Pippo Delbono. Foto: Tiziano Ghidorsi

Locura, soledad, desesperación, rabia, redención, marginalidad, luz... Son algunas claves artísticas y vitales de Pippo Delbono, una rara avis de la escena europea que presenta en Zaragoza su Vangelo, radical y libertaria visión del texto sagrado. Lo hará en la primera edición de ZGZ Escena, festival que arranca el próximo miércoles, 13.

Difícil encontrar en la escena mundial una figura más heterodoxa e inclasificable que Pippo Delbono (Varazze, 1959). En los años 80 se formó a la vera de leyendas como Pina Bausch y estudió a fondo los arcanos y fundamentos del teatro oriental. Tras homenajear a Pasolini, una de sus influencias perennes, con el espectáculo La rabbia, alumbró Barboni en 1997. Este trabajo marcó un punto de inflexión en su carrera (o sea, en su vida). Fue la primera vez que dio total protagonismo a los arrabales de la sociedad. Desde entonces se mueve por los teatros y festivales más prestigiosos de Europa rodeado de una troupe de vagabundos, refugiados y enfermos mentales.



La lidera el mítico Bobó, al que rescató de una institución psiquiátrica en la que llevaba encerrado cuarenta años. En realidad, fue este sordomudo e hidrocéfalo quien le rescató a él. Así lo afirma siempre Delbono cuando recuerda los duros tiempos en que supo que era seropositivo. Ahora vuelve a España como principal reclamo de la I Edición del Festival de Artes Escénicas de Zaragoza. Presentará el 1 de octubre su Vangelo, una obra que nace de una promesa a su madre, que en su lecho de muerte le pidió que se ocupara de las sagradas escrituras. Delbono arma un collage desquiciado y luminoso en el que concurren San Agustín, Buda, los Rolling Stones, Frank Zappa, Mozart, Jesucristo Superstar y, cómo no, Pasolini, aunque esta vez para rebatirlo. De esa ensalada de referencias habla con El Cultural, al teléfono desde Módena.



Pregunta.- ¿Qué le dijo su madre exactamente?

Respuesta.- La verdad es que su propuesta es sólo un pretexto. Yo no he hecho este Vangelo para complacerla. Ella era muy creyente, una auténtica devota, casi ultra. Pero al mismo tiempo tenía una gran humanidad y sensibilidad. Esa contradicción me parecía un choque muy sustancioso para abordarlo como artista.



P.- Usted apostató del catolicismo muy joven, ¿no?

R.- Sí, sentía un deseo de libertad, de independencia, de trascender las reglas. La religión, tal cual era vivida en mi entorno, era una prisión para mí. Sus dogmas eran una barrera para el camino de conocimiento que quería emprender. En el 89, durante un problema grave personal, fue cuando abracé el budismo. Ahora, casi 30 años después, he vuelto al Evangelio tras descubrir la faz revolucionaria de Cristo, oculta bajo todas las capas míticas que le han ido imponiendo.



P.- ¿Quién?

R.- El papa Francisco, un personaje clave en esta época, dijo una vez que no sólo fue Judas quien traicionó a Jesús, sino también Pedro. Que añada a este es muy interesante porque la traición de Judas no tiene mucha relevancia: al fin y al cabo es un personaje que muere en soledad. Pedro, en cambio, es el fundador de la iglesia.



P.- Aunque renunció al Dios cristiano, su decisión de caminar junto a los marginados recuerda mucho a la de Jesús.

R.- Sí, pero no me gusta que esto se conciba como un gesto de bondad, porque, por otra parte, yo puedo ser muy malo. Lo que he encontrado en ellos son grandísimos actores. Mi acercamiento es artístico en primer término, aunque es verdad que de él luego se deriven lecturas políticas, sociales... Yo soy artista, no un santo. Esto debe quedar claro.



No me gusta que mi acercamiento a los marginados se vea como un gesto de bondad. Yo he encontrado en ellos grandes actores"

Recurrir a actores no profesionales es otro detalle que emparenta a Delbono con Pasolini. En su Vangelo cita al director de Accatone y Mamma Roma. Concretamente, saca a relucir un pasaje de su película La rabia: "Si no se grita viva la libertad humildemente / no se grita viva la libertad / Si no se grita viva la libertad riendo / no se grita viva la libertad". Pero su visión de Cristo difiere radicalmente de la del cineasta. "Él, como demuestra en su Evangelio según San Mateo, creía en un Jesús que camina sobre las aguas y yo no. Pasolini siempre me ha acompañado pero, también, siempre me ha generado fuertes contradicciones. Es el maestro que he tenido que superar. Hoy se le representa en los teatros simplemente para tranquilizar las conciencias burguesas. Algunos creen que la revolución es ver una obra suya de vez en cuando. Así ya duermen a gusto".



P.- ¿No le interesa su teatro?

R.- No demasiado, la verdad. Él decía que el teatro es palabra, no cuerpo. Esa perspectiva intelectual es totalmente contraria a la mía. Mis actores, como Bobó, no pueden hablar. Ellos nunca podrían participar en su teatro. Pero para mí el teatro es básicamente cuerpo. Con él puedes comunicarte con todo el mundo, mientras que el alcance de la palabra es mucho más limitado.







P.- ¿Cómo ha reaccionado el mundo católico a su versión del Evangelio?

R.- Muy bien. Ha suscitado un debate muy enriquecedor con muchos de sus representantes. Por ejemplo, me invitaron a hablar sobre la obra en la Università Cattolica de Milán. En la iglesia hay mucha gente inteligente y con una visión muy abierta. Sólo un cura francés la ha criticado pero es que en Francia la iglesia es mucho más conservadora que en Italia. Basta ver las manifestaciones contra el matrimonio homosexual que se organizaron. En cambio aquí, por ejemplo, dentro de la iglesia ha surgido un gran movimiento solidario de ayuda a los refugiados.



P.- Precisamente a los refugiados les da mucho protagonismo en su Vangelo. Un joven afgano cuenta su odisea para llegar a Europa, dejando en el camino los cadáveres de amigos y familiares. ¿Cómo juzga la gestión de Europa de esta tragedia?

R.- Europa tiene miedo a lo diferente. Y los atentados lo han acentuado hasta la xenofobia. El hombre es un ser que busca tranquilidad y seguridad. Cuando va al teatro lo que quiere es reconocerse, no perderse. Si se pierde, se disgusta y no compra más entradas. Por eso el teatro ha perdido hoy el vuelo y la locura inteligente. Lo mismo pasa con los inmigrantes: dan miedo porque no los reconocemos. Hay una terrible falta de curiosidad en nuestra sociedad que conduce a la desconfianza.



P.- Su Vangelo se cierra con una de las sentencias más conocidas de Jesús: la que nos obliga a volver a la niñez para poder entrar en el reino de los cielos. ¿Concibe el teatro como una vuelta a la infancia y, por tanto, como un pasaporte hacia ese reino idílico y espiritual?

R.- Para mí no debe haber ninguna diferencia entre arte y espiritualidad. Ambos están en la misma búsqueda. Nacemos niños y morimos niños. Mi teatro aspira a una simplicidad compleja, no complicada. Eso es exactamente lo que encarnan los niños y seres como Bobó, un viejito de 81 años, analfabeto y sordomudo, un hombre simple pero de una profundidad alucinante. Además, sigo teniendo claro que el teatro debe desestabilizar, si no, no sirve de mucho.



@albertoojeda77