Image: Miguel Hernández, en busca de los escenarios

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Escenarios

Miguel Hernández, en busca de los escenarios

El "epígono del 27" dejó un olvidado legado dramatúrgico que el comercio teatral desistió hace muchos años de representar

17 agosto, 2016 02:00

Miguel Hernández

Miguel Hernández ha sido el tema escogido por esta alumna del Máster en Crítica y Comunicación Cultural de la revista El Cultural y la Universidad de Alcalá, para su trabajo de fin de máster que ha sido calificado de sobresaliente.

No por muchos es sabido que la capacidad de Miguel Hernández (Orihuela, 1910- Alicante, 1942) para el teatro era algo más que mera simpatía. Sí, quiso ser dramaturgo. Y quiso serlo antes que poeta. El deseo y la convicción personal de que este tenía que ser su medio de vida, a través del cual dar fruto a sus ansias de reconocimiento social e intelectual. Así lo creyó y lo persiguió hasta el término de sus días, tal y como refleja en numerosas cartas a Josefina Manresa.

Una idea, la de representar, que le obsesionó como escritor durante su trágicamente corta pero apasionada carrera literaria, y que le llevó a descubrir las figuras más importantes de la intelectualidad de los años 20 y 30 en España. Pero lo cierto es que, en la actualidad, el teatro de Miguel Hernández es casi ignorado por la mayoría de los lectores de su poesía. El comercio teatral desistió hace muchos años de representarlo, poniendo en duda su viabilidad.

Calderón, Lope, Góngora, Rubén Darío, Pemán o Miró, son sólo algunos de los nombres que confluyeron en Miguel y que, junto a la irrupción del surrealismo y las vanguardias, conformaron el que es considerado mayor estandarte de la Generación del 36, la generación de la guerra, o como Cernuda vino a reconocerle, "el epígono del 27".

Dos hitos marcarán el arranque literario de Hernández: el tricentenario de la muerte de Góngora en 1927 y el de Lope de Vega en 1935. Se mirará en el espejo de Juan Ramón Jiménez, a quien escribirá con la mayor de las humildades para que este se haga eco de sus primeros poemas; y por encima de ello, se mirará en los ojos de Federico García Lorca, a quien siempre aspiró a llegar y a quien admiró profundamente, a pesar de no ser esta una admiración recíproca.

El poeta con Josefina Manresa, en Jaén, en 1937, año en el que contrajeron matrimonio civil

La gran ilusión vital de Miguel Hernández era ser dramaturgo, a pesar de que, como decía de él María Zambrano era "hombre nacido para ser poeta". Pero no debemos dejar atrás que el teatro, llamado en esta época teatro poético o lírico, fundamentalmente, era en verso y Miguel era su virtuoso.

Más concretamente, hablaremos de cuatro de las seis obras que Hernández aportó al género dramático antes de su pronta muerte: -lo sacro- Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1934), -lo mítico- El torero más valiente (1934), -lo social- El labrador de más aire, (1937) -lo épico- Pastor de la muerte.

El estallido de la Guerra Civil le llevará a nuestro escritor a emprender un compromiso de tipo real que incluso le hará enfrentarse a los círculos intelectuales en su reproche por no luchar como él a pie de trinchera. Un compromiso que Miguel toma con entereza y al que entregará lo más tierno y fructífero de su juventud por la II República y los pilares que esta sustentaba.

El auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras

La personalidad del poeta se transformará radicalmente en un corto espacio de tiempo. Hasta el año 1934 se hallaba influido y en perfecta armonía con su amigo Ramón Sijé, especialmente en lo que al orden religioso y humano respecta, inmerso en el carácter profundamente católico de su pueblo (al que coloquialmente llaman "Orihuelica del Señor").

El auto sacramental consiste en una representación de personajes alegóricos que culmina normalmente con la exaltación de la Eucaristía. Con esta pieza teatral, Miguel se erige como el poeta religioso por excelencia en su época para defender el llamado personalismo cristiano, doctrina sobre la que escribe para recordar a sus lectores que no existe más libertad confesional que el catolicismo.

Estamos ante una alegoría rural en la que se explotan todas las influencias clásicas y barrocas a modo de auto sacramental. La crítica se ha ocupado de ella destacando, por un lado, su valor poético, y, por otra, incidiendo en su deficiente horna dramática.

Miguel Hernández leyendo un texto en el homenaje a su amigo Ramón Sijé

Será crucial hacer ver la profunda simbología presente en la obra. Todo ello sin olvidar por un segundo la labor educativa y de transmisión de la doctrina católica que con todo auto se pretende llevar a cabo y que en Miguel Hernández no será una excepción. Dos son los temas principales que plantea la obra: la predestinación y el libre albedrío. Sólo a través de Dios y de las acciones que este dicta puede el Hombre aspirar a la pureza y a la redención.

El auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras es publicado por la revista Cruz y raya en 1934. Esta ahora sí le abrirá las puertas de Madrid para su segunda llegada, en la primavera de ese mismo año. Comienza a acercarse a los círculos de la Generación del 27 y su amistad con Vicente Aleixandre se hace realmente estrecha y afectiva, pues era este el que muchas noches le podía ofrecer un plato de cena.

Estalla entonces la dicotomía hernandiana, la cual, arrastrará durante un corto periodo pero que será clave en su posterior trayectoria. Había que elegir entre un mundo y otro y Miguel Hernández eligió la influencia consciente de Neruda y Aleixandre, que lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron las formas poéticas revolucionarias y lo que después vino a llamarse "poesía comprometida".

El torero más valiente. Tragedia española

La muerte en los ruedos del torero Ignacio Sánchez Mejías en agosto de 1934 es el argumento perfecto que lleva a Miguel a escribir en tan sólo dos meses su segunda obra teatral: El torero más valiente.

El torero y escritor Ignacio Sánchez Mejías, cuya muerte en 1934 inspiró la obra de Miguel Hernández

La pieza permaneció inédita hasta 1986, año en que Josefina Manresa decidió sacarla a la luz para su estudio y difusión. El gran amor del poeta la había mantenido a buen recaudo hasta entonces, y falleció un año después tras haber entregado los manuscritos a Agustín Sánchez Vidal, quien recompuso y editó la obra.

Comienza con ella la segunda fase en la evolución de Hernández, en la que abandona la trascendencia religiosa y se envuelve en una de sus grandes pasiones: el mito del torero. El folclore y la escena popular acompañan a un héroe enamorado que muere en las astas del toro.

Esa necesidad de ver por fin una de sus obras representada es lo que más mueve a Miguel a seguir buscando la ayuda constante de sus coetáneos. Su sueño era verla en el Teatro Eslava, algo que casi fue posible gracias a su directora, Niní Montián, que se había interesado en la obra. Sin embargo, Miguel no llegó siquiera a verla publicada en vida. Intentó conseguir la ayuda de Neruda, de Luis Felipe Vivanco y, por supuesto de Lorca, quien no contestaba a sus insistentes cartas y se hallaba preparando el estreno de Yerma en el Teatro Español.

Estamos nuevamente ante una obra que destaca por su riqueza lírica, no así por un lenguaje previsto para la representación teatral. Esto último se contrarresta con la gran riqueza poética que despliega, con un lenguaje de abundantes matices y con claros tintes extraídos del lenguaje popular de Lope de Vega y de García Lorca, apreciable en las numerosas canciones populares que se suceden.

La crítica ha venido a aunarse de nuevo en torno a la idea de un teatro hernandiano que todavía en su segunda obra se presentaba endeble en lo que a clave dramatúrgica se refiere y poco apto para su representación. Al tiempo, la capacidad para el verso y para engendrar en él la belleza que poseía Hernández sigue aunando también a la crítica en el caso de El torero más valiente.

El labrador de más aire

La transformación radical ideológica y social que veremos en el Hernández de la guerra y la posguerra ya se está fraguando. En 1935 había concluido también Los hijos de la piedra, su única obra dramática en prosa. En el verano de 1936 y justo antes del estallido del conflicto civil, Miguel escribe El labrador de más aire, a pesar de que esta no será publicada hasta el otoño de 1937 por la editorial valenciana Nuestro Pueblo.

Regresa al verso y lo hace con un drama sin tapujos y en pos de la defensa de las libertades obreras que ya hacen mella en él y de lo que para el autor es la opresión desmedida que transcurre en los pueblos y latifundios de manos de los señores. Sin embargo, es una composición en la que aún no abandona los paisajes de una tierra alegre y luminosa, donde el campo es un protagonista sin nombre pero que persiste. Los personajes comienzan a ser tratados con exactitud y a componerse por entero en la obra, y el tono teatral se alcanza en su totalidad con unos versos que, a pesar de no verse en los escenarios hasta 1972, están plenamente dispuestos para su representación.

Miguel Hernández arengando a los soldados republicanos en el frente durnate la Guerra Civil

El labrador de más aire no debe, a pesar de lo citado, confundirse. Su defensa del obrero no implica el desecho del señor, tan sólo la defensa de la justicia para aquellos que trabajan bajo la dureza del sol si estos se enfrentan a un dueño que les maltrata o coacciona. Sin embargo, la pugna de Miguel es por encontrar la paz y la armonía entre ambos sectores de la sociedad, los que tienen el poder y los que lo acatan, sin búsqueda alguna de eliminar a los primeros.

De nuevo, Lope de Vega entre en escena. De él recibe la idea de afrontar un conflicto real de la sociedad exponiéndolo de fondo, y dejando en primer plano un drama amoroso. En cuanto al uso del verso, Hernández vuelve a presentar un dominio y cuidado de la rima casi impropias de alguien tan joven.

Con todo lo expuesto es sencillo avecinar el cambio ideológico que aguarda en nuestro escritor y que progresivamente cobrará su mayor fuerza en el teatro que compone con el inicio de la contienda civil.

Pastor de la muerte

Si El labrador de más aire ha suscitado en la crítica el unánime aplauso, tampoco Pastor de la muerte defraudará. Desafortunadamente, Hernández abandonará la vida sin ver una de sus obras representadas, algo que, sin embargo, no frenó en ningún momento sus aspiraciones teatrales. De hecho, Pastor de la muerte ha sido concebida más como acto propagandístico que como acto teatral.

La guerra ha sobrevenido al poeta y dramaturgo y el calado de ella es imparable. Observaremos por primera vez en su teatro, un drama plenamente autobiográfico, donde podremos observar a Hernández a través de los ojos del protagonista y donde rendirá sentido homenaje a compañeros que compartieron la crudeza del frente con él.

Cuadro con versos Miguel Hernández situado en la Casa-Museo del poeta

Un teatro ya puramente combativo, un arma para él tan fuerte como otras y con la capacidad y la obligación de perpetuar los valores que la República simbolizaba frente a los golpistas. Por lo tanto, ya no veremos a un Miguel encandilado por los ambientes campestres o populares. Estamos ante la crudeza y frialdad de la realidad en estado puro, como un cronista que relata sucesos con la abismal diferencia de saber usar para ello su virtuosismo y belleza en el verso.

Sus influencias se trasladan ya a un teatro mucho más contemporáneo y de vanguardia, concretamente, el teatro soviético del momento, del que recogerá su habilidad para llevar a escena nuevas formas de representación y acercamiento del argumento al público.

Nuestro escritor ya no tiene dudas y quiere disiparlas también en su lector. El oriolano, en su progresiva transformación que aquí culmina, se ha percatado muy profundamente de que aquellos mundos barrocos y bucólicos, asentados en un pasado feliz propio de su influencia por el Siglo de Oro, no tienen cabida ya en la realidad que le somete y, por lo tanto, han perdido sentido en su obra. Asimismo, los logros que la sociedad acomete son fruto del esfuerzo colectivo de los individuos, movidos por la esperanza de un futuro mejor.

El corpus teatral hernandiano se cierra con Pastor de la muerte que, unida a su Teatro en guerra, componen la cumbre última a la que en su temática aspira el autor: el uso del teatro y de la literatura en general como un arma tan válida como otras convencionales. He aquí el verdadero valor del drama presente que, sin ser puramente teatro de urgencia, acomete este propósito y lo consigue plenamente.

@Cris_rosmart