Image: Abbado invoca a los dioses

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Música

Abbado invoca a los dioses

Su Novena de Mahler abre un otoño diez

15 octubre, 2010 02:00

Claudio Abbado dirige la Orquesta de Lucerna.

Ibermúsica celebra su 40 aniversario con un doble concierto de la Novena de Mahler por la Orquesta de Lucerna dirigida por un “renacido” Claudio Abbado. Las batutas de Jansons, Ashkenazy, Jurowski y Nézet-Seguin completan un otoño sinfónico del máximo nivel.

Claudio Abbado (Milán, 1933) representa un caso insólito de metafísica. Quiere y requiere la ortodoxia que la defunción anteceda a la resurrección, pero el maestro italiano ha resucitado sin necesidad de morir. Exactamente mientras dirigía el desenlace de Tristán e Isolda en Tokio hace ahora exactamente una década. Tan enfermo estaba Abbado que tuvieron que hospitalizarlo y atenderlo médicamente entre acto y acto del operón wagneriano, pero aquella función nipona, consumada con los filarmónicos berlineses en estado de gracia, representó una suerte de catarsis.

Parecía que el maestro, recobrado de la agonía con la batuta convertida en un báculo, se retrataba en el pasaje final de Isolda: “¿No lo veis? ¿Cómo el corazón se le dilata, valeroso, cómo pleno y noble se le hincha en el pecho? [...] En la crecida ondulante, en el sonido resonante, en el universo suspirante de la respiración del mundo...”. Había regresado Abbado. Se había repuesto del cáncer. Pensaba entonces que su destino era el mismo de Tristán (“la antorcha se apaga...”), pero encontró en el vientre de la ópera la energía que creía agotada. Hasta el extremo de convertirse en “otro” director de orquesta, quizá provisto de la clarividencia y de la humanidad.

La explicación estriba en que reconoce escuchar ahora más música de la que escuchaba antes. No aludía a la cantidad, sino al aspecto cualitativo. Se había agudizado su percepción, leía mejor entre líneas, había descubierto una nueva sensibilidad. O había resucitado, tal como verificaron los filarmónicos berlineses en el templo de Tokio. No son los que vienen a acompañarlo a Madrid el domingo y el lunes próximos, pero la orquesta que se trae al Auditorio Nacional, la del Festival de Lucerna, reviste mucho interés porque Abbado se la ha construido a medida y porque muchos de sus colegas de confianza ocupan los primeros atriles y garantizan una Novena de Mahler memorable.

Ascética aparición
Memorable quiere decir que Abbado y la Orquesta de Lucerna llevan muchos años entretejiendo el ciclo sinfónico del compositor bohemio. Lo han hecho casi siempre al abrigo del auditorio que Jean Nouvel concibió a los pies del bucólico estanque suizo, pero el cambio de hábitat no sobrentiende la menor adulteración a la fabulosa misión mahleriana. Bien lo saben los melómanos provistos de entrada que estuvieron en Lucerna el pasado agosto. Ninguno de ellos se atrevió a aplaudir después de percibirse las tinieblas del último compás. Transcurrieron tres, cuatro minutos hasta que se rompió el silencio.

Fue una reacción espontánea. Y una prueba del recogimiento y de la hondura que Abbado y sus músicos habían aportado a la crepuscular Novena. Después sobrevino el clamor y el jaleo. Sobrevino también el rito de la sugestión, de la histeria y del encantamiento. Así hasta que el ascético Abbado, exhausto de entrar y de salir, se retiró a su camerino. Los espectadores del canal Arte Life Web se encontraron “enlatado” el misterio en la función televisada del 19 de septiembre, aunque no fue el testamento de Mahler la única revelación abbadiana del festival suizo. También repescó el Fidelio de Beethoven.

Fue la ópera con la que se presentó en el Teatro Real hace dos años y el argumento de su última visita a España. Partiendo de una diferencia: Abbado se disponía a grabar el correspondiente disco en Lucerna (lo publica en enero Universal) porque el reparto contenía la voz oscura e impagable de Jonas Kaufmann. También se demostraba en Suiza que Abbado era un “músico de hombres”. No es que Julio Cortázar se refiriera al maestro italiano cuando entrecomillaba la expresión en un pasaje del relato Reunión, pero la definición encaja en la resurrección de Abbado y redunda en la capacidad de fascinación, se crea o no se crea en alquimias y esoterismos.

Cuesta trabajo detallar la agenda del mes después de haber anunciado las fechas de la próxima aparición abbadiana, pero el otoño sinfónico español reúne alternativas extraordinariamente interesantes. Empezando por la pujanza de Yannick Nézet-Seguin. Así de difícil se llama un portento canadiense de 35 años cuyo historial ha conocido un ascenso en el reciente Festival de Salzburgo. Allí dirigía a la Netrebko como mediador de Gounod en Romeo y Julieta, pero los méritos y los halagos se los ha proporcionado su lectura excitante del Don Giovanni. Nézet-Séguin, sucesor de Gergiev en Rotterdam, tenía a sus órdenes a la Filarmónica de Viena, pero su concierto esta tarde en la Sociedad Filarmónica de Bilbao lo relaciona con la Orquesta de Cámara de Europa a propósito de Mozart, Schumann y Schubert.

Tres días más tarde, en Barcelona y batuta en mano, Vladimir Ashkenazy se reúne con la Orquesta Philharmonia y el pianista Nikolai Luganski. Van a ocuparse de Rachmaninov y preparar el terreno de Mariss Jansons, cuyo reencuentro con las huestes de la Orquesta de la Radio de Baviera garantiza el “no hay entradas” en la Ciudad Condal. En el Palau el maestro letón dirige el 25 de octubre un concierto titánico (Sinfonía n° 97 de Haydn, Novena de Shostakovich, Quinta de Beethoven) después de haberse empleado un día antes en Madrid (para Ibermúsica) con la misma orquesta.

La 'Quinta' de Jansons
Tanto por la presencia del violinista Frank Peter Zimmermann (Concierto n° 2 de Bartók) como porque Jansons, repuesto de sus problemas de salud, estrena en España una obra que la Orquesta de la Radio de Baviera le ha encargado a Raminta Serksnyte, compositora lituana de 35 años que añade su talento al de otras figuras consolidadas en el contexto musical del Báltico y que ya se ha dado a conocer en el Festival de Música de Alicante por su originalidad y su refinamiento. Mariss Jansons se ha ocupado de apadrinarla, aunque la melomanía madrileña no va a quedarse sin la Quinta de Beethoven ni tampoco va a permanecer en ayunas cuando haya ahuecado la extraordinaria orquesta de la Radio de Baviera.

Y es que una semana después, el 31 de octubre y el 1 de noviembre, comparece en el Auditorio Nacional el talentazo de Vladimir Jurowski. Y no lo hace solo, puesto que la orquesta Filarmónica de Londres se presenta con una notable collera de solistas. Por un lado la mezzo Sarah Connolly, protagonista de los Kindertotenlieder de Mahler. Y, por otro, Leif Ove Andsnes, artífice 24 horas después del Segundo concierto para piano de Brahms.