La Costa da Morte es una de las más peligrosas del mundo y, por tanto, territorio fértil para mitos y leyendas. En ese encuentro entre el océano Atlántico y el mar Cantábrico se han documentado más de 600 naufragios y se dice que las almas de los marineros pueden oírse por las grietas de la tierra.

El director gallego Lois Patiño ya posó su mirada en este territorio mítico que siempre ha estado vinculado al fin y a la muerte, a las meigas y a la Santa Compaña: primero, desde el cine de lo real y el documental antropológico en el multipremiado filme Costa da Morte (2013) y, segundo, desde una ficción sui generis de tintes lovecraftianos en Lúa Vermella (2020).

Ahora, la directora catalana Carla Subirana (Barcelona, 1972) –que debuta en el largo tras dirigir varios documentales: Nadar (2008), Kanimambo (2012), Volar (2012)...– toma la alternativa de Patiño y, aunque desde una narrativa más convencional, también centra su mirada en ese paisaje salvaje y misterioso que haría las delicias del pintor romántico William Turner, en donde el ser humano parece insignificante frente a la fuerza de la naturaleza y la majestuosidad y belleza del entorno.

Las imágenes de las olas rompiendo contra los acantilados, el sonido atronador del viento, el cielo siempre amenazante y en continua evolución, sirven en el filme para dibujar las emociones de la desgarbada y huraña adolescente Sica (Thais García Blanco), cuyo padre acaba de desaparecer en un naufragio al que rodean extrañas circunstancias.

La protagonista deambula por la costa con la esperanza de que el mar devuelva el cuerpo de su progenitor, sin darse cuenta de que ha iniciado un viaje de descubrimiento hacia la edad adulta, en donde jugará un papel fundamental la relación con su madre (Nuria Prims). Ambas tienen una manera distinta de enfrentar el duelo: mientras Sica parece perdida y enojada e incapaz de pasar página, la madre se entrega a la resignación y trata de salir adelante.

Por el camino, la verdad sobre lo sucedido empieza a brotar entre silencios incómodos y habladurías. Suso (Marco Antonio Florido Añón), un enigmático joven obsesionado con las tormentas, y Leda (María Villaverde Ameijeiras), hija de otro náufrago que descuida su amistad con Sica en brazos de un compañero del instituto, completan la galería de personajes en los que Subirana posa su mirada.

Sica deambula por la costa con la esperanza de que el mar devuelva el cuerpo de su padre

Sica, que se estrenó en la sección Generation de la Berlinale, pasó por la sección oficial de Málaga y clausuró el BCN Film Fest, utiliza técnicas del documental y una narrativa de suspense que desarrolla sin grandes estridencias, además de actores naturales seleccionados en un casting de más de 600 personas de la zona.

El resultado es una película sencilla y profunda que se mueve entre el cuento mágico, gracias a la abrumadora fotografía de Mauro Herce y la etérea banda sonora de Xavier Font, y el comentario social y político de una zona donde la crisis de la industria pesquera se ve agravada por el cambio climático.