Image: La mochila de Juan Mayorga

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Escenarios

La mochila de Juan Mayorga

15 diciembre, 2015 01:00

Juan Mayorga

El dramaturgo explica su proceso creativo, sus experiencias y su manera de entender el teatro en una Master Class organizada por El Cultural y patrocinada por Iberdrola. "Para mí un relato es una percha donde colgar un silencio", comenta el autor de La lengua en pedazos.

La sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán presenta la escenografía de la obra Páncreas de Patxo Tellerías, una sencilla estancia atravesada por una inquietante grieta. Delante se disponen dos sillas a cada lado de una mesa baja que esta mañana, la del sábado 12 de diciembre, ocupan el dramaturgo Juan Mayorga y la directora de El Cultural, Blanca Berasátegui. Se disponen a hablar sobre el proceso creativo del autor de obras como Reikiavik frente a un patio de butacas en el que prácticamente no cabe un alfiler. Se trata de la tercera Clase Magistral para los alumnos del Máster de Crítica y Comunicación Cultural de nuestra revista, tras las ponencias ya celebradas de Dario Villanueva, director de la Real Academia Española, y Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía. También asisten alumnos del Laboratorio Rivas Cherif del Centro Dramático Nacional.

Durante las dos horas que dura el acto, Juan Mayorga no para de gesticular. Mueve las manos y parece buscar con la mirada a todos y cada uno de los asistentes. A veces, ya incapaz de contener su energía, se levanta y sigue disertando con claridad y profusión sobre su experiencia en el teatro. Blanca Berasátegui hace una escueta presentación y ya apenas vuelve a hablar, salvo para advertir de que el tiempo, que ha pasado volando, se acaba. Pero para llegar a ese momento primero hay que hablar de la mochila de Juan Mayorga.

Se trata de una bolsa muy discreta, funcional, con dos asas para llevarla colgada a la espalda. Es más bien corriente, en tonos grises y negros. Pero es la clave para que el dramaturgo desarrolle su trabajo. "Me gusta escribir en casa por la mañana cuando todavía uno tiene fuerza, después de haber hecho algo de deporte y de un buen desayuno, en una situación de tranquilidad... pero estas condiciones casi nunca se dan y no hay que aspirar a ellas porque entonces uno no escribiría nunca", explica el autor de El crítico (Si supiera cantar, me salvaría). Si le hacen esperar en la Seguridad Social una hora y media, cuenta Mayorga, aprovecha para escribir y para eso es indispensable su mochila, repleta de material de trabajo.

De su interior el dramaturgo saca varias carpetas que contienen las páginas de proyectos futuros, obras ya estrenadas y reflexiones sobre el hecho teatral, repletas de anotaciones. Según Mayorga la reescritura es fundamental porque, si tienes la suerte de ver representada alguna de tus obras, "vas a detectar que a veces éstas piden que las desengrases y en ocasiones piden que las desangres". Sin embargo, su herramienta más preciada es el cuaderno tamaño A7, algo más grande que un post-it, donde tienen origen todas sus obras a partir de "una frase o un gesto que ves o algo que se te ocurre".

Para Mayorga llevar esta mochila a la espalda es casi una necesidad vital, más que profesional. "Escribir es un privilegio que me hace feliz y en los días en los que no puedo escribir o escribo poco lo soy menos", explica. "Existe una tradición del escritor agonista y sufridor pero yo gozo escribiendo y me ayuda a tener una actitud de alerta y de hospitalidad respecto al mundo. Además, me alegra que mis textos provoquen reuniones y generen sociedad. Lo de menos es el elogio y el aplauso".

El misterio del tiempo

Juan Mayorga nació en Madrid en 1965 y hasta 1980 nunca asistió a una representación teatral. Sin embargo guarda dos recuerdos previos que conectan con su actual profesión. En primer lugar, las lecturas en voz alta que realizaba su padre y que consolidaron su confianza en la palabra pronunciada. Después, las representaciones que hacía un compañero de la colonia escolar imitando a Chaplin en las que el dramaturgo creía ver no solo a Charlot sino a cientos de policías persiguiéndolo, invocando para ello el poder de la imaginación.

En 1980, cuando tenía 15 años, Mayorga tuvo que asistir a la representación de Doña Rosita la soltera por motivos escolares y la experiencia resultó trasformadora. "Cuando vi salir a Núria Espert de las sombras del escenario del María Guerrero quedé profundamente impresionado", relata. "Estaba presenciando nada menos que el misterio del tiempo. Ella representaba las edades de la mujer con elementos mínimos de atrezzo y sobre todo con la elocuencia de su cuerpo. Además, el final era todo un hachazo que todavía llevo en mi corazón. Todo ello me hizo volver al poco tiempo al teatro".

La misión del dramaturgo

Para Mayorga la misión principal de todo dramaturgo es precisamente provocar el regreso del espectador. Aunque quizá habría que añadir que se refiere a un espectador bien definido. "Escribo fundamentalmente para ese chaval que antes de pensar que iba a trabajar en el teatro iba al teatro", explica. "Y ese chaval no solo esperaba algo del teatro sino que elegía obras que también esperaban algo de él, que lo respetaban. Si te tratan como a un consumidor que simplemente quiere satisfacer sus apetitos, si todo es simplificar, abaratar y reducir, te están faltando el respeto".

Mayorga cita a Borges ("El teatro es el arte en el que un hombre finge ser lo que no es y otro finge que se lo cree") para explicar la esencia de esta disciplina. "El teatro es el arte de la imaginación", opina Mayorga. "Si yo salgo a un escenario y digo que soy Julio César, solo ocurrirá si el espectador quiere que empiece a ocurrir. Es el pacto del teatro y es necesario que el espectador quiera creer. Y en el centro de este acto de fe está el cuerpo del actor".

Además, opina Mayorga, el teatro es reunión y es un arte político porque se realiza en asamblea, es colectivo y respira con sueños y pesadillas compartidas. "Es el arte de la crítica y la utopía y es extraordinariamente raro porque pone al espectador frente a su doble, frente a lo que podríamos ser si hubiéramos tomado otras decisiones".

¿Quién escribe mis palabras?

Para el autor de Cartas de amor a Stalin, el lenguaje es la cuestión política por excelencia. "¿Quien escribe mis palabras? ¿Hasta qué punto estoy ocupado por frases y tópicos de mi tiempo o del poder? Son cuestiones que me planteo cada día como escritor y ciudadano", afirma. "El teatro sin embargo tiene una extraordinaria capacidad para hacernos escuchar la palabra y mostrarnos hasta que punto somos escritos por otros. Y tiene también la capacidad incluso de crear nostalgia o envidia de lengua", algo de lo que se percató con la Lengua en pedazos. "La cuestión es que cada uno sea capaz de construir su propia lengua y el teatro otorga cierto empoderamiento en este sentido".

La grieta del teatro

Ahora la grieta que atraviesa la escenografía de Pancreás, que sirve de decorado para el acto, parece más gruesa, como si las palabras de Mayorga empezaran a dejar al aire las costuras del teatro. "El asunto del teatro desde Atenas es nuestra fragilidad como seres humanos, pero al mismo tiempo es nuestra aspiración a la belleza, a la dignidad y a la libertad", explica el autor de La tortuga de Darwin. "El actor es un ser sagrado y cada vez que sale a escena se está produciendo un acto de exaltación de la vida, pero su frágil cuerpo también muestra nuestra fragilidad ante el tiempo, la naturaleza y las otras personas".

Esta reflexión lleva a Mayorga a hablar de la violencia. "Situar al espectador en la posición de una víctima me parece moral y políticamente inútil", explica. "Es más responsable mostrarle al espectador la violencia que puede llevar dentro o su complicidad con la violencia. Llevarlo hasta la zona gris de Primo Levy". Sin embargo, también defiende la existencia de un teatro de la luz, de la risa y de la alegría.

Los cuatro vectores

Acción, emoción, poesía y pensamiento. Estos son los cuatro vectores sobre los que se construye el teatro de Mayorga. "De todos ellos subrayo la poesía", comenta. "Para mí un relato es una percha donde colgar un silencio, que se tiene que escuchar y ver. Si el espectador se incomoda durante ese silencio es que ha funcionado. Para mí no es tan importante que el público reconstruya el relato como que sea atravesado por este tipo de momento".

@JavierYusteTosi