Música

Luis de Pablo: "Es difícil que el artista mienta"

La Orquesta Nacional estrena el viernes el 'Concierto para violín' de Luis de Pablo. El creador bilbaíno, que en enero cumple 70 años, añade así una nueva obra a un catálogo extenso y consistente

14 noviembre, 1999 01:00

Escondida detrás de una barba, la voz de Luis de Pablo surge con musicalidad, como dotada de recursos propios de encantadores de serpientes. Ese saber decir envuelve con azúcar sus agudas reflexiones sobre el arte y la cultura, expresadas con claridad meridiana. Acude a la anécdota, a menudo más que para explicarse, para colorear una charla ágil y con toques doctos. Rodeado de todo tipo de arte -está casado con una pintora y tiene de vecino a Joaquín Sabina-, un corazón vacilante le obligó a dedicarse sólo a lo que más quiere, a componer, abandonando el resto de sus obligaciones. Eso le ha permitido atender a sus numerosos encargos y así, el Teatro Real recibirá su cuarta ópera, "La señorita Cristina", en febrero del 2001, en una nueva producción firmada por Francisco Nieva.

Búsqueda de equilibrio

-Siguiendo esos patrones que tanto adoran los americanos, ¿es capaz de explicar su obra?
-Pienso que, por encima de todo, debe explicarse por sí misma. Pero, atendiendo a su demanda, el concierto se añade a un ciclo que tiene otras muestras -para saxo, flauta o los tres de piano- en el que insisto y voy más allá en una de mis constantes creativas, la búsqueda en el terreno formal, en un permanente equilibrio entre tensiones y relajaciones. Me interesa encontrar esa primera célula a partir de la cual la música evoluciona como si fuera un ente vivo. Esa materia, que de por sí ha de ser expresiva, es la que me guía. El "Concierto de violín" es una obra de amplias dimensiones, de una media hora de duración, provista de siete movimientos, si bien los cuatro últimos están unidos sin solución de continuidad.

-La ópera ha sido para usted más que un descubrimiento.
-Muy positivo, además, porque me ha obligado a afrontar ese equilibrio que demanda el teatro musical. Para mí era un reto medirme en una lengua como la nuestra que, después de la zarzuela, no ha brindado referencias. Era un campo huérfano porque no había antecedentes válidos. Eso me ha obligado a ampliar mucho mi lenguaje. De hecho, las dos grandes espoletas creativas que he tenido en los últimos tiempos han sido la ópera y mi infarto, que me han ayudado a comprender las cosas de un modo diferente.

-Usted es uno de los compositores de mayor proyección internacional. Desde su perspectiva española y cosmopolita, ¿tiene idea de cuál es el papel que adquiere el compositor en estos momentos?
-No lo sé. Pero estoy seguro de que no lo elige él. El compositor, en realidad, se limita a responder a una vocación que surge no sé si espontáneamente, pero casi sin avisar. A partir de ahí, hace lo que le dejan en los diferentes marcos que le toca vivir. Lógicamente esta mundialización afecta a todo y genera situaciones especiales. Ya la obra de Stravinski se vio determinada por sus dos cambios de nacionalidad. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera salido de Rusia o se hubiera quedado en París durante la ocupación alemana? Esto viene para señalar que no creo que haya un papel determinado que asigne la sociedad sino que está en función de muchas variables.

-En todo caso y salvo excepciones, los músicos parecen ir a remolque en el terreno intelectual.
-Estoy casado con una pintora y creo que esa impresión no sólo es propia de la música, sino que se da en muchos terrenos. El artista en primer lugar deja su obra. El resto de lo que haga puede tener interés ¿complementario? a lo sumo. Hay, muchos aspirantes a guías que adoran decir lo que hay que hacer. Y no me refiero a esos nombres, como José ángel Valente o Pere Gimferrer, que alternan la creación con la crítica. Hay gente que sólo es poeta y no pasa nada. Quien tenga una doble vertiente, mejor... o peor para él. La ventaja que tiene el gran artista es que, aunque rebuzne, su rebuzno es de gran artista ya que existe una obra detrás que lo sostiene a pesar de sus contradicciones. ¿Podría justificarse, de otro modo, que un ser que hizo la "Consagración de la primavera" escribiera una cosa tan aberrante como la "Poética musical"? Pero lo que interesa de Stravinski sigue siendo su "Consagración". Lo otro tiene un valor anecdótico.

-¿Cree en el compositor comprometido?
-Creo en el hombre comprometido. Pero ni el aislamiento produce buenas obras ni el compromiso produce buenas obras. Un señor comprometidísimo no tiene por qué ser un buen compositor y, a su vez, una mala persona puede obtener resultados excepcionales. Ejemplos los haya patadas. Un artista puede ser un personaje despreciable, pero no por ello deja de ser menos grande. Lo que pasa es que la sociedad plantea modelos donde siempre es deseable que el artista se muestre como un ejemplo.

La ética como fuerza

-Nuestro idioma asigna siempre un componente ético al calificar a una obra como "buena" y no "bella".
-Es un giro lingöístico muy peculiar que en otros idiomas no se da. Me parece más una carencia del castellano que otra cosa. El valor ético en el arte viene de su calidad de realización, entendida no como algo académico sino como fuerza comunicativa. Eso se percibe en momentos concretos de la Historia, donde una sociedad -caso de la Italia del Renacimiento- muestra una extraordinaria elevación de la sensibilidad colectiva, en la que se alcanza una excepcional exigencia intelectual al lado de injustificables asesinatos y otras situaciones poco recomendables.

-Pero no acaba de contestar a si la obra aspira a una dimensión ética.
-¿Qué es lo que se entiende por ética? SI lo estamos relacionando con un comportamiento moral, eso no tiene nada que ver con el arte. Si de lo que hablamos es de rigor, de autoexigencia, el arte es un ejemplo. Porque es algo que se eleva, que aspira a lo mejor, con una fuerte provisión de sentido autocrítlco y con vistas a alcanzar lo más alto a lo que se pueda llegar, Por ello, es difícil que el artista pueda mentir, Lo hará en su vida, pero no en su obra.

-¿No le entra vértigo cuando tiene que presentarla ante un auditorio?
-No tengo miedo a que no me entiendan. No me preocupa cuando yo la he terminado porque sé que falta una parte que es el lugar que va a ocupar. Yo me doy cuenta después de conocer la reacción del público. Que conste que los espectadores no me escriben contándome sus impresiones, pero siempre se percibe a través de comentarios, de algunas reacciones. Sólo así se ve la obra por sí misma, cuando adquiere una dimensión que antes no tenía. Crear una obra viene a ser como poner un hijo en el mundo. Seguro que los padres de Hitler, cuando lo engendraron, eran poco conscientes de lo que iba a armar ese niño. Pues una obra es algo parecido. Otra cosa es el papel que adquiere en la sociedad. De hecho, buena parte de la música denominada clásica sirve ahora para anunciar medias o detergentes. Seguro que no estaba en el proyecto (se ríe).

-Usted ha dedicado muchos esfuerzos a la pedagogía. ¿Ha aprendido algo de sus alumnos?
-Creo que sí he recibido una fuerte influencia de ellos. Sobre todo porque al tener que cambiar muchas veces de países, enfoques y materias, enfrentándome a lenguas tan distintas a la mía, me ha obligado a desarrollar una gimnasia mental. Como profesor, me considero la antítesis del compositor que dice lo que hay que hacer. Sólo me limito a corregir defectos evidentes y a abrir ventanas.

-Desde su perspectiva de autor cosmopolita, esa mundialización a la que antes nos referíamos ¿en qué medida va a afectar a nuestras estructuras musicales básicas?
-Es imposible que no haya consecuencias aunque no sé cuáles serán.
Probablemente el público se fragmente cada vez más. Un sector, mayoritario o no, seguirá al pop-rock, otro a la música compuesta en los siglos XVIII y XIX, y así sucesivamente. Pero hay algunas claves de comportamiento que merecen nuestro interés. Cuando descubrí el canto difónico mongol fue para mí una sorpresa. Ahora resulta que en París hay gente que lo cultiva como técnica de relajación. ¿Quién podría preverlo? Eso se da en países dotados de un alto nivel informativo. A menos nivel, se impone eso de la ' World Music", que me resulta mucho más trivial, Pero cada sociedad recibe la música de un modo diferente, en función de numerosas variables. A mí me parece sorprendente el impacto que ha tenido el rock en España, cosa que no tiene igual en ningún sitio, salvo en Gran Bretaña, y porque lo inventaron allí. La mundialización planteará situaciones curiosas. Yo tengo mucha amistad con Nikolas Nabokov que me trasladó una curiosa anécdota. En un viaje por la India, un compositor nativo le dijo que estaba entusiasmado con "El Mesías" y le preguntó: ¿ha tenido ocasión de conocer al señor Haendel? Es una lección práctica de atemporalidad y perdurabilidad.

-Frente a esas muestras de cosmopolitismo, usted como vasco, ¿cómo ve la aportación nacionalista?
-Parto del principio de que aquello que tenga algún valor merece ser conservado porque siempre servirá para potenciar a alguien. Lo malo es cuando surge como producto de una lucha de poder. A partir de ese momento todo se adultera. Lo que hay de riqueza se prostituye fuera del verdadero sentido. Que conste que esto pasa en todos los sitios. Se vaya hacia donde se vaya, siempre hay una interpretación nacionalista de la cultura. Desde la Enciclopedia Británica al Espasa. No se busca la verdad sino que se aspira a afirmar una identidad cultural.

-¿Con qué intención?
-Siempre hay un deseo, subyacente o manifiesto, de predominio. Lo que no entiendo tan bien es que se acepte con resignación o, incluso, entusiasmo. A mí me parece terrible que se abandone en nuestro sistema educativo el latín en beneficio del inglés. Porque el latín es la base de nuestra lengua. No se puede reducir todo en la cultura a principios utilitarios. Es verdad que nosotros tenemos un problema de identidad porque históricamente encajamos una imagen de país perdedor. En parte eso explica los movimientos centrífugos de algunas regiones, porque nadie quiere subirse al carro del que pierde.

Un saldo positivo

-Póngase ante su bola de cristal y analice el futuro.
-En lo que se refiere a España, en general, veo las cosas con buenos ojos. Si se piensa lo que era esto hace bastantes años, el saldo es muy positivo. En el terreno de la creación llevamos varias generaciones que han ido evolucionando gradualmente sin abruptas interrupciones y como resultado de un desarrollo paulatino. Si se mira a una escala mundial, no soy muy optimista. Esta tendencia que favorece la rentabilidad y la explotación comercial puede hacer un gran daño. No estoy seguro de qué consecuencias tendrá, pero no me parece que sean buenas. También es verdad que para quien quiera liberarse de todo ahora es más barato, porque los públicos se han diversificado y nos encontramos con un panorama más variado. En lo creativo seguiremos una tendencia ecléctica, sin que puedan verse, de momento, auténticas escuelas. Casi en la línea de lo que pudo ser el paso del Ars Nova al Renacimiento. En todo caso, a pesar de la dictadura del mercado, siempre habrá huecos. Además nuestros países son tan ricos que seguro que pueden "gastarse" algunas migajas en nosotros, porque ya sacarán alguna rentabilidad.