Image: El conocimiento secreto

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Letras

El conocimiento secreto

David Hockney

30 enero, 2002 01:00

David Hockney, por Gusi Bejer

Destino, 2001. Traducción de Juan Gabriel López Guix. 296 páginas, 57’10 euros

Además de ser un pintor prolífico, Hockney es un dibujante extraordinariamente dotado. Inquieto, original, hizo famosas sus investigaciones fotográficas de finales de los setenta, cuyo resultado es este libro

Tengo que empezar confesando que este libro es uno de los más interesantes y entretenidos que he leído en los últimos tiempos, siendo además un espectáculo visual portátil, si se puede decir así. Pero antes de pasar a comentarlo, presentemos a su autor.
David Hockney (Bradford, Reino Unido, 1937) es uno de los pintores británicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. A pesar de sus declaraciones en sentido contrario, se le considera generalmente un artista pop, por la extrema legibilidad de sus cuadros en los que se plasma con aparente ingenuidad el mundo cotidiano. Hockney vive en Los Angeles desde el año 1963 y ha sido profesor en las universidades de Iowa y California. Además de ser un pintor prolífico, es un dibujante extraordinariamente dotado. Inquieto, original, hizo famosas sus investigaciones fotográficas de finales de los setenta, en que utilizaba imágenes captadas con cámara polaroid para crear escenas combinando diferentes puntos de vista. Creo que es importante conocer al autor para valorar el contenido del libro. Este, en esencia, plantea una tesis ciertamente revolucionaria, pues adelanta en varios siglos las fechas aceptadas para la utilización de instrumentos ópticos en la ejecución de cuadros.

Hasta el momento, la opinión de los expertos era que sólo a partir del siglo XVII y en casos muy concretos -solía citarse a Vermeer o Canaletto- se había empleado la cámara oscura. La tesis de David Hockney es que desde comienzos del siglo XV muchos artistas occidentales utilizaron la óptica -espejos y lentes, o una combinación de ambos- para crear proyecciones vivas que sirvieran de punto de partida a sus creaciones. Concretamente, entre los años 1420 y 1430, en algún lugar del norte de Europa, se empezó a desarrollar su técnica, permaneciendo como un conocimiento más o menos secreto hasta que se filtró en algunos talleres italianos. El resto sería ya una historia conocida.

Hockney empezó a interesarse en este tema en 1999, a raíz de visitar una exposición de Ingres, donde le sorprendió la misteriosa exactitud de unos dibujos extraor- dinariamente pequeños. Esto le hizo pensar en la utilización de algún recurso técnico que justificara el tamaño, bastante antinatural de haberlos realizado "a ojo". Pensó en que el pintor habría podido emplear la cámara clara, un dispositivo óptico inventado sólo unos años antes. Experimentando con ella, observando y comparando sus resultados, Hockney emprendió una investigación a la que dedicó dos años y cuyo resultado es este libro.

Resulta de lo más significativo que haya sido un pintor quien plantee una tesis de este tipo, de resultas de su interés práctico por resolver problemas técnicos similares. Tal y como cuenta el propio Hockney, mientras que hubo quienes se entusiasmaron al conocer sus primeras especulaciones, a otros les horrorizaron, pues consideraban que utilizar ayudas ópticas era algo así como una trampa y significaba un ataque contra la idea de genio artístico innato. La otra objeción que formulaba este sector estaba en relación con la falta de pruebas documentales que avalaran la teoría. La opinión de Hockney al respecto es que la reserva habitual de los artistas acerca de sus métodos de trabajo fue, en las épocas en cuestión, un principio comercial taxativo.

Para argumentar de forma contundente su teoría, Hockney ha escrito un libro en el que se acumulan distintos tipos de razones, aunque la más convincente es la que él llama "La prueba visual", ya que como indica astutamente, mientras que los documentos pueden falsificarse, los juicios críticos que uso saca de una obra, no. Se esté de acuerdo o no con sus tesis, El conocimiento secreto es un instrumento extremadamente eficaz a la hora de enseñarnos a mirara un cuadro y, por extensión, para revelarnos nuestros propios mecanismos de visión. Sus reproducciones constituyen un maravilloso paseo por lo mejor del arte occidental. La forma en que está escrito merece un comentario: no es un estudio erudito, sino una hábil narración que cuenta paso a paso una serie de descubrimientos. El resultado es un ensayo con suspense. Creo, finalmente, que hay que valorar este libro como una reivindicación de la maestría técnica del artista, un aspecto que desde la década de 1960 ha ido menospreciándose en beneficio del concepto como elemento esencial de la obra de arte. En definitiva, por media docena de razones, me veo en la obligación de agradecerle a David Hockney haber escrito este libro.