en realidad estaba soñando conmigo mismo: con mi carrera, todo el dinero que había ganado, el modo en que había florecido mi fama y cómo me definía, lo temerario que el mundo me permitía ser.” (pág. 21).