Decía Sergiu Celibidache: "Rachmaninov es un sarampión que todos hemos de pasar". Una manera de aludir al generalmente blando postromanticismo del músico, tan apegado, todavía a principios del siglo XX, a los modos de expresión de Chopin, Liszt o Chaikovski, con algunas gotas de Scriabin. Hay que reconocer que en algún momento su música nos llega merced al flujo melódico y a la soberbia escritura para el piano. Sus cuatro Conciertos obedecen a tales premisas y fueron retocados varias veces. Son obras sin duda inanes en lo constructivo, antiguas en lo armónico, pero atractivas por el melifluo desarrollo de sus accidentes sonoros, que aparecen en estas grabaciones, de aceptable espectro pese a su antigöedad, brillantemente ex- puestos por la Orquesta de Filadelfia y las batutas de Stokowski y Orman- dy. Y, naturalmente, por las prodigiosas manos del propio autor, excepcional pianista, para las que no existen dificultades técnicas. Un ejemplo que siguieron otros afamados instrumentistas.