Una decena de veinteañeros se reúnen una tarde durante las vacaciones de Semana Santa en su pueblo. Año 2021. Todos tienen sus raíces allí, pero la mayoría vive fuera. Sobre todo, en grandes ciudades: Madrid, Valencia, Ciudad Real… El pesimismo por el declive del escenario de su infancia y adolescencia sobrevuela la conversación. Pero, en un momento dado, alguien plantea la pregunta que desencadena la catarsis: “¿Por qué no hacemos algo para darle nueva vida?”.
Albaladejo, enclavado en el Campo de Montiel, a un paso de las primeras estribaciones de las sierras jienenses de Segura y Cazorla, tenía una población en los años 50 de casi 4 mil personas. Esa década fue su cénit. A partir de ahí, el éxodo masivo trazó una pronunciada línea descendente en su demografía. El último censo, de 2024, indica que actualmente viven en su término 1.003 personas, la mayoría instalada desde hace tiempo en la ancianidad.
La sensación generalizada en el ambiente es que, en tres o cuatro décadas más, habrá que darle la extremaunción, como al Ainielle de La lluvia amarilla, la novela de Julio Llamazares, pionera en señalar el drama de la despoblación rural. “Pronto no quedarán aquí ni las águilas”. “Esto está muerto”. “Amenaza ruina”. “Lo único que crece es el cementerio”. Son frases con las que algunos paisanos sentencian el futuro del Albaladejo. Y lo cierto es que hasta hace poco era casi imposible vislumbrar otro panorama alternativo a la soledad y el silencio fantasmagórico.
Hasta que aquel encuentro de viejos amigos en la diáspora se cerró con la conjura de pasar a la acción. Son compromisos, la verdad, que suelen quedar en nada, en un efluvio de ilusión juvenil que se evapora con el fin de las vacaciones. Pero estos chicos son de cabeza dura. Tercos. Así que el propósito no se lo llevó el ábrego. La idea que se les ocurrió, y que perfilaron a lo largo de los meses, es hoy un soplo de esperanza en un territorio muy necesitado de ella.
Los pasados días 7, 8 y 9 de septiembre celebraron la V edición de las Jornadas de Albaladejo Siglo de Oro, una celebración que es un viaje en el tiempo: el pueblo, de la noche a la mañana, se llena de soldados de los Tercios con picas y arcabuces, de moriscos recién llegados de las Alpujarras, de monjes dominicos dibujando cruces en el aire, de alguaciles al servicio de su majestad Felipe II reclutando mozos para las guerras de religión, de brujas recitando conjuros en aquelarres con su macho cabrío incluido, de críos blandiendo tirachinas, de verduleras vendiendo hortalizas a grito pelado en sus puestos, de princesas afrentadas por rufianes, de escritores con aires quevedescos y cervantinos…
Recreación de una batalla de los Tercios, la primera en España con trincheras. Foto: Nuria Gil
Guiños literarios, estos últimos, al autor de El buscón, frecuentador del Campo de Montiel: acabó muriendo, de hecho, a 25 kilómetros de Albaladejo, en Villanueva de los Infantes. Localidad que, además, según un estudio multidisciplinar de la Complutense (con filólogos, matemáticos, geógrafos, historiadores…), es el disputado lugar de la Mancha del que no quiso acordarse el manco de Lepanto.
La regresión al siglo XVI en Albaladejo acontece desde 2021, cuando iniciaron la andadura los jóvenes audaces. Desde entonces, no ha dejado de crecer. Si en 2024 fueron ya 250 los recreadores (voluntarios) que participaron, este año la cifra se ha elevado a 320. Acuden desde diversas localidades de toda España, pero también de fuera: portugueses, polacos, italianos, suizos, ingleses… Vienen acompañados en su mayoría de sus familias, con lo que se calcula que confluyen en el pueblo unos 700 forasteros durante el fin de semana. Buena parte son acogidos en casas de lugareños, que se han ido implicando en la aventura, espoleados por la ola revitalizadora. Muchos, eso sí, deben pernoctar en localidades aledañas (Terrinches, Montiel…) porque no hay hueco para tal aluvión.
El objetivo de los organizadores es que el rigor historiográfico alcanzado hasta la fecha no se desvirtúe con el éxito. Juan Víctor Carboneras, el historiador del grupo, graduado por la Complutense y en la actualidad doctorando de en la Universidad de Castilla-La Mancha, es muy exigente en todos los detalles. Durante el desarrollo de las jornadas, es casi imposible hablar con este joven de 32 años más de tres minutos seguidos. Siempre hay alguien que se acerca pidiéndole instrucciones: sobre el atuendo, sobre los movimientos de una determinada ‘coreografía’, sobre cómo encender unas antorchas…
Carboneras no quiere que Albaladejo Siglo de Oro degenere en un mercadillo medieval al uso, tan comunes por nuestros pueblos, porque el valor de estas jornadas es ser pioneras en centrarse en la centuria áurea. Un periodo de esplendor en lo artístico y lo militar que, según el consenso mayoritario de la historiografía, abarca en realidad más de cien años: desde 1492 (Conquista de Granada y Descubrimiento de América) a 1659 (Tratado de los Pirineos). Aunque también algunos prefieren cerrarlo en la muerte de Calderón de la Barca en 1681.
Funeral nocturno del soldado Alonso López
La plasmación del paisanaje del Siglo de Oro en Albaladejo pretende ser holística. “Desde que nacimos tuvimos muy clara la intención aportar a la recreación el valor de la historia total, que es lo que se viene consolidando en la historiografía de la Edad Moderna desde los años 80 del siglo pasado. Es decir, nosotros queríamos y queremos abarcar la sociedad en su conjunto, con el campesinado, el estamento militar, el religioso... Todos tienen mucho que decir, cada uno con sus prismas y sus cosmovisiones”, explica Carboneras, que envidiaba las recreaciones tan logradas que se hacen en otras zonas de Europa, como Flandes, aquel enclave que tantos desvelos ocasionó a la Monarquía Hispánica por los alzamientos protestantes.
Aunque ha sido otro alzamiento el que ha protagonizado la más reciente recreación: el de los moriscos de las Alpujarras. Miles de ellos, respaldados por el Imperio otomano, se levantaron en 1568 contra un nuevo giro de tuerca de Felipe II para remachar su asimilación al cristianismo. Carboneras siempre se saca de la manga una dramaturgia para vertebrar las Jornadas y esta vez puso el foco en aquel conflicto. Las tramas las hilvana a partir de hallazgos en archivos, sobre todo el General de Simancas, y se impone como reto que tengan alguna conexión con Albaladejo. La bombilla se le encendió cuando, entre los voluminosos legajos, encontró el rastro del reclutamiento de varios albaladejeños para ir a sofocar la rebeldía morisca.
De uno en concreto, Alonso López, pudo trazar completa su peripecia. Este súbdito del montón llegó a Granada en 1570, y de ahí fue a Guadix, donde entró en combate en los coletazos postreros de la revuelta. “Después, lo que tenemos es el dato más interesante de todos: el 16 de marzo de 1571 se anota lo que sucedió con cada uno de los soldados. Mientras que algunos desertaron, otros continuaban en la guerra, y en el caso de Alonso, se especificó que había muerto en Ugíjar”, apunta Carboneras, autor del libro sobre los Tercios España mi natura (que va por la cuarta edición) y coordinador de Castilla imperial, ambos publicados por Edaf.
“Es -añade- un ejemplo muy valioso, pues representa el único caso de un soldado común del que tenemos los datos de su origen, el lugar de reclutamiento, los puntos por los que pasó y hasta donde murió". Algo así solo ocurre con personajes notables: Álvaro de Bazán, el Duque de Alba, Pedro Menéndez de Avilés... De ahí la importancia del hallazgo. "Estas historias son las que nos gustan en Albaladejo Siglo de Oro”.
Pelea de verduleras con la autoridades.
En su cabeza ya hay otras muchas potenciales dramaturgias que podrían dar juegos para Jornadas futuras. También confiesa que queda mucho material todavía por desempolvar y escudriñar, la base del iceberg. En ese esfuerzo discreto de mantener la nariz metida entre el papel amarilleado estriba uno de los pilares del éxito de una iniciativa que ha suscitado un interés mimético en los pueblos de alrededor. Alcaraz, a unos 30 kilómetros, ya ha impulsado una recreación análoga. El ejemplo cunde, como si fuera un modelo para insuflar oxígeno a pueblo convalecientes.
En la última edición de Albaladejo Siglo de Oro se vivieron grandes momentos. Destacamos el funeral nocturno de Alonso López, con todas las farolas apagadas y el cortejo fúnebre, pertrechado de antorchas, recorriendo en silencio las calles hacia la iglesia del siglo XIV. O la batalla, la primera en España con trincheras, en la que se pudo ver en directo cómo se manejaban los tercios con las lanzas, el arma con la que eran unos virtuosos casi imbatibles. O la llegada de un grupo moriscos a Albaladejo, hecho también documentado: tras ser derrotados, Felipe II los repartió por toda Castilla para consumar su integración.
Apellidos como Galera, muy común en Albaladejo, proceden de este destierro: es el nombre de un pueblo de la granadina comarca de Huéscar. Un legado, pues, de mestizaje traumático y a la vez edificante, de convivencia que prospera sobre prejuicios y bulos.
Carboneras y sus amigos también han hecho un ejercicio de superación y rebeldía. Se han sobrepuesto a una atmósfera de desidia y decadencia. Han currado como bestias, durante meses, para confeccionarse sus propios trajes, para acometer desafíos logísticos que les desbordan y para recuperar espacios históricos del pueblo (fraguas, bodegas…) enterrados bajo gruesas capas de polvo y excrementos de palomas. Aparte, han levantado tabernas, corrales de comedias, panaderías (con horno de barro)... conforme a criterios históricamente informados. "Esto es como un milagro", deslizaba un paisano mientras daba cuenta de un chato de clarete.
Parece subyacer a esta voluntad obstinada una necesidad de aferrarse a algo sólido en medio del marasmo contemporáneo; a unas raíces profundas, a una identidad nuclear. Había que verlos cuando terminó todo, la piña que hicieron para abrazarse, liberar tensiones y celebrar que lo habían logrado unidos, un año más. Jóvenes de oro en el siglo del lodo.
