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Profesor de Historia Contemporánea en la prestigiosa Universidad de Leiden, Eric Storm (1967) empezó a interesarse por el nacionalismo gracias a sus tempranos estudios españoles: mientras preparaba un trabajo sobre la conmemoración del tercer centenario del Quijote en 1905, quedó fascinado por el recurso a un héroe de ficción como medio para restañar el orgullo nacional herido tras el fiasco del 98.

Nacionalismo. Una historia universal

Eric Storm

Traducción de Iván Barbeitos. Crítica, 2025. 688 páginas. 24,90 €

A lo largo de este libro absorbente, Storm demuestra conocer bien nuestro país y el desempeño de nuestros historiadores.

Sin embargo, la suya es una historia universal del fenómeno nacionalista que viene a reforzar la potente subdisciplina dedicada al estudio de la historia global: una sobresaliente narración del auge de los movimientos nacionalistas y de la gradual consolidación de los estados nacionales en el mundo entero durante los últimos tres siglos.

Habida cuenta del protagonismo que tienen los nacionalismos subestatales en la política española y de la frecuencia con la que aquí nos preguntamos por la naturaleza de la nación o meditamos sobre su relación con el estado democrático, la publicación de un libro como este solo puede ser saludada con entusiasmo: leerlo nos hará más sabios a todos.

Máxime cuando, como señala el autor, el reforzamiento del nacionalismo es hoy una realidad en el mundo entero.

Pese a todo, el estado nacional se ha convertido en la forma política dominante de la modernidad

Que esto suceda al mismo tiempo en países muy distintos, de hecho, confirmaría la tesis defendida por Storm: la invención del Estado nación durante la época de las revoluciones modernas fue consecuencia de un conflicto sobre la legitimidad política en el que la etnicidad jugó un papel secundario y donde la apertura de una ventana de oportunidad internacional resultó determinante.

No en vano, se produjeron oleadas similares después de la Segunda Guerra Mundial y tras la caída del Telón de Acero: por más que nos hayamos acostumbrado a las narraciones épicas que destacan la excepcionalidad de cada país, la inestabilidad geopolítica cuenta en la historia del Estado nacional, y mucho. Y por eso un enfoque global que no se detenga en las fronteras del mundo occidental resulta tan revelador; nunca hemos sido tan distintos.

De otro lado, Storm arguye que las ideas nacionalistas estaban mucho más difundidas de lo que solemos creer antes de que surgieran los movimientos anticoloniales; no parece que la difusión global del Estado nacional sea una obra exclusiva de Occidente.

Storm es un teórico modernista: entiende que el nacionalismo se canaliza sobre todo a través de las autoridades e instituciones territoriales, como el Estado o los sistemas educativos y mediáticos; el demos cuenta más que la etnia.

Y tiene razón, si bien el enfoque modernista mejora cuando se admite que el etnosimbolismo acierta cuando otorga un papel a los rasgos culturales con los que se construye la nación o destaca la propensión del ser humano a la identificación grupal.

No estamos ante un libro académico trufado de discusiones teóricas y notas a pie de página. Storm adopta un enfoque cronológico y se centra en cuatro temas cuya evolución va perfilando con notable capacidad de síntesis: la creación de nuevos Estados nacionales; su impacto sobre la ciudadanía; su influjo sobre la cultura; la nacionalización del entorno físico.

El lector descubrirá que el nacionalismo es un fenómeno dinámico que no se desarrolla de manera lineal, aunque también podrá constatar que el isomorfismo ha sido dominante: tanto los movimientos nacionalistas como los Estados nacionales han tendido a imitarse entre sí, acusando el impacto de los acontecimientos internacionales y el influjo de las corrientes culturales de cada época.

El desenlace está a la vista: pese a que ha mantenido relaciones ambiguas con esos imperios que parecen cobrar fuerza de nuevo, el Estado nacional se ha convertido en la forma política dominante de la modernidad. Si el lector quiere saber cómo llegamos hasta aquí, no tiene más que abrir estas páginas; dudo que se arrepienta.