Valery Gergiev le tiene bien cogido el tranquillo a Chaikovski. Después de una acalorada y ardorosa Sinfonía nº 5, con la Filarmónica de Viena, nos ofrece ahora, con su Orquesta del Teatro Kirov, la celebérrima Patética, la obra que cierra el ciclo sinfónico del autor ruso.

Las premisas son las mismas, siempre efectivas y comunicativas. Gergiev (Moscú, 1953) es maestro de gran línea, de trazo firme y más bien grueso, que pasa por alto, verbigracia, adornos finos -apoyaturas, acciacaturas- para centrarse en la expresión del conjunto, en el gran arco. Un Mravinski puesto al día, aunque sin la sutil sensibilidad del tantos años titular de la Filarmónica de Leningrado.

Esta versión tiene el pathos adecuado, la temperatura justa y posee una magnífica unidad; está desarrollada con excelente sentido de la progresión dramática, sin cargar en exceso las tintas. La orquesta no es la de Viena, y eso se nota en la falta de igualdad de los ataques, por ejemplo, pero suena plena y sólida, imantada por la flamígera batuta, que corre a veces el peligro de caer en lo superficial. Buena lectura de la obertura-fantasía Romeo y Julieta.