Desde hace varios años, la pianista Martha Argerich (Buenos Aires, 1941) se reúne en la localidad suiza de Lugano con instrumentistas amigos de distintas procedencias, edades y famas para hacer música de cámara. Todo parece emanar de la voluntad y la clase de la artista argentina, epicentro de un proyecto que lleva su nombre.

La altura interpretativa es muy notable y el repertorio de indudable novedad. Reparamos, por ejemplo, en obras no precisamente frecuentes como el Quinteto con piano op. 30 de Taneiev, tan brahmsiano en sus contrapuntos, tan sólido en sus estructuras; la Sonata para violín de Schnittke, de 1963, que circula de manera excitante ente lo tonal y lo serial, y que escuchamos en una eléctrica versión, de una rítmica fascinante, de Alissa Margulis y Polina Lechenko; o el divertidísimo Concierto para chelo y orquesta de viento del extinto pianista Friedrich Gulda, en el que se lucen Gautier Capuçon y algunos miembros de la Orquesta de la Suiza italiana. Partitura irónica, de eventuales ecos jazzísticos y ritmos de diversa raíz.

Tampoco es muy corriente escuchar la transcripción de Maurice Ravel para dos pianos de Nubes y Fiestas de Debussy. Ni, en el lado más tradicional, el Cuarteto con piano o el Trío con piano de Robert Schumann, que alcanzan recreaciones de un romanticismo y fogosidad sensacionales en las manos de Argerich, Angelich, Chen o los Capuçon.

El menor de éstos, Gautier, y la venezolana Gabriela Montero dan un toque casi evanescente a la Sonata nº 2 de chelo de Felix Mendelssohn y la jefa de la movida acompaña a Sergei Nakariakov en el arreglo para flugelhorn de la Fantasiestöcke op. 73 de Schumann. En total, tres discos para disfrutar de lo lindo con la magia del directo y el desparpajo del arte libre de gangas y de fronteras.